¡Cómo se le encogía el alma solo de verla mordiéndose los labios, con los ojos llenos de lágrimas, fingiendo estar bien, cuando le punzaba hasta el alma en aquel sitio donde debería estar su pierna!

El dolor no se iría nunca, ya se lo habían advertido los médicos. En cuanto a la prótesis, su complexión delgada y debilitada por su falta de actividad mermaban las posibilidades de siquiera conseguir que se pusiera de pie con un miembro artificial. Lo había intentado un par de veces, pero el acto de fuerza y equilibrio con la pierna sana, solo terminaban en tropezones que hacían dolerle el muñón hasta no dejarla dormir en días.

Susana apretaba con fuerza la cobija de su regazo, también la quijada, furiosa consigo misma. ¡¿Cómo había sido capaz de llegar a la azotea ella sola para algo tan estúpido, y no podía usar una prótesis para pasear con su esposo?!

—Tranquila Susie.

Terry había interrumpido sus propias líneas al notar las divagaciones en que se había sumergido Cordelia*.

—En un mes se cumplen catorce años, Terry, deseo con todo mi corazón poder levantarme de esta silla el día de nuestro aniversario.

El otro guardó sus palabras, extendiendo su mano hasta tocar la suave cabellera rubia como un gesto de apoyo, aunque él mismo dudaba que lo consiguiera tras años enteros de completos fracasos en que el tiempo se llevaba la vitalidad que le quedaba. Aquella noche nevada, si había llegado a la azotea era porque tenía aún todas las fuerzas de su cuerpo enteras y un deseo desesperado agobiándola.

Soltó un suspiro cerrando el cuadernillo, ya estaba claro que no podrían ensayar más. Se dirigió entonces al servicio de té que habían dejado unos momentos antes para servir las dos tazas correspondientes.

Desafortunadamente, pese a sus precauciones, la depresión económica también los había golpeado, por tanto, se había visto en la necesidad de limitar el personal de la casa a una mucama que además cocinaba, la enfermera y un joven que hacía de chofer, jardinero, mensajero y asistente en general. Despedir a sus empleados de confianza fue una de las peores experiencias a las que se había enfrentado, y por más que quiso priorizar las necesidades de cada uno, debió elegir. Conservarlos en sus puestos era riesgoso, sobre todo considerando que nada garantizaba que el panorama mejoraría para Estados Unidos en tiempos próximos. Lo único que pudo hacer por ellos fue darles una módica compensación que gastaran como mejor les pareciera.

Para Susana sin azúcar, para él con cuatro terrones.

En realidad, él no era de la idea de que la gente rica debiera tener servidumbre, nunca le había gustado vivir a expensas del esfuerzo de otros; pero la vida en el teatro, los cuidados de Susana y las tareas de una casa no eran algo con lo que pudiera lidiar en las escasas veinticuatro horas que tenía el día.

Colocó las tazas en la mesa y ayudó a su mujer a llegar hasta el sitio empujando la silla de ruedas.

El lugar era amplio, pero más que por denotación de lujo, por la necesidad de movimiento requerida por las dimensiones de la silla. Fuera de lo que representaba el espacio en sí, el amueblado era sencillo sin desmerecer el gusto elegante que Terry tenía y el toque hogareño que su esposa se empeñaba en colocar.

Aquello era su hogar, su teatro personal donde representaban a quienes se les daba la gana, y tal vez aquello era suficiente... tal vez.

 tal vez

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El honor de un caballeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora