El Asesino y las piratas - primera parte

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Suspiró nuevamente y, con desgano, miró el rostro de la mujer degollada. "No tienen ningún collar, ambas se sacaron los pendientes. ¿Dónde se habrán quedado sus bolsos? De seguro allí...". Sus pensamientos se interrumpieron por otro golpe en la cabeza.

~ * ~

- Míralo, es hermoso.

- Sí, es un hombre bello. Pero, ¿qué piensas hacer con él?

La capitana pirata sonrió. Era una muchacha menuda de piel canela.

La nave ardía y la tripulación sobreviviente había sido acorralada. Las piratas hicieron bultos con sábanas y metieron los tesoros del barco dentro.

Yoina, la capitana pirata, dio un último vistazo a su obra, como siempre hacía cuando el barco rendía buenos frutos, y se le vinieron todos esos recuerdos a la mente. "¿Tiempos mejores o peores? ¿Cómo saberlo? Apenas era una niña pequeña", pensó mientras su nave se alejaba de aquel punto luminoso que era su último barco saqueado. Su coleta de cabello sucio ondeaba al viento.

~ * ~

- Creo que nos hemos pasado.

- Sí, las velas ya están pequeñas - dijo su padre, mientras cerraba el libro - ahora sí, a dormir, mi princesa.

Yoina había tenido una infancia normal.

Hasta que todo se vino abajo. O más bien, todo fue reemplazándose poco a poco.

Cuando su madre enfermó, sus fiebres tomaron el lugar de los cuentos que su padre le contaba. Los días de alegría, se fueron sustituyendo por noches de sollozos y los paseos en el campo fueron relegados por días de soledad en su cuarto, viendo los pájaros trinar y los ratones merodear.

Su madre le dijo una frase muy trillada antes de morir: "Querida hija, sé piadosa y buena, Dios te protegerá desde el cielo y yo no me apartaré de tu lado y te bendeciré"[1]. Era una frase tan común que ya no recordaba si se lo había dicho o lo había leído en alguna otra parte. Era lo que Yoina llamaba Evento Trillado de Cuentos.

Pero volviendo a los cambios, estos, como una enredadera que crece y envuelve poco a poco a una pared, también se apoderaron de su padre cambiándolo por un tipo que se encerraba todas las noches y lloraba llamando a su madre. También los juegos fueron reemplazados por los quehaceres del hogar. Así, a sus siete años, comenzó a aprender a supervisar a la criada y a la cocinera, encargándose de alimentación y limpieza de ella y su padre.

Sus días fueron pasando entre la cocina, el cuidado de los animales junto al peón de la hacienda y lo único que le quedaba de su antigua familia: los libros. Su padre nunca más le volvió a leer cuentos, pero aún conservaba la impresionante biblioteca en la que Yoina siempre se encerraba a devorar todos los libros que podía.

Como fue un año de cambios, su padre volvió a ser sustituido por un hombre que iba y venía de casa, ausentándose por largos períodos, hasta el punto de volverse casi un extraño. Yoina, aún lo amaba y cada vez que él se iba, tenía miedo de también perderlo. Pero, la vorágine de cambios que poco a poco consumía todo hizo que un día su padre volviera de un viaje de negocios con una nueva familia: una esposa y dos hijas nuevas.

La diferencia era muy notoria: Yoina tenía los cabellos negros, los ojos grandes y oscuros, y la piel del color de la arena húmeda de la playa que tanto había visitado con su padre. Inclusive hasta ese momento apenas se había puesto a pensar en la blancura del rostro de su padre, muy diferente del suyo, y muy similar a los rostros de la nueva mujer y de sus nuevas hermanastras.

Las tres tenían los cabellos rubios, los ojos azules, la piel muy blanca, pero el corazón muy negro. A Yoina le quitaron todos sus vestidos, le dieron unas polleras sucias y raídas, un chal viejo y unos trapos con los que tuvo que hacerse algo de ropa. Se burlaban de ella y la obligaban a hacer las tareas de la casa. Yoina tenía que lavar los platos, limpiar el piso, coser, encender el fuego, recoger agua, ordeñar a las vacas y todo lo que se les ocurriese a las malvadas. Menos cocinar. Cocinar, no. Ya que por más tiempo que hubiera pasado en la cocina, cualquier cosa que Yoina tocara se volvía incomible para siempre. Y es que no era que no supiera cocinar. Yoina podía memorizar cualquier receta pues tenía la memoria más sorprendente del mundo, pero también la sazón más horripilante del universo. Una vez Yoina cocinó y, a pesar de contar con ayuda de la cocinera, su comida hizo que su madrastra y hermanastras perdieran la capacidad de percibir sabor alguno durante una semana entera. Yoina aprendió mucho ese mes, ya que estuvo muy cerca (¡incluso dio ideas muy buenas!) de los trabajadores cuando construyeron los nuevos silos para ellas.

El Artilugio RobadoWhere stories live. Discover now