El encuentro

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Su moto chirrió al derrapar en el aparcamiento mientras se detenía junto a aquel bar de carretera en las afueras de Hurricane, Utah.

En mitad de ninguna parte, para ser más exactos.

Necesitaba descansar un poco y tomar algo fresco antes de que el calor y las horas de conducción le hicieran tener un accidente.

Tal vez, pensó mientras entraba al bar y le llegaba el olor a carne asada, incluso podía comer algo. Miraría si había algo comestible. Aunque el olor que le llegaba resultaba delicioso.

El bar era el típico bar de carretera en el que solo se detenían moteros y camioneros, clientela siempre de paso y poco recomendable.

Se sentó en una mesa apartada del bullicio que había cerca de la máquina de discos y la de dardos y se dedicó a observar el lugar después de haber hecho su pedido.

Justo en el otro extremo, había un grupo de motoristas ruidosos que bebían y hacían jaleo mientras jugaban a los dardos. Debian pertenecer a una banda, ya que todos llevaban la misma serpiente en la espalda de sus chaquetas o chalecos de cuero.

Nada fuera de lo común.

Algo más allá, dos tipos grandes comían en silencio apoyados en la barra. Eran hombres musculosos pero de actitud tranquila. Probablemente, camioneros que habían parado a comer y descansar, como él.

Y algo alejado de los dos grupos y medio escondido entre las sombras había un chico joven sentado solo en una mesa. No tenía nada de comer en ella, solo un vaso de agua y parecía estar esperando a alguien.

Kenny arqueó una ceja, intrigado. El chico no era del tipo que te encontrarías en esa clase de bar, sino todo lo contrario. Parecía muy joven, veintipocos o incluso menos, alto, con el cabello rubio oscuro y largo recogido en una cola baja y con una bandana en el frente. Tenía la piel clara y los ojos azules que miraban alrededor, nerviosos.

Y si se fijaba un poco más podía ver que sus ojos estaban algo vidriosos y sus mejillas demasiado rosadas. Parecía algo enfermo. Tal vez, pensó, debía tener fiebre.

Pero si estaba enfermo, ¿qué hacía ahí?

— Aquí tiene. – la voz masculina y el plato de comida que apareció frente a él le sacaron de sus pensamientos. Antes de que tuviera tiempo de mirar, el chico que le había traído la comida se había dado la vuelta y se acercaba a paso ligero a la mesa del misterioso joven.

Lo pudo ver de espaldas. Alto pero no tanto como él, buen cuerpo, con el cabello oscuro recogido en un moño y andares decididos. Kenny miró con algo más que curiosidad las anchas espaldas y los brazos fuertes. El tipo parecía estar en tan buena forma como él.

Lo vio acercarse al otro joven e inclinarse para comprobar que estaba bien. Incluso llegó a ponerle la mano en la frente, confirmando sus sospechas de que estaba enfermo. El otro se revolvió, pero sin ninguna malicia y el del cabello oscuro se marchó, dejándole solo.

Así que era a ese a quien estaba esperando.

Kenny empezó a comer, olvidándose temporalmente de los misteriosos chicos y disfrutando de las costillas que había encargado. Estaban deliciosas.

Cuando ya casi había acabado con ellas y se terminaba el refresco, empezó a escuchar un gran jaleo.

Fue una cosa gradual, empezando por solo las risas y las voces de los motoristas y acabó con más gritos y una voz más joven en medio.

Kenny alzó la mirada y vio que uno de los motoristas, un tipo enorme con barba cana y rostro repugnante había cogido al chico de la mesa de su cabello y lo arrastraba hacia el grupo.

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