Los niños dejaban de ser niños.

Pero los digimons no crecen de la misma forma que los humanos. Claro que cambian, aprenden cosas, absorben información, algunos maduran, evolucionan incluso. Pero en el fondo serán siempre los mismos, no pueden cambiar el código base en su programación, por el cual se rige su vida entera.

Y Renamon siempre será Renamon, sin importar si pueda correr en cuatro patas, o si puede andar en dos mientras sujeta un enorme pincel para transmutar conjuros. Por eso, para ella Impmon siempre será Impmon, aunque en ocasiones le saque la estatura y la mire hacia abajo con ojos de cinismo y superioridad. Bastaba con mirar a sus verdes ojos para saber que esa sensación de reconocimiento mutuo jumas se desvanecería.

Y se frustraba por ello.

Porque los digimons no se enamoran, no lo necesitan según ella. Tampoco se mandan flores, ni se escriben cartas de amor. Y si lo hicieran, ella estaba segura de que sería la excepción de la regla. Se lo repetía siempre. Se había vuelto un mantra.

Su casi inexistente lado irracional, culpaba a la abuela de su Tamer, que en ocasiones le pedía que se sentara a su lado a ver en la televisión lo que la anciana le explicaba, eran novelas de época.

– ¡Que hermoso es tener a alguien especial, en quien pensar!

Había exclamado la abuela en una ocasión, con ojos soñadores y anhelantes que seguramente rememoraban tiempos mejores. Renamon no quiso ser mal educada y como no sabía exactamente que responder, se limitó a decir que ella siempre pensaba en la seguridad de Rika.

–No me refiero a eso, Renamon. Sé que tú eres una chica. Dime, ¿Te has enamorado alguna vez de algún valiente caballero?– le preguntó soñadora la anciana.

¿Caballero? Ella no conocía a ningún caballero, bueno, solo a Gallantmon si lo pensaba bien, pero ¿porque habría de enamorarse de él? ¿Podía enamorase si quiera? Divago un poco, pero llego a la conclusión de que eso sería una locura, los digimons no se enamoran, y si así fuera no lo haría de Guillmon, la sola idea le resultaba tan ridícula que le hacía gracia.

"Si acaso solo podría ser de... Impmon" Ya no le causo gracia, porque la revelación le fue tan certera que podría jurar, era pronunciada por alguien más, como si de una verdad absoluta se tratase.

"–Los digimons no nos enamoramos señora, con su permiso". No dijo más en esa lejana tarde. Y fue la primera vez durante toda su estancia en la casa de la familia Nonaka, que Renamon consideró que pasar tanto tiempo en el mundo humano quizá, estaba haciendo mella en su base de datos. Porque estaba segura que pensar tanto en Impmon, no era normal.

Pero aquella charla era tan remota y alejada de la situación en que ahora se encontraba. Sola, avergonzada, escondida en ningún lugar y sin ganas de volver, miró sus garras como si aquello fuese la cosa más interesante del mundo.

Tenía miedo, miedo de haber arruinado aquel vinculo de amistad con sus imprudentes acciones, miedo de que Impmon ya no la mirara como antes, y miedo a que esos sentimientos extraños y abrumadores que sentía por el otro fuesen dolorosamente unilaterales.

Permaneció en letanía hasta que el sonido inconfundible de un aleteo que se acercaba a gran velocidad la obligó a ponerse de pie, cruzó sus brazos y relajó su rostro, escondiéndose bajo su impávida careta de siempre.

– ¡Quien te crees tú, zorra maleducada, para dejarme con la palabra en la boca! – El reclamo llegó incluso antes de que aquel bribón pudiese siquiera aterrizar. – ¿Como te atreves a tratar así al gran Beelzemon? – Ahora si lo tenía frente a ella, pero obviando su actual diferencia de alturas, no se tomó la molestia ni de levantar su rostro.

Confrontación DirectaWhere stories live. Discover now