—Nadie va a dispararme.

Sebastian apretó la mandíbula y se giró hacia adelante. Puso el coche en marcha y yo sonreí al salirme con la mía.

—Tenemos que pensar en qué vamos a decir en la facultad cuando te vean conmigo—dije cinco minutos después.

Sebastian hizo como si no hubiese hablado.

—Podrías pasar por alumno pero si nos ven llegar juntos a clase todos los días pensarán que estamos juntos.

Qué mas quisiera yo, pensé en mi fuero interno, pero eso era la verdad. Si Sebastian y yo llegábamos todos los días a la facultad en el mismo coche, la gente hablaría, y para desgracia mía, la gente ya hablaba demasiado de mí.

—Lo que piensa la gente debería de ser el ultimo de tus problemas.

—No quiero que sepan que tengo guardaespaldas.

—Dime... ¿qué quieres entonces? Porque soy tu guardaespaldas.

Miré su perfil molesta por su tono condescendiente.

—Para aquí—dije al llegar al parquin del campus. Estábamos lejos de la entrada de la facultad, esos lugares nadie los pillaba nunca justamente por eso, pero no quería que nadie nos viera.

Sebastian me miró un segundo antes de hacer lo que le pedía. Saqué la libreta de mi mochila y arranqué dos hojas.

—Ahí tienes los horarios de mis clases y el mapa del campus. No me hables dentro de la facultad, mantén una distancia segura pero sin levantar sospechas. Nos vemos aquí después de comer.

Me bajé del coche sin esperar respuesta. O empezaba a controlar la situación o Sebastian Moore iba a tener una idea equivocada de mi personalidad. Yo no dejaba que nadie me mangoneara, las normas las ponía yo y me daba a mí que a Sebastian eso no le iba a hacer mucha gracia.

Cuando entré en mi clase de economía, tarde, el profesor me miró con mala cara pero al menos me dejó sentarme en mi lugar de siempre, arriba del todo y junto al pasillo. Solo cuando saqué mi portátil y abrí el blog de notas, me permití mirar hacia a mi derecha. Allí, como quien no quiere la cosa estaba Sebastian sentado, sus ojos recorriendo la sala hasta llegar a mí. Por alguna razón no quise apartar los ojos cuando los míos se encontraron con los suyos en la distancia.

Concentrarme sabiendo que él me observaba fue algo prácticamente imposible.

El resto de la mañana pasó volando. Pedirle al profesor que me repitiera el examen que había perdido debido al secuestro fue un acto inútil. No quería contarle porqué me lo había perdido, y mi excusa de haber estado enferma pareció hacerle hasta gracia.

—Deberá presentarse al final con todo, señorita Cortés, y no hay más que hablar.

Salí pisando fuerte de la clase solo para ponerme de peor humor al ver a Regan, apoyado contra la pared de la cafetería y rodeado de todos sus amiguitos gilipollas.

Al pasar por delante empezaron los mismos silbidos y comentarios de siempre.

—¡Hombre Marfil! tu ausencia se ha hecho notar, unos cuantos hemos tenido que volver a la pornografía clásica de siempre.

Ignoré sus estúpidos comentarios y crucé la cafetería, compré una ensalada de canónigos y queso y me fui directa a mi mesa de siempre. Allí me sentaba con un grupo de amigos, que más que amigos eran compañeros de clase. Lisa y Estela eran dos compañeras de clase, a las que toleraba, más o menos. A Lisa la conocí en orientación académica y a Estela en el hospital después de que a casi las dos nos diera un coma etílico tras la primera fiesta en el campus.

MARFIL © (1)Where stories live. Discover now