Parte 1

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Katherine estaba en su habitación, retorciéndose las faldas del vestido con nerviosismo. Sintió que alguien abría la puerta con precaución y no necesitó girarse para saber que se trataba de Thomas.

El chico se acercó a ella, pero Katherine le esquivó para cerrar la puerta tras él.

-¿Te ha visto alguien? –preguntó, ansiosa.

-Solo William -respondió él, molesto por tener que andar con tanto secretismo.

Katherine asintió y le acarició la mejilla con suavidad para distraerle de esos pensamientos. Con ese simple gesto consiguió devolverle la sonrisa.

-Te quiero -susurró Thomas, sin pensarlo. Siempre era fácil decírselo a ella, tan natural como apoyar el rostro en la palma de su mano para sentir su contacto.

Katherine abrió la boca para responderle, pero él la interrumpió.

-Por eso odio todo esto. Esta noche... -comenzó, pero no era necesario terminar.

Los dos sabían que esa noche iba a ser una dura prueba.

Thomas salió al balcón donde momentos antes había estado ella y se apoyó en la barandilla, mirando al jardín que los criados se afanaban por engalanar para la cena. Ella le miró, sonriendo con cariño. Aún le recordaba a aquel chiquillo que había conocido años atrás, por mucho que los dos hubieran cambiado.

Ser la única hija de una familia tan influyente como la suya siempre había supuesto una gran presión para Katherine. Había demasiadas expectativas sobre ella y se pasaba el día rodeada solamente adultos desde que no era más que un bebé. Al principio no era importante, pero según fue creciendo resultó evidente que necesitaba relacionarse con alguien de su edad. Fue por eso por lo que su padre accedió a que hiciera amistad con Thomas, a pesar de que él no era más que el hijo de una de las cocineras. Todo parecía funcionar, hasta que dejaron de ser unos niños.

Entonces el padre de Katherine decidió que era hora de que empezara a centrarse en sus obligaciones como heredera de la familia y, desde luego, pasar las horas con un muchacho del servicio no estaba entre los planes que habían trazado para ella. Por su parte, Thomas cada vez tenía más tareas como criado en la casa y ella siempre le distraía, paseándose por todos los rincones y buscando cualquier excusa para escabullirse con él. No tardaron en prohibirles volver a verse.

De eso hacía ya dos años y Katherine acababa de cumplir los quince. Su rebeldía le había hecho enfrentarse a sus padres por haber tomado esa decisión, lo que le costó una semana de encierro en sus habitaciones. Pero William, su guardia personal, la había ayudado. Si bien no había participado activamente en la desobediencia de la muchacha, no había puesto ningún impedimento para que siguiera viendo a Thomas en momentos en los que nadie más podía descubrirles.

Tal vez fuera esa necesidad de mantenerse siempre a escondidas, o puede que simplemente fuera algo que tuviera que pasar, pero un año atrás Thomas y ella se habían dado cuenta de que no tenía sentido seguir ocultándose que lo que habían ido creando entre los dos era más que una amistad infantil. Entonces, tras una larga conversación y arriesgando aún más de lo que habían arriesgado hasta entonces, habían decidido empezar una relación llena de buenos y malos momentos. William y Elizabeth, la criada de más confianza de Katherine, eran sus únicos confidentes.

Estaba tan absorta en sus recuerdos que no se había dado cuenta de que Thomas estaba otra vez a su lado, mirándola con una expresión tan seria que logró devolverla a la realidad en un instante.

Esa noche, por insistencia de su padre, ella tendría que cenar con algún miembro de la nobleza del que no recordaba el nombre, ni el título. Además, Thomas sería uno de los que servirían el banquete.

─Ya te he dicho que no debes preocuparte ─le dijo ella con dulzura, adivinando que él estaba pensando en lo mismo─. Solo será una cena, me esforzaré por ser amable y después todo habrá acabado.

─No ─replicó él─. No habrá hecho más que empezar, ¿no te das cuenta? ─añadió, con cierta amargura en su voz–. Te presionarán hasta que aceptes a alguien.

─Entonces te elegiré a ti ─aseguró ella con naturalidad.

Thomas no pudo evitar sonreír ante su ocurrencia. Era una locura. A pesar de haber pasado toda la vida juntos, venían de mundos diferentes. Pero sabía lo testaruda que era.

─Al menos he logrado animarte un poco ─comentó ella─. Ya sabes que me da igual cuántos nobles aburridos me presente mi padre, porque yo te quiero a ti.

Él la abrazó con fuerza y le prometió que no iba a estropear todo lo que habían conseguido hasta entonces por una sola noche. Pondría todo su empeño en disimular.

─¿Y si nos vamos? ─dijo ella, como si le hubiera pasado por la mente de repente.

─¿Escaparnos? ─preguntó Thomas, incrédulo.

─Dime que nunca lo has pensado.

─Por supuesto que lo he pensado. Me encantaría hacerlo. Pero no podemos, no tenemos dónde ir.

Ella le miró, pensativa y con el ceño fruncido ante la seguridad con la que él había rechazado la idea.

─Deberías vestirte ya para la cena ─le aconsejó Thomas.

Ella asintió y comenzó a cambiarse detrás de un biombo que había en un rincón de la amplia habitación. Al poco tiempo, salió a medio vestir.

─¿Me ayudas con el vestido?

Cuando Thomas la vio, no pudo apartar los ojos de ella. Llevaba un vestido añil de raso, cubierto de gasa del mismo color. Las mangas eran amplias, y le daban un aspecto altivo cuando abría los brazos. El escote, aunque discreto, realzaba su figura, y el vuelo le daba un aire muy elegante, ya que caía suelto después de cruzarse bajo el pecho.

─Estás preciosa ─dijo al fin.

─Gracias ─respondió ella, sonriendo antes de darle la espalda.

Entonces él comenzó a abrocharle el vestido lentamente, deslizando las yemas de los dedos con suavidad por su espalda. Katherine se estremeció y se preguntó si tendría fuerzas para fingir estar interesada en el joven con el que iba a cenar. Lo dudaba, al menos mientras Thomas estuviera cerca. Cuando terminó, se volvió hacia él.

─Será mejor que te marches –le dijo─. Elizabeth tiene que estar a punto de llegar.

Él asintió, pero antes de marcharse la abrazó otra vez, juntando su frente con la de ella. Dejándose llevar como tantas otras veces, la besó. Fue un beso casi desesperado, motivado por toda la presión que estaban soportando los dos.

Entonces oyeron un carraspeo que les hizo separarse de un salto, como si hubieran tirado de ellos en direcciones opuestas. Respiraron con alivio al comprobar que se trataba de William.

─Deberíais ser más cuidadosos ─les recriminó─. Se ha hecho tarde, así que Elizabeth tendrá que darse prisa para arreglarte.

La criada era una mujer menuda que siempre se movía nerviosamente de un lugar a otro. En cuanto hubo entrado, sentó a Katherine y comenzó a peinarla. Entonces Thomas le dedicó una última sonrisa y salió del cuarto, comprobando antes que nadie pudiera verle.

Una nueva oportunidadWo Geschichten leben. Entdecke jetzt