Camino por la calle, deseando llegar a casa para darme una ducha. Estoy por mi barrio, así que mi deseo se cumplirá dentro de muy poco.
Sin embargo, aminoro el paso.
Delante de mí hay una chica, alta, delgada. Con el pelo rosa. Me encanta su pelo.
Lleva una falda blanca corta, de vuelo, como las de jugar al tenis. Quizá esta chica sea tenista.
Sus zapatillas son blancas con algunos colores salpicados, grandes. Las típicas que odio. Pero a ella le quedan genial.
La camiseta que lleva imita unas transparencias, pero sin serlo. Azul, con ángeles estampados como los que se dibujan en los techos de las iglesias.
En su mano derecha lleva una bolsa marrón de panadería, pero no identifico cuál es. Me fijo en que lleva puestos unos auriculares color rosa.
Adelanto a la chica por su izquierda. Me doy cuenta de que se está comiendo un bollo, parece relleno de chocolate: de ahí a la bolsa de la pastelería.
La miro de reojo para verle la cara. Me encuentro un perfil fino, de piel muy clara, y un ojo maquillado con un rabillo que le hace monísima. Es muy guapa.
Sigo caminando sabiendo que no la volveré a ver. No obstante, un semáforo me impide proseguir, por lo que tengo la ocasión de volver a mirarla disimuladamente. Ella no se da cuenta, ensimismada en su música.
Me doy cuenta de que, aunque es muy guapa, lo que me gusta de ella es su rollo. Es... original. Diferente.
Y me encanta.
