Hasta que la muerte nos separe

En başından başla
                                    

Sin saber por qué, sentía la imperiosa necesidad de irme a mi casa. Como desesperado conduje a alta velocidad, estaba bañado en sudor, aun cuando la madrugada era bastante fresca; sentía una intranquilidad y un desasosiego que no podía entender y que solo se me quitó al abrir la puerta de mi antiguo hogar y entrar.

Subí al cuarto, me acosté en la cama y cerré los ojos. Sentía una paz y una tranquilidad absoluta.

- Te lo dije -, dijo Susana,- nunca te vas a ir de aquí.
A la mañana siguiente me costó mucho tratar de convencer a Samy de que eso no volvería a suceder.
- No eres un muchachito -, me dijo sumamente rabiosa-, que quiere regresar con su "mama" el primer día que se va de casa, ¡eres un hombre, compórtate como tal!

En la noche, Samantha y yo nos fuimos de nuevo a su casa. Cenamos y nos fuimos a dormir. Al rato, me desperté sobresaltado, sentía un ahogo, una opresión en el pecho, unas ganas inmensas de ir a mi antigua casa. Trate de hacer caso omiso a esta extraña sensación, pero era mayor que yo, empecé a sudar como loco.

- ¿Qué te pasa?-, me preguntó Samantha,-¿otra vez te vas a poner como ayer?
- No sé que me sucede Samy-, le respondí mientras me levantaba y me vestía-, solo sé que debo irme a mi casa.
- ¡¿Pero qué carajos te pasa?!-, gritó Samantha- ¿entonces para qué demonios te mudaste para acá?, ¡veté para donde tu mujer y no regreses más!

Yo tampoco entendía lo que pasaba, pero al no estar en mi casa por las noches me caía un desespero, una especie de asfixia, unas ganas locas de ir para allá; estaba seguro que Susana tenía algo que ver con esto, quien sabe que puta brujería me había hecho.

Al llegar la vi, sentada en la sala con la luz apagada, el recinto apenas estaba iluminado por la luz de unas velas, ella se veía muy hermosa y sensual, tenia puesta una lencería negra que me volvía loco, estaba tomando una copa de vino.

- Sabía que regresarías esta noche-, me dijo mientras se acercaba a mí y empezaba a acariciar mi pecho.

Yo me sentía embriagado con ese perfume, sentía su voluptuoso cuerpo rodeando el mío, su pierna rozaba mi miembro que ya empezaba a despertar, puso la copa en la mesa y empezó a quitarme la camisa, mientras me besaba, jugaba con mis pezones, lentamente empezó a besarme y bajar hasta llegar a mi ombligo. Las piernas me temblaban, sus húmedas caricias me ponían a mil, lentamente iba desabrochándome el cinturón, pero me acordé de Samantha, mi Samy, así que la eché hacia atrás con violencia.

- ¡Dime que me has hecho, maldita bruja! – grité con una soberbia que no conocía- ¡me fui de esta casa para no verte más, pero no puedo estar lejos de aquí, siento que me ahogo, que me muero cuando estoy lejos de esta casa!
- Te dije –respondió con una serenidad pasmosa-, que nunca, nunca te ibas a ir de esta casa, no le voy dar el gusto a la maldita perra con la que estas de verme derrotada.
- ¿Pero para que me quieres tener a tu lado?-le pregunte avanzando hacia ella y agarrándola con fuerza por el cuello- ¡yo no te amo!, ¿dime que carajos me hiciste?, ¿Por qué no puedo irme de esta casa?
- Yo-yo amarré un par de zapatos tuyos, los más viejos, y los enterré- me decía Susana con dificultad- para que nunca te vayas de esta casa hasta que sean desenterrados.
- ¡Dime donde están para sacarlos de allí!- gritaba yo, mientras oprimía con fuerza su cuello- ¡dímelo o juro que te mato!

De no ser porque sacó fuerzas de no sé dónde diablos y me pateo por los testículos, juro que la habría ahorcado, estaba tan cerca de la felicidad con Samy y por su maldita brujería no podía alejarme de la casa.

Cuando me recupere del dolor, la agarré por el cuello nuevamente exigiéndole que me dijera donde había enterrado mis zapatos, tenía que sacarlos para poder romper ese hechizo.

En el forcejeo varias velas cayeron al suelo, empezó a quemarse la alfombra, pero era tal mis ganas de acabar con Susana que no le di importancia al fuego.

Al pasar de los minutos la casa se había convertido en una inmensa hoguera, yo seguía apretando por el cuello a Susana aun cuando ésta ya había dejado de respirar desde hacía rato. Cuando quise reaccionar sentí que el techo de la casa se desplomaba encima de mí. A lo lejos, muy a lo lejos, escuchaba la sirena de los bomberos, los gritos de los vecinos, olor a carne quemada, un ardor intenso en el cuerpo...

Al sofocar el fuego encontraron los dos cuerpos; el de Susana y el mío, lo más insólito es que nunca pudieron levantar mi cadáver. Por más que lo intentaron entre varios hombres, incluso con grúa, no pudieron levantarlo, era como si estuviera soldado al suelo de esa casa en ruinas, tanto así que optaron por dejar mi cuerpo allí y taparlo con cal.
Lo más aterrador es que las ruinas de la casa aun siguen humeantes a pesar de que ya ha pasado el tiempo, y los vecinos ni quieren pasar por allí porque juran que ven a mi espectro buscando por todas partes los zapatos enterrados por mi "querida esposa".

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