Capítulo 1 - El Keylogger

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—¿Y si no se lo envía?

—Pues entonces nos toca jodernos y estudiar.

Tadeo, Tomás y Diego observaban cómo la pantalla se llenaba de texto automáticamente, sin que nadie estuviera tecleando nada. Sobre la mesa reposaba una caja de cartón resquebrajada y varios plásticos arrugados, fruto de la avidez con la que los amigos habían extraído el recién estrenado aparato que podría elevarles por encima del resto de los mortales.

—Esconde eso que viene alguien.

Con un rápido movimiento de su brazo, Tadeo arrastró la caja y los plásticos y los hizo caer en su regazo, mientras Tomás tecleaba en el navegador la web de la Universidad justo en el momento en que Marcos entraba por la puerta. Marcos era un chaval de 18 años que acababa de empezar Matemáticas. Era bastante alto, de complexión grande, pelo corto, piel blanca, afeitado apurado, labios carnosos y cejas finas con un entrecejo amplio. Pese a su atractivo, era sorprendentemente introvertido y no cultivaba muchas amistades.

—¡Ey! ¿qué tal, Marcos? —preguntó Diego girando la cabeza hacia la puerta.

Diego tenía la extraordinaria capacidad de caer simpático a todo el mundo. Su melena castaño oro, ojos grises, amplísima sonrisa constante y su habilidad para evitar los silencios incómodos hacían de él alguien agradable y amigable. Tomás, Tadeo y él estudiaban juntos segundo de Biología y se habían conocido en la residencia universitaria en la que vivían. Tomás y Tadeo hicieron migas bastante rápido debido a que ambos tenían habitaciones contiguas y compartían una visión cínica de la vida y un sentido del humor bastante ácido.

En un primer momento los dos amigos sospecharon de la energía que irradiaba Diego, y solían imitarle con sorna y mala leche cada vez que intervenía en clase. Le consideraban un pelota y un falso, y le habían bautizado como El Tonto porque sus preguntas en clase les parecían estúpidas y obvias. Fue a partir de un trabajo grupal cuando empezaron a darse cuenta, cada uno por separado y sin admitírselo al otro, que la energía de El Tonto era genuina, que no había falsedad en su trato con los demás, y que lo que le llevaba a ser así era una profunda empatía y fe en las capacidades de los demás, además de un deje melancólico que sólo se apreciaba cuando pasabas tiempo con él. Sus conversaciones interminables sobre Química en las cenas de la residencia, que solían divagar siempre hacia la filosofía del origen de la vida, fueron asentando su amistad. Con el tiempo, y sin que en ningún momento ninguno de los dos amigos hablaran de ello explícitamente, se dieron cuenta de que ya no le llamaban El Tonto y que había pasado a ser un amigo indispensable.

Diego, por su parte, había encontrado en Tomás y Tadeo unos amigos con quienes podía desconectar lo que él mismo llamaba su "ser social". Con ellos podía compartir sus pensamientos sin tener que filtrarlos, algo que a veces le agotaba. No sólo se sentía más libre, también se había dado cuenta de que las ideas fluían con ellos mucho más rápido y los temas de conversación navegaban así hacia puertos inexplorados y desconocidos.

—Aquí ando... —respondió Marcos con un hilo de voz y sin apenas vocalizar, dirigiéndose a uno de los ordenadores de la sala Digital, nombre que tenía el pequeño cuarto en el que estaban los únicos seis ordenadores con conexión a internet de toda la residencia.

Debido a motivos académicos, la residencia no disponía de WiFi. En teoría era para que los alumnos se distrajeran lo menos posible, aunque los amigos sospechaban que la verdadera razón tenía que ver con el hecho de que se tratara de una residencia católica. Según ellos, la dirección del centro trataba de velar por la integridad moral de sus residentes, que a su juicio podía dañarse con el acceso libre a internet desde la intimidad de las habitaciones.

La sigma-álgebraWhere stories live. Discover now