De autobuses, tardanzas y sueño (II)

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Natalia le dio otro sorbo al café, pasando sus ojos por las páginas de aquel libro. Necesitaba escoger una escena en la que el personaje hiciese un soliloquio, y tras ello, ensayarlo e interpretarlo en clase. Y le venían bien aquellos ratos que tenía gracias a ser madrugadora, pues la tarde no le dejaba demasiado tiempo. Nada mejor que el silencio de un atisbo de la llegada del amanecer y la calidez de un buen desayuno.

Hamlet. No era de sus obras favoritas, pero reconocía que aquella parte se la sabía casi de memoria gracias a los monólogos de su padre. Y a ella le gustaba oírlo recitar aquel "ser o no ser" de vez en cuando. Miró la hora en su móvil. Sin prisas, terminó su desayuno, guardó el guión en la maleta y tras decirle adiós a su perro Pol, a quien previamente había sacado un ratito a la calle, salió de su casa en dirección a la parada del bus.

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Pasando por esa avenida de grandes árboles que tanto le gustaba, respirando el aire frío de la mañana más temprana, por su mente pasó fugaz el recuerdo de aquella peculiar chica de hace unos días. Se preguntó si se llegaría a dar cuenta del destrozo de su maquillaje, si leyó el mensaje bruscamente escrito con rímmel en la toallita... Mucho estaba pensando en una desconocida que la casualidad había puesto a su lado...

Le dejó de dar importancia porque no se la había vuelto a encontrar, y dudó de que se la encontrase. Seguramente habría sido la primera y única vez que la vería, como los cientos y miles de personas desconocidas que a diario nos cruzamos por las calles, en los transportes. Personas con las que conectamos miradas y compartimos espacio durante un tiempo, luego desaparecen, y cada una tiene su propia vida, totalmente misteriosa para ti.

Consultó la hora en su móvil. Natalia, como siempre, estaba 5 minutos antes de que el autobús llegase. Escuchó al rato el motor que hacía ese ruido tan característico, y al momento el vehículo frenó para que los pasajeros montaran. 

Pasó la tarjeta, como habitualmente, y se fue de forma mecánica a su sitio, al final del todo, como siempre. Y como la semana pasada le pasó, casi se choca con alguien. Otra vez se habían sentado en su sitio. Una melenilla rubia.

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Alba lo había intentado, de verdad que sí. Se levantaba temprano, cual muerto viviente y deambulaba por la casa sin mucha consciencia de lo que hacía. Así pasaba que a veces, se le derramaba el café, se dejaba los calcetines cada uno de un color, o se ponía los chalecos al revés. Era un auténtico cuadro. Pero se esforzaba por llegar a tiempo, todo para el único fin de volver a aquella chica tan linda y simpática que se encontró en el autobús.

La extraña N...Ni siquiera sabía si esa era la letra de su nombre, ella supuso que sí. En su cabeza la muchacha pasó a llamarse Normani. Le gustaba Normani. 

Desgraciadamente, a pesar de aquellos esfuerzos inhumanos por ser puntual, la pobre siempre terminaba por perder el autobús. Aunque fuese por minutos. A ella le repateaba, sobretodo cuando uno de los días se fue delante de sus narices. En esa ocasión se puso de morros y murmuró un "menos mal que no corro detrás de ti, imbécil", dirigido al vehículo. 

Pero esta vez, por fin pudo llegar a tiempo. Salió de su casa con el tiempo justo, muerta de sueño porque da igual las horas que durmiese, sueño iba a tener siempre, y aceleró un poco los pasos. ¿Correr? Una buena amiga le dijo una vez que no corriese nunca innecesariamente, y menos con una mochila, que con ella correr se convertía en la cosa más ridícula que había en la tierra.

Otra victoria más. Segundo día que cogía el que tenía que coger. "Qué felicidad más tonta", pensó. Le dio los buenos días a la conductora, y con una gran sonrisa se dirigió a su sitio. Iba prácticamente vacío. Al sentarse, acomodó su mochila en el regazo y miró por la ventana. 

Universos AlbayasWhere stories live. Discover now