Pesadillas de Yule

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«Era una noche tan fría que hasta los árboles tiritaban. Ningún animal se atrevía a salir de su guarida y las blancas calles dormían totalmente desiertas. Las chimeneas escupían convulsivamente las sobras de las casas y los cristales empañados de las ventanas impedían ver el interior de las familias.

»Esa noche tenía un trabajo que realizar y nada ni nadie en el mundo me impediría ejercer mi encargo. Tal vez fuera la última vez en mi vida, pero, ni el clima más despiadado ni el deseo por el calor de mi dulce hogar me harían desistir en mi cometido.

»Volví a comprobar mi puñal, la cuerda y mi ansiedad, y sin más demora, me adentré en el pueblo... »

La nieve caía densamente, apenas podía avanzar y me costaba ver, pero aquello no me detendría, tenía una misión que cumplir.

En cada rincón brillaban luces de todos los colores, como luciérnagas multicolores de todas las formas y tamaños.

Estaban en los abetos nevados, en las puertas en las que también había de coronas de acebo, en las ventanas, en las farolas, hasta en las chimeneas.

Pequeños elfos aquí y allá, cantaban, jugaban y reían.

Era lo que cualquiera podría esperar de aquel lugar, aquel pueblo perdido, donde siempre era Navidad.

Pero aquel año, no era como los demás, de alguna manera, una malvada criatura se había introducido en aquel inocente lugar y amenazaba con destruirlo.

O eso decía la carta que me había llevado hasta allí. Aunque nada en el paisaje que contemplaba podría siquiera sugerirlo.

Empecé a pensar que quizás fuese algún tipo de broma.

Cuando de pronto, un aullido rasgó la noche y la música ceso, los elfos corrieron en todas las direcciones y las luces se apagaron.

Un sudor frío recorrió mi espalda, parecía que era cierto, ese sonido no era el de un lobo corriente, lo sabía, no era la primera vez que lo oía, me enfrentaba a un licántropo, una de las criaturas más crueles que moran éste mundo de tinieblas.

Encendí una vela y la sostuve en mis manos, para poder ver algo, mientras avanzaba con mis sentidos alerta en todo momento.

Me iba encontrando con todo tipo de objetos invernales y navideños, trineos, guirnaldas, juguetes, en un rincón vi una oveja cerámica con un gorro de Santa Claus.

Dónde estaría él, me pregunté

En aquel momento, lo percibí, algo se movía tras de mí, no hacía ningún sonido, pero mi sexto sentido me decía que estaba ahí, giré bruscamente y arrojé la vela hacía donde sabía que estaba aquel ser, bingo, justo en el hocico, nunca fallaba un tiro.

La criatura aulló, esta vez de dolor, un quejido lastimero, que sonaba como metal golpeado contra dura roca.

Sin darle oportunidad a reponerse, me lancé contra él con el puñal en ristre.

La hoja de plata brilló iluminada por la Luna llena, esquivó el golpe que iba directo a su pecho, aunque le herí en una pata, lo cual debió de dolerle, pues el aullido que soltó fue ensordecedor, de la herida brotaba humo, tal era el efecto de la plata en esas criaturas, les quemaba la piel y penetraba en ella como cuchillo en mantequilla.

Podía ver el miedo en sus ojos, todo había terminado.

De un rápido movimiento, le seccioné la carótida y calló, herido mortalmente y retorciéndose de dolor.

Podría haberlo dejado allí, desangrándose, pero me parecía un gesto demasiado cruel por mi parte, así que seccioné su cabeza de un tajo seco, ahora ya no iría a ningún sitio.

Entonces, llegó la peor parte de estas cosas, el cuerpo de la criatura cambió, ya no era el enorme lobo, sino un joven de rasgos afeminados.

Que parecía inocentemente dormido, salvo por el detalle de que su cabeza descansaba a unos centímetros de su cuello.

Como por arte de algún tipo de hechizo, todas aquellas luces de colores volvieron de nuevo a encenderse de pronto, volvió a sonar la alegre música y volvieron los pequeños elfos, riendo, jugando y cantando, como si lo que acababa de suceder fuera algo muy lejano en el pasado o no hubiera sucedido nunca.

Me preguntaba donde debería ir a reclamar mi recompensa.

Cuando de pronto una enorme figura apareció como surgida de la nada.

Se trataba de un hombre de más de dos metros de alto, larga barba blanca y largos cabellos del mismo color. Vestía un traje pardo, sobre la cabeza y una corona de acebo y sobre el pecho un colgante dorado con un pentagrama como motivo.

-El padre Invierno.

Dije en un susurro, la cara de aquel hombre se contrajo en una enorme sonrisa.

-Así es, joven amigo-dijo y depositó sobre la palma de mi mano dos extrañas monedas de muy antiguo aspecto, vikingas, probablemente. Como vikinga la leyenda de Odín y la noche de Yule que el cristianismo adaptó con san Nicolás y sus regalos y finalmente hoy tiene su versión en ese rechoncho personaje, Santa Clauss.

Hecho mi trabajo me fui alejando de aquel lugar, dejando atrás la música, las luces y las casitas, mientras me adentraba ya en la espesura del bosque pude oír la voz del Padre invierno, que traía a mí su último mensaje.

-Feliz solsticio y cuidado con el Krampus.

Aquella última palabra me produjo un escalofrío, sería mejor que me alejase de ese bosque cuanto antes.

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⏰ Last updated: Dec 22, 2019 ⏰

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