COSAS DEL DESTINO

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Hacía dos años que estábamos inmersos en la guerra por el control del narcotráfico en el sur de España, y los muertos no paraban de acumularse en las cunetas de las carreteras.

Parecía mentira que nuestros clanes rivales persistiesen en hacernos frente sabiendo que no iban a poder con nosotros. No hacían más que perder miembros, pero continuaban luchando.

No sabían qué inventar para intentar abrirse un hueco en el mercado. Empezaron a fichar a traficantes cada vez más jóvenes. Eran casi niños, pero no les importaba y a mí tampoco. Si interferían, morían, así de simple.

Tenía dos importantes clanes rivales, Los Pocheros y Los Arcabuces, que intentaban extender sus dominios, pero no eran capaces. El conjunto de sus miembros no era ni la mitad del mío. Nos denominábamos Los Cristianos, aunque poco nos quedaba de buenos.

Yo, Paco Cañizares o Padre, como me solían llamar, era el líder de la organización. Dirigía con mano de hierro los negocios aquí en el gran sur. No se podía mostrar ninguna debilidad o te sustituían en menos que dura un suspiro, por eso a la mínima duda actuaba y me sacaba de encima a los que no eran leales al cien por cien. En este mundo, el respeto se ganaba a base de infringir dolor y sufrimiento, a base de miedo, un miedo que paralizaba y que te hacía pensar dos veces para quién trabajabas y cómo debías comportarte.

Gracias a los largos brazos que extendía por toda la región, había conseguido infiltrar a miembros fieles de mi clan en las filas enemigas. Como podréis deducir, era algo muy positivo para mi negocio, ya que me permitía actuar con impunidad y rapidez, machacando a esa escoria cuando iba a actuar.

Cada vez se veían más acorralados, hasta tal punto que había llegado a mis oídos que iban a intentar asesinarme. Si tengo que ser sincero, esto no era una novedad. Alguien con tanto poder como el que yo acumulaba, sufriría amenazas a diario y debería extremar las precauciones. Esta vez, sin embargo, era diferente. Mis topos me habían informado de que iba a ser una operación conjunta entre mis dos clanes rivales y la Guardia Civil, algo nunca visto hasta ahora.

Mi gente de dentro me había confirmado que llevaban meses organizando la operación, y las consecuencias no podían ser peores. El propio Gobierno Central había negociado con los clanes una amnistía total si colaboraban para destruirme. Y, no solo eso, habían prometido una inversión millonaria en la zona para construir un entramado empresarial que garantizaría la creación de miles de puestos de trabajo, es decir, sacar de la pobreza para siempre a nuestras familias. Esto significaba una nueva vida para todos, empezando de cero, y lo peor de todo para el negocio, un futuro.

Si a todo esto le sumábamos la ampliación de los efectivos de la Policía Nacional y la Guardia Civil en toda la zona, se crearía un cóctel explosivo que iba a ser difícil de manejar.

Para hacer frente a esta ofensiva, había tenido que cambiar las condiciones a mis «empleados». Por una parte, subiendo las tarifas, de forma considerable, a los que siempre me habían sido fieles y cuidando mejor a sus familias, haciéndoles ver que fuera del narcotráfico hacía mucho frío y que era mejor que siguieran a mi lado.

Por otra, había tenido que hacer un amplio ejercicio de represión para evitar huidas no deseadas hacia ese mundo idílico que les estaban vendiendo. Se habían producido varias muertes que en otras condiciones me hubiera evitado, pero debían saber que a Padre no se le traicionaba si no querían ser pasto de los gusanos.

Mis medidas de seguridad personales habían aumentado, añadiendo varios guardias de seguridad a mi séquito. No me desplazaba a ninguna parte sin compañía y más sabiendo las últimas noticias que me habían llegado por parte de los agentes de la benemérita que tenía comprados, o más bien de la falta de ellas, ya que habían cortado la comunicación. Esto me hizo pensar en dos posibilidades: que los habían descubierto y ya estaban en prisión, o que la oferta de amnistía y nuevas reformas hacía imposible que siguieran junto a mí sin correr riesgos.

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