IV

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Me inclino para hundir la mano en el agua sucia que fluye del río con parsimonia. Intento disuadir aquel recuerdo en donde era conducía por la leve marea que me arrojó justo en la orilla donde me hallo. Asimismo, toqueteo mi cuello, curiosa.

Solo se quedó la tenue sensación de la soga apretándose contra mi carne.

Me incorporo para avizorar el puente a lo lejos. Se ve tan pequeño e insignificante. Saber que allí, en esa vieja piedra, se han colgado varios inocentes, me amarga la boca. La ironía del asunto es que asistí a varias penitencias, desde muy niña.

Éramos conducidos por personas cercanas, como vecinos, quienes alegaban que era necesario el que fuéramos con el fin de aprender de nuestros errores o si no, seríamos nosotros los colgados. Aquello nos introducía mucho pánico. Veíamos cualquier acción como mala y nos redimíamos. Todo podría causar un pecado.

A medida que crecíamos, nos percatamos que esas personas en cuestión, eran hiladoras de pecados, pues eran y son avaras, lujuriosas, hipócritas, sedientas de injusticias e... intentan ser corderos en un rebaño inhóspito. Uno que solo alberga lobos disfrazados y muy pocos corderos verdaderos.

Las mujeres que fueron condenadas a mi lado, seguro no tuvieron otra oportunidad. Fueron llevadas por la muerte a rastras. Solo éramos dos inocentes, la muchacha que justificó vender ungüentos y yo, quien se mataba por ver mi entorno sano. Aquella vieja del ojo nublado estaba manchada por lo que ahora yace en mis hombros. Ni siquiera la conocía y tampoco la había visto cerca. A saber de dónde la sacaron.

—Hacía muchísimo que acogió la oscuridad, ¡era admirable!

Pego un brinco. Alterada, busco el causante de la voz por todo arbusto y árbol que está a mi alrededor. Con dificultad, elevo la mirada a una de las ramas secas de un pino desplumado. Allí yace un cuervo que mantiene su rostro virado con su orbe fijo en mí. Mueve un poco sus alas y sus patas aprietan más la madera. Grazna. Trastabillo.

—¿Tú... hablaste?

Extiende una ala y gira con lentitud su cráneo, pero sin despegar esa pupila dilatada de mi rostro.

—Era tan inocente como tú —exhala. Asombrada, contemplo cómo abre su pico y parece que simula poseer unos labios por los movimientos que este hace—. Pero su propia familia y la sociedad que la vio crecer, le dio la espalda. Con el semblante decaído y la sensación de soledad, se dejó llevar por el mal, el cual la acogió con los brazos abiertos y le hizo saber qué tan importante era.

Me sacudo.

—Era... era como yo.

Esta vez extiende ambas alas. Tal gesto me hace dar otro traspié. Sin embargo, poco a poco comprendo que es Él quien conversa conmigo a través del ave.

—Así es. —Se acicala—. Nos encanta refugiar a quienes le han hecho daño. Más que todo a los que albergan una ferviente ira en su corazón. Si les dan la espalda, ¿han de seguir ignorados?, ¡por supuesto que no!

Su chillido alarma a los otros pájaros que emprenden su vuelo.

—Señorita, ¿está bien?

Enfrento al hombre que se acerca con unos pescados sobre un hombro, con un niño a sus espaldas que trae consigo una red.

Pescadores.

—Parece usted perdida. —Su mirada bondadosa me provoca hastío.

Dirijo La atención, de nuevo, al cuervo. Sigue allí, mas en él ya no hay esa estela de maldad. Se ha ido.

El niño, curioso, también observa al animal. Se aferra más a los pantalones de su padre y se esconde poco a poco. Creo una mueca.

—¿Muchacha...?

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⏰ पिछला अद्यतन: Oct 07, 2019 ⏰

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