—Yo… Iré de nuevo al mercado y prepararé algo…

—No tienes que preocuparte por eso —intervino Xue Yang con una voz incluso más… ¿cariñosa? —. En realidad, no hace falta nada porque ya puse a hervir las papas—. Dijo con una risita burlona. 

—¿Qué?

Xue Yang apartó a la ciega con brusquedad, atoró el martillo en su fajín y tomó la mano de Xiao XingChen con su diestra y la apretujó.

—Estaba nervioso porque te tardabas así que fui a buscarte. En el camino hallé lo que tiraste, pero no quise asustarte así que solo observé en silencio. Perdóname daozhang, no podía verte sufrir pero sé que quieres valerte por ti mismo. Por eso, cuando vi que estabas bien, te sobrepasé para dejarte volver solo —todo lo había dicho con una voz infantil, como si quisiera defenderse pero sin realmente sentirse apenado por ello. 

La joven que fingía ser ciega era la única que podía ver su expresión mañosa mientras acariciaba al sacerdote con insistencia. 

—Ah, entonces sí había alguien… 

—¿No me notaste, daozhang? Debo estar volviéndome muy bueno.

—O yo muy inútil… 

—¡Eso no es cierto, daozhang! —intervino la chica y Xue Yang apretó aún más su mano, acariciando su rostro con un par de dedos de su siniestra.

—Es todo temporal, pronto podrás volver a ser el mismo de antes.

—Ya no creo que pueda volver a ser el mismo —dijo en un lamentable tono y les dio la espalda para dirigirse a su habitación. 

Xue Yang se llevó las dos manos a las caderas, pensativamente para luego suspirar. Miró a la pequeña ciega y le dio una palmada en la espalda a lo que ella reaccionó bamboleando su bastón a varias direcciones y, claramente, también hacia él. 

—¡Maldito! ¡No te basta con violar al daozhang y preñarlo! —le gritó saltándole contra el pecho y dándole varios golpes— ¡También tienes que maltratarlo!

—¡Cierra la boca, ciega estúpida! —contestó él con fastidio—. Es su culpa por querer jugar al cultivador todopoderoso. No entiende que es un ser humano como cualquiera y que hay momentos en los que va a estar impotente. Así que deja de fastidiar y vete a gritar a otra parte, enana de mierda. 

—A-Qing… —dijo ella al borde de las lágrimas—. Mi nombre es A-Qing —repitió y lo pateó certeramente en el tobillo y luego salió corriendo. 

Xue Yang gruñó en voz baja y se sobó suavemente el lugar lastimado. Se giró sobre los talones y volvió al interior de la casa donde se encontró con Xiao XingChen de espaldas a las puertas, acariciando la pequeña cuna que había estado armando el padre de su hijo. 

—Sabes… —comenzó el taoísta antes de que Xue Yang diera otro paso hacia él—. En el pueblo dijeron que no debían hacerse trabajos de este tipo en la casa de alguien que está esperando —dijo y se giró hacia él—. ¿Es eso cierto? 

Xue Yang no pudo contener una risita, sacó el martillo y lo giró entre sus dedos de su mano completa. 

—¿Xiao XingCheng, acaso crees en tabúes tontos? ¿Acaso prefieres que ese bebé duerma entre la paja o en un ataúd? —se burló y depositó el martillo en sus manos—. Son todas habladurías de tontos. 

—Pero es que… Es que no lo sé, ¡hay tantas cosas que no sé sobre esto! Al principio ni siquiera sabía lo que me estaba pasando ni siquiera tú sabías o no querías aceptarlo…

—¡Ey, tenía todo el derecho de dudar! Pensé, pensé que sabrías evitarlo —lo acusó pero con un tono más bien burlón—. ¿Quién diría que aparte de virgen eras ignorante? —canturreó.

La espera en la decadenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora