II: EL ABOGADO DEL DIABLO

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—¡Que no, gorda! Que mejor ve tú a sacarte toda esa grasa que tienes almacenada desde que naciste —le dije con molestia, pues toda la visita se había reducido a hablar sobre cirugías y mi aspecto "poco presentable".

Sole y Juliana se miraron con pena (o eso pensé) y ambas se pegaron a mí como larvas para abrazarme.

—Que tires vuestra ira contra nosotras no resolverá el problema. Todo lo hacemos porque te queremos y sabemos que con unos retoques podrás llegar más lejos. ¿Por qué creéis que aún no sales en revistas?

Sole hablaba como si todo lo que decía fuera lo más tierno que pudiera decir, y llegué a un punto en que no me importaba lo que me decían. No podía tomar en serio a un par de gordas que solo metían su hocico en artículos de cómo atrapar a un hombre. Así que solo las abracé y decidí ignorar sus comentarios, por más que me dieran ganas de reventarles un pastel de mierda en la cara.

Cuando Isabel y Marta venían de visita era sumamente aburrido. Ese par no hacía otra cosa que andar tejiendo y traer cotilleos de nuestro pueblo. Ellas dos fueron las únicas que se quedaron con nuestra madre, y adoptaron las mismas costumbres que ella. Nunca se casaron porque nuestra progenitora era demasiado exigente con los yernos que quería y al final llegaron a los treinta hechas unas jamonas sufridas. En par de ocasiones las aconsejé irse de Sos para que buscaran su propia vida lejos de la falda de mamá, pero eso es como el Síndrome de Estocolmo: una vez acostumbras a tu mente, difícilmente mueves tu cuerpo.

Con Sara y Paula las cosas siempre fueron distintas. Las gemelas se convirtieron en actrices. A mamá casi le dio un infarto cuando vio por primera vez una escena de sexo salvaje entre Sara y el actor de telenovela favorito de nuestra madre. Automáticamente el actor pasó de ser el sueño de mamá a ser su mayor pesadilla. No sé cuánto tiempo pasó hasta que nuestra madre se hizo a la idea de que sus hijas gemelas eran actrices y adultas y no unas niñas. Creo que unos dos o tres años, cuando mis hermanas comenzaron a ganar premios y reconocimiento en todo el mundo.

Recuerdo que toda la familia estaba sentada en la pequeña salita de nuestra vieja casa viendo por cable las premiaciones de ese año, y cuando la delgada presentadora del programa mencionó a Paula, mamá pegó un grito al cielo mientras lloraba a mares.

—¡Sabía que ella ganaría! ¡Ese talento lo heredaron de su madre!

—¿Lo de dramáticas? Oh, sí, por supuesto que sí —aseveró Ana.

—Solo la han mencionado. Todavía no gana, amá' —le explicó Sole. Solo bastó que mamá le lanzara una mirada aprensiva para que se callara irremediablemente.

Las gemelas ganaron el premio y nuestra madre comenzó a ceder, pues no tuvo más remedio que hacerlo. Ellas habían decidido irse de Sos cuando un viejo amigo de nuestro padre les ofreció llevarlas a una audición para una telenovela que se rodaría en ese año y a mis hermanas no les importó que mamá pegara el grito en el cielo. Siempre admiré la osadía de ellas frente a nuestra madre, algo que yo nunca pude tener hasta muy tarde.

Sara y Paula eran una dosis de realidad fantasiosa y refrescante. Adoraba cuando venían a verme porque mientras me narraban sus aventuras con celebridades, yo podía olvidar mi patética vida. Me gustaba el humor negro de ambas, sus espíritus aventureros y sus risotadas llenas de vida. Pese a que ambas llevaban una vida ajetreada, jamás pasé demasiado tiempo sin verlas.

Y, por último, Ana. Mi Ana. Mi hermosísima Ana. Con ella no bastaba un solo domingo. Ana era la más cercana a mí, la que siempre estuvo ahí no importaba el día o la hora. Ella nunca llevó una vida fácil. Lo peor es que yo nunca supe lo mierda que fue su vida hasta que... murió. Aún no puedo hablar de ella, siento que cada vez que la evoco una parte de mí se vuelve más pesada, más oscura...

La Esquina de los FeosWhere stories live. Discover now