| • Capítulo 10 • |

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No tengo tanta suerte, ¿verdad?

—Nos encontramos en... —Aquí viene la mentira. Odio mentirle a Beca—. La cafetería. —Le lanzo una mirada a Daniel, que parece inquebrantable-— Sí, en la cafetería... Yo estaba leyendo y... hum... Él llegó y se ofreció a traerme.

Pero Beca tenía un radar de mentiras cuando se trataba de mí. Así que no me sorprende verla arquear una ceja y mirarme con el reto escrito en las facciones.

—¿Él se ofreció a traerte?

—Rebeca, ¿podemos hablar?

Ajá, que sepa que no estoy nada feliz. Aunque, en secreto, me siento orgullosa de ella.

Daniel trata de huir retrocediendo lentamente.

—Creo que es mejor que yo...

—No —respondo escuetamente, ante de hacerle una seña a Kley, que no tarda mucho en estrecharle la mano, aunque sin quitarle la mirada fría de encima.

Dejo a los hombres en lo suyo y me llevo a Beca a la sala, que en realidad está a solo unos pasos de la entrada y no siquiera se divide de la cocina por algo más que la barra.

—¿Podrías, por favor, ser un poco más...?

Beca cierra los ojos y me corta de golpe con la mano en alto.

—No digas «amable».

Hago una mueca. Me ha quitado la palabra de la boca.

—¿Cordial?

Beca abre los ojos solo para amenazarme de muerte.

Alzó las manos y trato de explicarlo todo con premura:

—Solo por hoy, por favor, te prometo que voy a contarte todo. Solo tienes que saber que hoy... Ha sido diferente...

—Ay, no.

—¿Qué?

—Estás enamorada —me acusa, con una mirada de hielo.

La miro como si hubiera perdido la razón. Una invitación a pasar adentro no era una propuesta de matrimonio o algo por el estilo. Solo era pura... cordialidad.

Y también un miedo evasivo, pero de eso luego hablaremos.

—¡Por supuesto que no! —siseo con enfado, mirando hacia Daniel para asegurarme de que no está escuchando ni una palabra de nuestra pequeña discusión.

Afortunadamente, Kleyton se ha relajado y parece llevar una conversación normal con él. Si bien, no parecen mejores amigos, al menos no lo mira como si quisiera su cabeza colgada en la repisa en una placa de metal.

—¡Explicalo!

La miro. Sé que no va a rendirse hasta que le diga la verdad, pero de ninguna manera puedo hablarle sobre la deuda con Scott. Beca no necesita más problemas. Yo no necesito darle otro motivo para seguir mordiéndose las uñas. No quiero ser dolor.

—¿Puedes, por favor, confiar en mí? Dame unas horas. Solo eso.

Cruzo los dedos sin que Beca pueda verlo. Me tiene con el alma en un hilo un par de segundos antes de que asienta y caminé de regreso hacia Daniel. Me invade un miedo aterrador cuando se planta frente a él y anuncia que ha olvidado un maletín en la oficina y lo necesita para terminar su trabajo en casa. La oficina de Beca no queda lejos, así que confío en que llegaran seguros cuando ella y Kleyton desaparecen en medio de la noche.

—Es mi mejor amiga —le explico a Daniel—. Te odia.

—Sí, eso parece.

Le indico con un gesto que me siga a la isla de la cocina y, mientras comienzo a preparar dos tazas de café, continúo con mi charla breve.

El Café Moka de ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora