La Casa Recortable

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Un día cualquiera de marzo, con mis amigos tomando unas cervezas tranquilamente en una terraza, al sol de una cálida playa... si hubiese estado así, quizás no le hubiese hecho caso. Es extraño cuando una mujer de mediana estatura y taimada sonrisa, te pide que subas a su coche porque quiere proponerte un negocio. Un negocio de varios miles de millones de euros. Suena a chaladura, a locura, a imposible.

Pero claro, ni yo estaba en una playa, ni estaba con mis amigos, y mucho menos tranquilamente. Estaba con el agua hasta el cuello, huyendo de la policía desde hace días y escondiéndome en un garito de mala muerte. Tenía que apechugar con las consecuencias de haber sido la autora de más o menos 5 atracos a mano armada en varios comercios. Lo sé, puede que sea una cabrona. Pero cuando a lo único que te han enseñado es a vivir bajo la ley del más fuerte, y sin apenas comida que llevarte a la boca, la supervivencia se alza victoriosa sobre la dignidad y la ética.

Acepté. Cuando esa mujer llegó en un Peugeot desvencijado, conociendo mis datos y prometiendo una inmensa fortuna, acepté.

—Busco a personas que no tengan nada que perder... Quiero que dejemos de ser unas pobres desgraciadas. Y tú también.

Yo no tenía nada que perder, y era una pobre desgraciada. Así fue como conocí a la Jefa. O como a ella le gustaba que le llamásemos, la Puta Jefa.

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La Jefa, como había mencionado, buscó a unas cuantas pobres almas como servidora, y nos reunió en una destartalada villa en algún lugar abandonado de la Toscana. No sabía qué hacíamos en Italia, pero pronto se nos resolverían las dudas una a una.

Nos invitó a sentarnos en una estancia con pupitres y una pizarra. Allí se puso ella, delante de todos nosotros. Y cuando ocupamos nuestros sitios y se hizo el silencio, comenzó a escribir en aquella pizarra sacada del colegio más viejo que podría haber encontrado. Miré a mi alrededor, a nuestras espaldas había algo cubierto por una sábana. Terminó de escribir y soltó la tiza. Un "Bienvenidos" de polvo de tiza.

—Os doy la bienvenida y también las gracias por haber aceptado este trabajo que va a ser tan...singular—se sentó en la supuesta mesa del profesor, y nos sonrió— Aunque para ser sinceros, luego seréis vosotros quienes me daréis las gracias.

Cruzó sus piernas y apoyó su barbilla en la mano, analizándonos uno a uno. Cualquiera desconfiaría de semejante personaje, pero a mí me daba confianza. Me había salvado de unos años en la cárcel, y si lo que decía era cierto, me resolvería la vida.

—Vamos a pasarnos aquí unos cuantos meses, lejos de todo y del mundo, entre cervecitas y entrenamientos, estudiando el golpe. Estos cuatro meses van a ser la hostia, os lo garantizo.

—¿Cómo que 4 meses? Eso es mucho—dijo incrédulo uno de los dos hermanos—.

—Para lo que va a ser, se os va a quedar en nada—se levantó y comenzó a deambular entre nuestros pupitres— ¡Chavales, que vamos a salir de aquí más ricos que todos los reyes del mundo! ¡Que podríamos destrozar la puta monarquía!—posó animada las manos sobre mi pupitre y me guiñó el ojo— Una cosa importante, tenemos dos reglas que no se pueden incumplir, ¿de acuerdo? Vitales. Antes había una sobre las relaciones personales pero... me la sudan bastante.

Se dirigió a la pizarra otra vez y escribió aquellas dos reglas de oro.

—La primera, no puede haber ni una sola víctima. Somos ladrones, no vamos a que la palme la gente, ¿vale? Que luego hay que limpiar demasiados rastros... Y la segunda, nada de nombres ni datos nuestros. Nada.

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⏰ Last updated: Oct 09, 2020 ⏰

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