| • Capítulo 13 • |

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Así es: nadie mentalmente estable.

Comienzo a tararear la letra. Tengo una sonrisa boba pintada en la cara, ya ni siquiera me preocupa el calor en el que me estoy consumiendo.

No cantas tan mal.

—Gracias.

Pero preferiría que no lo hicieras.

—Te estás pasando, ya va siendo hora de que cierres la boca.

Bien, quizá la que se estaba pasando era yo, pero ya me estaba empezando a cansar y yo necesitaba escuchar mi canción en paz. Lo merecía después de lo que estaba haciendo por él.

—No es como si me hubiera comido toda la mesa, mamá —me réplica el hombre que creyó ser llamado cerdo anteriormente, ahora más ofendido y confundido—. ¿No tienes algo mejor que hacer además de meterte en la vida de los demás?

Uh, creo que hiciste enojar a Blaine.

—Ya cállate...

—Tú cállate —me acusa Blaine—. De todas formas ¿quién eres?, ¿te colaste o trabajas aquí?

Daniel Adacher cortó su risa cuando el semblante de Blaine se volvió analítico y comenzó a cuestionar mi presencia en ese lugar.

Dile que eres la nueva representante del señor Adacher y estás ahí para dirigir la junta de inversores.

—Soy la nueva representante del señor Adacher y estoy ahí para dirigir la junta de inversores.

Balines ríe entre dientes y me recorre con la mirada.

—¿Y se supone que yo voy a creer que un hombre tan ordenado como Daniel Adacher repentinamente ha desaparecido y decidió enviar a... alguien como tú?

Dile que me llame.

Me encojo de hombros y finjo indiferencia.

—Llámalo.

Me sonríe con soberbia y me mira como si fuera un sucio chicle en su zapato.

—Por supuesto que lo voy a llamar.

Ni siquiera timbra dos veces. Daniel contesta al instante:

Deja de comportarte como un imbécil y ayúdala a dirigir la junta si no quieres perder tu trabajo.

Daniel corta la llamada tan rápido como respondió sin dar derecho de réplica.

Resisto el impulso de reír entre dientes y me limito a arquear una ceja.

—Claro, se lo diré —responde a la línea muerta—. Por supuesto que sí, jefe, yo me encargo—. Gira y me encara como quien tiene el poder en sus manos—. Estás a mi cargo.

No puede ser cierto —gruñe Daniel.

Sonrío.

—De acuerdo, jefe, tú me dices que hacer.

—Mas te vale, si no quieres perder tu trabajo. —Me vuelve a barrer con la mirada—. Sígueme.

—Está despedido —escupe Daniel.

—Relájate, es cuestión de orgullo.

—No me digas que hacer —me advierte Blaine—. Tengo cinco años trabajando en esta empresa, no tengo que protejer tu orgullo.

No, solo el tuyo, grandote.

Lo sigo por el pasillo humano que se ha formado mientras The Masks siguen de concierto y busco entablar una conversación en aguas menos turbias:

El Café Moka de ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora