El puente

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Don Javi había cruzado la maldita Avenida de los Álamos desde que era un niño pequeño. Mucho antes incluso que la gran mayoría de los conductores de los coches que se conglomeraban entre sonidos de claxón, gritos y el ruido de la lluvia al caer. 

La avenida se encontraba tan desbordada de agua que, más que coches, uno podía imaginar a la gente recorriéndola en balsas. Don Javi ya tenía empapados sus zapatos negros y recién pulidos, y podía sentir como se le entumían los dedos de los pies aún estando resguardados en sus finos calcetines de algodón. 

Se detuvo un momento a inspeccionar su situación. Su casa se hallaba a unos cuantos metros, si tan solo tuviera un par de alas que lo ayudaran a volar sobre esos coches y toda esa agua puerca que se iba arrastrando corriente abajo, llegaría ahí en menos de treinta segundos. Pero vaya que no las tenía... en cambio, tenía un bastón y artrosis en la rodilla izquierda. Muy conveniente. 

Don Javi lanzó un suspiro mientras se sobaba la rodilla, la cual ya empezaba a doler, como era costumbre cuando bajaba la temperatura. Las nubes no se habían marchado, seguían sobre su cabeza, amenazando con lanzar más lluvia aún. Y mientras escuchaba la desesperación de los autos, el ruido del río artificial frente a él y sentía el viento frío golpear sus mejillas recordó los grandes árboles que le habían dado nombre a aquella avenida. Se vio a sí mismo correr a través de ellos mientras su mamá y sus hermanas lo perseguían, intentando tomar su mano. Casi pudo escuchar su risa infantil y ver la expresión en el rostro de su madre mientras los árboles la protegían de los calientes rayos del sol del verano. 

Pero todo se esfumó cuando un taxi pasó a su lado a toda velocidad, levantando el agua a su alredeor y tirándosela encima, mojándolo desde la cintura hasta los pies. 

"¡Ah, qué jijo de la chingada!" -exclamó don Javi mientras se traba de secar inútilmente con unos pedazos del periódico que traía consigo. 

Don Javi siguió caminando, malhumorado y derrotado hacia aquel puente horrible que había tratado de evitar. Se hallaba a unos pasos de él, con su pintura blanca de baja calidad y el graffiti y otras señales de vandalismo cubriéndola toda. Sin duda, ya no quedaba nada de aquellos frondosos álamos que recorrían la avenida, ni tampoco de aquel pequeñín correlón que alguna vez había sido. 

Su pierna se encargaba de recordarle lo viejo que era con cada paso, y aquel bastón que tanto odiaba se lo confirmaba con la malagradecida ayuda que le brindaba para apoyarse. Y pensar que, en sus buenos tiempos, Don Javi había sido todo un bailarín. Aun podía imaginarse en las tardeadas de las discos del centro, donde había conocido a su viejita, Sarita. Se habían casado muy jóvenes, con muchas ilusiones que se verían cumplidas, en su mayoría, a lo largo de los años. Entre ellas la de tener tres hijos: Marina, Arturo y Julián. 

A Don Javi se le escapó una lágrima al recordar a su viejita y a sus hijos. Siempre pasaba eso. ¿Qué estarían haciendo ahora sus chamacos?, se preguntaba. Los tres estaban ocupados todo el tiempo, apenas y los veía en navidad y año nuevo, pero ni siquiera podía platicar con ellos pues se Marina y Arturo se la vivían regañando a sus respectivos hijos por correr en la casa y Julián... bueno, Julián a veces ni se aparecía. ¿Cuándo se irá a casar ese muchacho?, se volvió a preguntar para sí. 

Don Javi siguió pensando en su viejita mientras caminaba por la acera, alejado lomás que pudiera de la avenida, hacia el puente peatonal. mirando a su vez que no viniera otro desgraciado a mojarlo...

 A veces extrañaba mucho a su viejita. La vida nunca había vuelto a ser la misma sin ella. Preparar café para uno, ver solo la televisión, comer sin platicar, reír sin nadie que escuchara, leerle al espacio vacío en su habitación, dormir abrazando su almohada... Todavía creía escuchar su delicada respiración al acostarse. Al principio le daba un poco de miedo, pero ya se había acostumbrado. Ahora, eso lo hacía sentir menos solo. 

El puenteWhere stories live. Discover now