Maldición

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Maldición

Lucía González Lavado

Encuentros

Zoira, Orfanato Sallister.

La alarma del reloj logró que Dairine apartara la vista de la lectura y apagara el despertador. Eran las once de la noche, en los pasillos del orfanato ya se escuchaba a las encargadas ir, habitación por habitación, asegurándose de que todas las chicas apagaran las luces. Aunque Dairine tenía otras intenciones y esperaba poder escabullirse, como había hecho en más ocasiones. 

Como de costumbre, la puerta de su habitación se abrió. Por ella asomó una mujer rolliza que vestía un gastado vestido gris. Su cabello rojo iba mal recogido en un estirado moño y sus ojos negros y afilados estaban fijos en la muchacha. 

-¡Son las once, Dairine, deja de leer y apaga la luz! 

Ella asintió. Era muy obediente, o al menos lo fingía; Bianca no entraría en su habitación en la segunda ronda y eso era lo que más deseaba. Así pues, obedeció y apagó la luz. Esperó quince minutos; en el pasillo ya no se oía a nadie, las encargadas debían de estar haciendo la ronda en las plantas más bajas, y entonces alcanzó una pequeña linterna escondida bajo la cama. Con ella iluminó las páginas del libro que estaba leyendo -Las entrañas de Aine, de William Asghor- y se permitió disfrutar un poco más de las aventuras del profesor y de todo cuanto descubrió una vez cruzó la brecha por la que se escondía el sol. 

Era su libro de ficción favorito. Lo había sacado a escondidas de la biblioteca del orfanato y lo leía una y otra vez. Se lo conocía de memoria, pero aun así nunca se cansaba de él. El tomo de más de trescientas páginas estaba desgastado, algunas hojas estaban sueltas, pero eso no impedía a Dairine leerlo con la misma ilusión que si estuviera recién salido de la librería. 

Finalmente guardó el preciado ejemplar en una caja de cartón bajo su cama y se vistió. Eligió vaqueros oscuros y sudadera azul marino con capucha que le ayudaría a cubrir su larga y ondulada melena rubio dorada. Lista, corrió a la ventana, se agarró a la enredadera y minutos más tarde saltaba la tapia del orfanato. 

Corrió por desérticas calles iluminadas por farolas hasta dejar atrás el centro de la ciudad y adentrarse en la zona de los garitos. A diferencia del resto de Zoira, el pequeño barrio estaba hasta los topes de todo tipo de gente que disfrutaba de la noche y también de la música. 

Dairine intentó pasar desapercibida hasta llegar a El Pirata. El bar, o el garito de mala muerte, como Dairine se refería a él, era un lugar lúgubre que apestaba a tabaco. Nada se le había perdido en esa tasca a una chica de diecisiete años, pero el dueño del bar, una noche al mes, dejaba libre el escenario para que fuera ocupado por grupos o cantantes que deseaban darse a conocer en el mundo de la música. Esa madrugada Blue Wings, su grupo preferido, cantaba en cuarto lugar.  

-¡Esta noche las consumiciones son obligatorias! -le hizo saber un hosco camarero cuando llegó a la apartada mesa donde esperaba impaciente-. Si no pides, no tienes permitido quedarte. 

-Tráeme una cola -replicó la chica y los ojos se le abrieron de sorpresa cuando el camarero le hizo saber su alto coste-. ¿Tanto? ¡Solo es un refresco! 

-Lo siento, es noche de música, las consumiciones son obligatorias y su precio es más elevado. De alguna manera hay que compensar a todos los grupos que cantan hasta madrugada. 

La joven suspiró y pagó. Unos minutos después, sin hacer caso al refresco, esperaba que el tiempo transcurriera. Solo tres grupos debían tocar antes que los Blue Wings, pero la espera se le estaba haciendo eterna y para hacerla más amena tomó su Tablet y empezó a escribir. A pesar del estruendo, nada la desconcentró; el entorno se iba llenando sucesivamente de sonido heavy, rock duro, hasta que anunciaron el turno de los Blue Wings. 

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⏰ Última actualización: Nov 01, 2014 ⏰

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