Capítulo 1 La aldea de sangre

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Ya casi había amanecido y la luz del sol comenzaba a iluminar un valle perdido de las tierras del sur de Mantra, donde una aldea despertaba completamente destrozada, ya que, durante la noche, había sido atacada por una horda de despiadados demonios.

Poco a poco, las tropas demoníacas iban adueñándose de los últimos pueblos y asentamientos libres que quedaban en la región, y ahora, de lo que antes había sido una aldea próspera, solo quedaban las cenizas de las casas y sus escombros ennegrecidos. Sobre el suelo, apoyados en las paredes, o simplemente tirados de cualquiera manera, se encontraban los cuerpos sin vida de los aldeanos. Todos presentaban heridas profundas producidas por las armas envenenadas de sus asesinos.

El silencio era aterrador, solo podía oírse el ulular del viento que hacía retumbar la madera y que levantaba la ceniza del suelo.

Entonces se oyeron pasos. Eran lentos e inseguros. De debajo de los escombros de una casa había salido un muchacho. Tenía quemaduras en la cara mientras que su ropa estaba completamente desgarrada. Entre jirón y jirón, diversas heridas y cortes frescos se perfilaban. El joven observó su aldea en silencio, aunque sabía que no había supervivientes, por lo que no se molestó en gritar o llamar a nadie.

Él, Hidan, hijo de Hemn, era el único que seguía con vida.

Se acercó a un lado de los escombros y observó tres cuerpos en el suelo. El más pequeño era de una niña de largo cabello rizado, negro como el carbón. Tenía tan solo nueve años. Su ropa estaba cubierta de sangre y tenía los ojos abiertos. Aún podían notarse sus lágrimas y el terror atrapado en sus cuencas. Era su hermana Kárah.

A su lado se encontraba el cuerpo de su madre, Iralle. Tenía una herida profunda en el pecho y su pelo castaño ahora estaba teñido de un rojo escarlata. Justo a su lado estaba tendido su padre. Un hombre de cabello oscuro, complexión fuerte y barba poblada que odiaba la violencia y todo lo que tenía que ver con las armas. Sin embargo, la noche anterior había luchado valientemente contra los demonios con una de las espadas del herrero. Hidan nunca había visto a su padre empuñar un arma con tanta maestría y, sin embargo, había derrotado a una docena de demonios hasta que éstos acabaron con el resto de los aldeanos y rodearon a su padre. Gracias a su valor, su familia fue capaz de ocultarse, pero no la salvó de morir. Pese a todo, él aún seguía vivo y por esa misma razón, se culpaba a sí mismo de su cobardía.

Su padre lo había ocultado en su cabaña completamente a oscuras cuando los demonios comenzaron el asedio en mitad de la noche. Él empezó a golpear la puerta, pero Hemn había cerrado desde fuera. Desde el interior de la casa, Hidan oyó los gritos de sus vecinos, las carcajadas de los demonios eufóricos y finalmente un golpe seco en la puerta de la cabaña y el de una espada al caer al suelo. Después de eso, un efímero silencio le heló la sangre, y tras un momento de transición, logró escuchar unos susurros tan leves que incluso le fueron difíciles de comprender:

– Vivid por... nosotros...

Era su padre transmitiéndole su último mensaje.

Él era un hombre pacífico, pero eso no fue razón suficiente para no enseñar a su hijo a manejar una espada o a usar el arco para cazar. En esta situación desesperada, Hidan tendría que poner en práctica lo que su padre le había enseñado y enfrentarse a los demonios para defender su vida y la del resto de su familia, pero, por alguna razón, era incapaz de moverse. Tenía miedo, estaba aterrado y simplemente parecía que su cuerpo no respondería a sus órdenes. Pero esa era la realidad; un simple muchacho que acababa de cumplir los diecisiete años no tenía nada que hacer contra esos temibles seres que azotaban a la humanidad desde hacía siglos.

Así fue como recordó algo que no mucho tiempo atrás su padre le había contado:

– Los demonios temen a los humanos, Hidan. – había dichos Hemn mientras volvían de caza.

El Cazador de demonios (libro I) La Montaña ProhibidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora