Magia

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Una vez en Cokeworth, Emily y Jasper tuvieron que acostumbrarse a la idea de vivir en una de las peores zonas de la pequeña ciudad. Deborah vivía al final de la calle de la Hilandera, cerca de un río apestoso y una fábrica de textiles cuya chimenea expelía un denso humo que por más que se fuera por los aires, siempre llenaba de hollín los patios y las calles. Su antiguo hogar no era precisamente el mejor de todos, de hecho, de vez en cuando había una que otra pelea callejera en los alrededores y las calles no estaban en el mejor estado, pero al menos no apestaba ni tenía un aire tan lúgubre. Y era precisamente ese ambiente el que tanto le molestaba a Emily, sin contar con la personalidad grotesca de su cuñada Deborah. Pero ni modo, era mejor estar allí que con la incertidumbre de ser buscada por la policía, aunque la razón le indicaba que nadie la perseguiría para recuperar el supuesto cadáver de un bebé. De todos modos solo tenía que soportar una semana.

—¿Viste que llegó visita en casa de Deborah, querido? Es una pareja y también tienen un bebé —comentó Eileen, sonriendo con ternura mientras recostaba a su hijo en el hombro para sacarle los gases (acababa de darle el pecho)

—¿Y qué tiene eso de especial? —respondió su esposo con tedio mientras encendía la televisión, exhalando una bocanada de humo de su cigarrillo.

Ella resopló de molestia y abrió la ventana para tratar de disipar el olor a nicotina.

—Pues a mí sí me alegra saber que Severus tendrá a alguien con quien jugar —respondió ella mientras recostaba al niño en una cuna portátil.

—¿Acaso vivirán ahí? —respondió el hombre, dándole otro jalón a su cigarrillo

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—¿Acaso vivirán ahí? —respondió el hombre, dándole otro jalón a su cigarrillo.

—No lo sé —respondió Eileen comenzando a enojarse al ver cómo el hombre subía los pies a la mesita del té y fumaba con desenfado—. No había pensado en eso, tal vez solo están de paso.

—Sea como sea me da lo mismo.

—Desde luego que te da lo mismo, Tobías —espetó Eileen sin poder contenerse—. Así como te da lo mismo fumar como mercenario preso. Te recuerdo que ahora tenemos un bebé en casa.

—¿Y qué con eso? —preguntó el hombre encogiéndose de hombros—. ¡Mira, Eileen, Es Elvis Presley! —exclamó mientras señalaba la pantalla del televisor con entusiasmo, sin importarle el reclamo de su esposa.

Eileen ahogó un grito con la respuesta descarada y desconsiderada de su marido. Tobías en cambio subió el volumen.

—Te lo he dicho muchas veces, Tobías ¡No quiero que fumes en casa!

—¡Qué fastidio, mujer! ¡Déjame en paz!

—¡Eres un desconsiderado! ¡Un egoísta! Ese humo le hace daño al bebé. ¡Y ya baja el volúmen del televisor que pretendo dormir a Severus!

El hombre no le hizo caso, no bajó el volumen del televisor y mucho menos apagó el cigarrillo que era lo que más irritaba a Eileen, así que ella sacó su varita y con ella hizo desaparecer el cigarrillo en los dedos de Tobías. El hombre la miró con asombro, todavía no se acostumbraba y jamás se acostumbraría a que se había casado con una bruja.

Lindsey Cooper, la hermana de Lily.Where stories live. Discover now