Cap. 16 - Voluntad

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No durmió, pero al cabo de un rato calló en una especie de extraña duermevela de la que la despertó el sonido de la puerta al cerrarse abajo y los gritos de su madre:

—¡¿Dónde estabas?! ¡Emil dijo que ibas a volver aquí!

Miriam también alzó la cabeza al escuchar nombrar a su esposo. Para cuando se incorporó, Claudia ya se había puesto los zuecos y corría escaleras abajo. Las voces y la luz venían de la cocina. Divisó la figura de Yannick, medio sentado y medio caído en el único taburete que tenían allí.

La indignación de Serafina se había disuelto casi tan rápido como había llegado.

—¿Te duele, querido? Déjame que te ponga un paño de agua fría...

—Estoy bien —protestó Yannick, pero cuando alzó un poco la vista hacia Claudia, la luz de la lámpara reveló algo muy distinto: tenía un ojo hinchado, el labio partido y tierra en su rostro y ropa. Claudia no lo había visto en un estado tan lamentable desde que eran pequeños y los matones del pueblo se metían con él por ser un "enclenque".

—¿Qué te pasó? —preguntó Miriam, envolviéndose otra vez en el chal.

Los ojos (o mejor dicho, el ojo bueno) de Yannick se posaron en ella, luego en Claudia y por último en Serafina, que ya se le venía encima con un paño empapado para limpiarlo un poco.

Fue como leerle el pensamiento. Claudia supo, incluso antes de que su hermano abriera la boca, que todo lo que iba a decir a continuación sería una completa mentira.

—Estaba oscuro. Me tropecé y me caí. Debo de haberme desmayado por un momento.

—Eso es muy grave —dijo Serafina, palpando su rostro hinchado—. Tendrás que hacer que te vea el señor Brahan...

—Creo que en estos momentos tiene problemas más graves —dijo Yannick. Se apoyó en la pared y se levantó con torpeza, ignorando las protestas y advertencias de Serafina—. Estoy bien. Algo mareado. Voy a acostarme. Claudia, ayúdame.

Claudia pensó que exageraba el bamboleo de sus pasos, pero cuando se apoyó en ella mientras subían la escalera, se dio cuenta que realmente estaba dolorido. Se sintió una egoísta. Ella estaba allí llorando y sintiéndose miserable, mientras que a Yannick le había ocurrido esto.

Y quién sabía lo que le estaba ocurriendo a Ches...

—Lo siento.

Claudia se sorprendió tanto que casi lo deja caer. Yannick la miraba con seriedad, parados en el pasillo entre sus puertas, el mismo lugar donde hacía solamente unas horas le había dicho que Cheshire la esperaría cerca del puente.

—Quise avisarles, Claudia —dijo Yannick—. Quise hacerlo, pero Emil me detuvo.

—¿Emil? —repitió Claudia, en el mismo tono que hubiera usado si Yannick le hubiera dicho que una Bruja de verdad le había echado una maldición—. ¿Por qué?

Yannick sacudió la cabeza, para indicar que o no lo sabía o no era importante. El resultado había sido exactamente el mismo.

—No quise decirlo delante de Miriam —contó mientras retomaban el camino hacia su habitación—. Quizá él solamente está convencido de que esto es lo correcto.

—No entiendo como nadie puede creer eso —dijo Claudia. Fue un tremendo alivio hablar con libertad, con alguien que opinaba lo mismo que ella. Incluso si ese alguien se desplomó en su jergón en cuanto estuvieron lo bastante cerca.

El cuento del cuentacuentosWhere stories live. Discover now