| • Capítulo 6 • |

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La verdad es que es un niño brillante y mi intervención solo entorpece su esfuerzo.

—Cuando Daniel te pidió que vinieras a cuidarnos y ayudarnos, realmente esperaba que vinieras a cuidarnos —apunta Dakota, entrando a la cocina con un cepillo del cabello roto, sin el bastón de guía—. ¿No puedes mantener al Pacman quieto? Ya me ha estropeado el cepillo.

Sonrío con todo el sarcasmo que puedo invocar a tal hora del día y la veo sin una pizca de gracia.

—Lo siento, me salté el tomo de información sobre el cuidado de los patos africanos.

Ella resopla.

—Es pakistaní.

—Sí, tampoco leí eso. —Descarto barriendo la mano al aire, restándole importancia al asunto del pato y volviendo la mirada a los dibujitos de los libros, donde el narrador explica la forma correcta de anudar los zapatos.

Entonces, como si el maldito pato supiera que estábamos hablando de él, corre a morderme la punta del zapato. Gracias al cielo los zapatos de Beca son una talla más grande y no causa mucho daño en mis dedos, lo que agradezco porque apenas he tenido tiempo de curarme las heridas en la pantorrilla.

—Suéltame, maldito pato loco —refunfuño mientras agito mi pie en su pico.

—Vamos, Pacman, es nuestra amiga —recuerda Dan antes de bajarse a tratar de luchar con la quijada del pato—. Vamos, suéltala... Pacman... No debes atacar a los amigos...

Bueno ahora veo por qué es importante saber que es pakistaní. El maldito pájaro acuático tiene una fuerza envidiable. Lo recordaré la próxima vez que alguien me venda algo de origen pakistaní.

Entonces, el pato gana, se libera y corre con mi zapato.

Sé lo que estás pensando. Es patético. Un pato con dos patas más parecidas a aletas para tierra, con menos de diez centímetros de distancia una de la otra... no puede llegar tan lejos, ¿no?... Pues no, no debería.

Pero lo hace.

Maldita sea, lo hace.

—¡¿Qué demonios le dan de comer a este pato?! —grito después de dar dos vueltas a la isla de la cocina, persiguiéndolo sin éxito.

Dakota y el Cerebrito están que se parten de risa. Después de que Pacman me quitara el zapato por las malas, el niño se rindió y me dejó sola; Dakota, por otro lado, olvidó el tema del cepillo roto.

El pato realiza un cambio de estrategia y corre hacia la sala principal. No puedo andar por toda la casa con un solo zapato, daría mala imagen en mi primer día de trabajo, así que me propongo recuperarlo aunque me cueste una pierna, un ojo o un pato asado. Además, no puedo volver a casa sin el zapato de Beca. No tengo opción.

Es absurdo, la Danya de hace un año seguramente habría mandado al diablo al pato al primer mordisco, es más, la Danya de un año atrás ni siquiera se plantearía la idea de usar un zapato mordisqueado. No, ni de chiste.

Ojalá pudiera solo comprar otro par, uno a mi medida, si no era mucho pedir, pero perder dinero ya no es una opción.

El pato ejecuta un giro intrépido bajo la mesa de centro y me hace trastabillar. Los chicos siguen riendo y yo no puedo hacer más que odiarlos en silencio y perseguir al pato.

Sé que ha cambiado de dirección, pero mi mirada se ha vuelto una mirada de túnel donde solo somos el pato y yo. Mi objetivo es quitarle el zapato... y unas cuantas plumas, si estamos de suerte.

Logro atraparlo cuando se queda apresado debajo de un escritorio. Lucho contra su firme quijada y trato de no pensar en lo que pasaría si de pronto decide que morderme una mano es una mejor idea. No creo poder recuperar un dedo si elige cambiar de estrategia.

El Café Moka de ParísWhere stories live. Discover now