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Sarah se despidió de su madre y de sus hermanos muy temprano en la mañana. El sol no había salido del todo cuando su padre la rodeó con sus brazos y le susurró pidiéndole que fuera una buena esposa.

—Falta año y medio para eso, padre.

—Pero te pido que lo seas desde ya —Sarah sonrió y se dejó besar la frente. William la ayudó a subir a su caballo y Elizabeth agitó su manito mientras aún bostezaba.

En deferencia a su sexo, esta vez la comitiva de Pembroke viajaría con un carruaje en la que iban las tres damas y una de las doncellas. Eso ralentizaba el viaje, pero todos los caballeros preferían eso a soportar los quejidos y lamentos de las mujeres por el largo viaje a caballo.

Hicieron la primera parada al anochecer, Sarah escuchó a lord Russel organizar la primera y segunda guardia, mientras otros hacían fuego y preparaban la cena. Vio a varios caballeros atender sus monturas, o recogiendo leña para mantener el fuego; todos estaban en movimiento.

Sarah miró hacia los árboles. Oh, cómo le apetecía limpiar su cuerpo. Lo que de niña había sido una horrible obligación, ahora era una necesidad; le gustaba estar limpia, pero necesitaba privacidad para pasarse el paño húmedo.

Este verano estaba siendo algo inclemente, y dentro del carruaje hacía mucho calor; ella y sus damas habían sudado mucho durante el día, y sus ropas habían estado empapadas todo el tiempo. Necesitaba, necesitaba un baño.

Pero si reclamaba un baño ahora, pondría más trabajo a hombres que ya estaban atareados, y además, mañana querría otro, al día siguiente otro, y así hasta llegar.

—¿Qué tan lejos está el castillo de Pembroke? —preguntó lady Clare, una de sus damas, a uno de los caballeros de Pembroke. Sarah lo miró interesada en la respuesta. Vio que era un caballero joven, de cabellos color arena y largos que miró a Lady Clare con una sonrisa.

—Nos tomó trece días llegar al castillo de Albermale, pero avanzábamos rápido, casi al galope. A este ritmo, el tiempo se duplicará.

—Oh... Gracias, sir caballero.

—Un placer, mi lady. Preguntad cuanto queráis—. Lady Clare sonrió y miró a Sarah casi con angustia. Eso serían más de veinte días sin poder darse un baño como Nellie mandaba.

Al día siguiente retomaron el viaje. Sarah notaba que en lo que más tardaban era montando y desmontando la pequeña tienda en la que ellas dormían, pero era inevitable; ni lady Clare, ni lady Agnes aprobarían dormir con las estrellas como techo estando en medio de tantos hombres.

Los días eran calurosos, y ya su cuerpo acusaba la necesidad de la limpieza. Dentro del carruaje ya no soportaban su propio olor, así que, al sexto día, pidió ir a caballo con los demás.

Montaba bien, aunque no tenía silla para dama, y le dieron una yegua mansa y fácil de manejar. Aquí, sobre la bestia, sudaba menos que dentro del carruaje, pero se cuidaba de tener los brazos bien pegados a sus costados.

Además, a caballo podía ver más a lord Fred. Sonreía cuando lo veía divertirse con otros caballeros. Él iba varios pasos más adelante; se notaba que le gustaba bromear y reír, y aunque ella no sabía de qué reía él, ella sonreía sólo de verlo.

—Os estáis quedando atrás, mi lady —dijo una voz, y como siempre, Sarah se asustó, se horrorizó, y se obligó a calmarse. No importaba cuántas veces lo viera, siempre se horrorizaba.

Un poco sonrojada, advirtió que el hombre-monstruo tenía razón. Se estaba quedando atrás, así que azuzó a su yegua y se puso casi a la altura de lord Frederick.

Un verdadero CaballeroWhere stories live. Discover now