Parte Uno

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Los rayos del sol, iluminaban tímidamente aquella banca, donde todo había comenzado, contempló las flores que rodeaban aquel sitio, tan coloridas, como alguna vez las imaginó

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Los rayos del sol, iluminaban tímidamente aquella banca, donde todo había comenzado, contempló las flores que rodeaban aquel sitio, tan coloridas, como alguna vez las imaginó. Su corazón latía desbocado, había tantas emociones aglomeradas en su pecho, que sentía no poder dominar.

Cruzó el corto y angosto camino, que lo dirigía hacia su lugar especial, había una sonrisa en sus labios que no se podía borrar, la antelación de ese encuentro era la culpable. Soltó un largo suspiro antes de sentarse en la banca blanca, la tarde estaba fría, como era típico en aquella época del año, frotó sus brazos mientras miraba fascinado a su alrededor.

Los ruidos que siempre habían musicalizado sus largas charlas, no estaban ahí, la cafetería ubicada a unos cuantos pasos, se encontraba vacía, se respiraba un silencio tranquilizador, que le permitía escuchar los latidos de su corazón. Volvió a consultar la hora, haciendo un gran esfuerzo para mantenerse sereno, había esperado tanto ese día, que le parecía mentira estar ahí, aguardando con un ramo de tulipanes en las manos, que ella llegara.

Las palmas de las manos comenzaron a sudarle, se sintió inseguro mientras observaba sus zapatos, no estaba seguro si a ella iba a gustarle como vestía. Percibió una emoción parecida a la euforia, al imaginar su sonrisa, esperaba lo encontrara atractivo, solo Dios sabía cuanto esperaba aquello.

El viento helado acarició su cara, mientras los recuerdos comenzaban a aparecer en su mente, revivió aquel bendito momento, en el que sentado en esa misma banca, su vida comenzaba a cambiar.

Estiró las piernas al mismo que respiraba con profundidad, disfrutaba mucho de ese momento de la tarde, cuando las clases terminaban y se relajaba tomando café, al aire libre. El bullicio que hacían los estudiantes, que caminaban por los jardines, aumentaba su intensidad, escuchaba sus risas, las quejas, los planes que hacían para divertirse, o estudiar. Por un momento se sentía parte de ellos, eran pocos segundos, pero le bastaban para hacerlo feliz.

Aquella parecía ser una tarde de viernes común, hasta que entre los sonidos típicos de ese momento del día, identificó unos sollozos, sin entender porque sintió angustia, al escuchar con más claridad a alguien llorar. Irguió la espalda mientras ajustaba los lentes de sol que estaba usando, percibiendo como alguien se acercaba, los sollozos comenzaron a sonar con más intensidad, antes que la dueña de estos, se sentara en la misma banca que él estaba.

Tomó su mochila, sintiéndose un poco torpe, al no recordar donde guardaba los pañuelos, rebatió con una de sus manos el interior de esta, hasta encontrar lo que buscaba, se corrió un poco sobre la banca, acercándose con prudencia, un dulce olor a frutas silvestres invadió su nariz, respiró profundo aspirando ese delicioso aroma, mientras extendía el empaque de los pequeños pañuelos desechables.

—¿Estás bien?

—¿Crees que estaría llorando, si estuviera bien?

Sonrió, al escuchar el tono de la chica que tenía al lado, a pesar de sonar molesta, le pareció una voz dulce, y cálida. Ella tomó los pañuelos, murmurando un gracias, que solo pudo escuchar por su desarrollada audición, apenas abierto la boca.

Todo sucedió en la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora