Mirando todo, pero sin ver nada

26 5 0
                                    


Si me hubiesen dicho hace años que querer es poder, hoy mi armadura esmeralda, ya oxidada por el pasar de los años, se encontraría sentada en ese viejo trono junto a mi no pequeña espada de hoja esquirlada. Tan cómodo estaría, que ni el más grande motín de todo Sufijold podría mover mi cuerpo de allí.

Siempre he sido un caballero muy honrado entre los míos. El emblema de Solisser, un viejo clan no muy reconocido en Sufijold, siempre ha estado presente en mis armaduras. En nombre de Solisser he jurado, he peleado, he matado, y he vivido. Mis camaradas me han bautizado como ''Sói giá'', fuertemente activo en el pasado, paciente y calculador en la actualidad.

Ni siquiera durante mi estadía como juramentado en Solisser he ansiado el reconocimiento, la atención. Jamás me ha interesado ser quien comande a la organización, ni tampoco reinar en Sufijold, ni en ninguna otra capital. Tener el deber de administrar todo tipo de cosas nunca se me dió demasiado bien. Pero, lo que especialmente me atrae de sentarme en esa vetusta silla que, de no estar recubierta con algunas joyas, ni estar ubicada en ese castillo medio en ruinas no tendría tanto valor, es... la vista. Desde ahí arriba, me sentiría como el Coloso de Rodas, con la mirada expectante sobre el horizonte, más allá del mar. Las posibilidades de acabar como este mismo serían exorbitantemente altas; postrado sobre el agua, y siendo saqueado regularmente por vagabundos y piratas.

De todos modos, por Solisser, y ante los mismísimos seis Elfos Eruditos, juraría no subordinar al pueblo. Renunciaría a los bienes y recursos del lugar, renunciaría a todo tipo de joyas, negaría ofertas de esclavos, o cualquier otra cosa mundana. Solo exigiría privacidad. Solo el horizonte, y yo.

Este anhelo mío parece algo fuera del alcance. Incluso el más necio Goblin entendería la inalcanzabilidad de tal meta, pero, así como todo bebé dragón se esfuerza por alcanzar por fin el vuelo, yo no abandonaré tan fácilmente este ideal.

He estado empuñando espada y escudo desde temprana edad. Me obligaron a saber combatir, a saber defenderme y contraatacar. Contrario a esto, por las tardes me escapaba a hurtadillas al bosque de abedules. Allí, junto con mi pequeño pedazo de carbón, me dedicaba a dibujar sobre el suave pero roto trozo de papiro, las vistas desde ese añejo trono.

Imaginaba... ver a Sufijold con su particular estado continuo entre paz y guerra. Unos días oír y apreciar el caos, y otros días, divisar la magnífica brisa que cubre la mañana. Todos esos pensamientos e ilustraciones que realizaba desde muchacho, no quería que queden solo en mi mente o en un trozo de papiro. Dentro de este sucio carcaj que he estado llevando desde siempre, a pesar de no saber utilizar el arco y flecha, se encuentran almacenados mis cientos de dibujos sobre el trono. Los cuales usaré para forrarlo una vez me haga con él, y observaré con gran orgullo una vez me siente en ese lugar. Quería con todas mis ganas que algún día fuera real. Demoré casi cuarenta años en reaccionar. Así, como un gigante tiburón activa su delicado olfato para detectar cualquier rastro de sangre para seguir a su presa, yo activaré el mío: cualquier mínima posibilidad para tomar el trono, la usaré.

Quien está actualmente reinando en Sufijold es Sir Dwight de la Cornué. Un longevo hombre, de cabello del color de las cenizas, ojos celestes, y un severo problema para caminar. No tengo la intención de retarlo a un duelo por la corona, de torturarlo hasta la muerte, ni tampoco de llevar un ejército a puertas de su castillo. Es más, esta vez, Sói Giá no cuenta con ningún plan previamente ideado.

La única información que poseo, mejor dicho, deduzco, acerca los próximos planes de Sir Dwight, es que, en la mañana próxima, asistirá al festival anual de Sufijold: una celebración en la cual se incluyen espectáculos como; gladiadores luchando por su vida, bufones sin gracia alguna, sacrificios de animales, y, lo más importante, la competición de forja de espadas. Sin dudas, el rey asistirá a ese encuentro, es su deber como legítimo representante de Sufijold. Es ahí, cuando mi apagada armadura verdosa se dispondrá a tomar rumbo hacia el castillo medio en ruinas.

Mirando todo, pero sin ver nadaWhere stories live. Discover now