2

20 3 0
                                    


Las noches en el bosque le gustaban más que las noches dentro del agua. Era casi lo mismo: silencio interminable solo roto por la melodía del aire al pasar por las hojas y los pequeños ruidos de los animales nocturnos, y vastedad inmensa. A todos lados que mirara todo era igual y a la vez todo era diferente. Aylenna se perdía entre los troncos y enredaderas, y le gustaba.

Esa noche Alek estaba respirando apaciblemente; no era común que lo hiciera, la chica ya se había acostumbrado a oírlo respirar con dificultad, y siempre, de manera inconsciente, se levantaba más temprano y se dormía más tarde solo para estar segura de que no se ahogaba. Sin embargo, esa noche no sintió la necesidad así que aprovechó para hacer lo que más le gustaba. Lenna abrió los cordones de su saco de dormir suavemente y se levantó sin hacer el mínimo ruido y tomó su daga y la guardó en el cinturón que siempre llevaba puesto. Los pies descalzos tocaron el suelo frío y ella sintió instantáneo placer; después, empezó a caminar.

"Eres irresponsable", pensaba mientras ponía sus pies sobre raíces, entre musgos y setas; "Ni siquiera conoces el bosque, si te pierdes y no te encuentran vas a morir aquí". Su voz en la cabeza no dejaba de intentar hacerla consciente de lo que hacía pero sus piernas seguían caminando. No estaba haciendo caso porque no quería hacerlo. Una parte de ella quería perderse y morir. Además, no tenía sueño.

Así, sin quererlo, escuchó a los búhos cantar y empezó a cantar con ellos. Avanzaba en línea recta, marcando los troncos con su daga y bailando ligera. Su cabello se salía de su trenza y acariciaba su rostro, el aire le tocaba las piernas desnudas como besándola. Lenna encontró un poco de paz en su corazón y entonces, dio una vuelta en sí misma, y el vestido se le atoró en una de las ramas, y ella lo soltó, riéndose. Riéndose. Hace cuánto no se reía.

Era curioso estar feliz por primera vez en mucho tiempo en un lugar tan peligroso para una joven princesa, un bosque donde todo amenazaba con matarla. Pero ningún animal había llegado a cazarla, ningún árbol la había derribado, ninguna criatura llegó a robarle el alma o la voz. Aún así, Lenna sabía que era cuestión de tiempo para que lo hicieran porque allí era una visitante no bienvenida. Acostumbrados como estaban sus pies de pisar mármol y sus manos a tocar plata, la hierba y la corteza la desconocían. Lo comprendía, de verdad lo comprendía, así que dio media vuelta y emprendió su camino de vuelta a Alek.

La tierra ocultaWhere stories live. Discover now