Burbuja

8.4K 434 830
                                    

La canasta cayó pesadamente al suelo y algunas papas rodaron no muy lejos de él. Las manos temblorosas de Xiao XingChen se posaron en un árbol cercano y se recostó a duras penas para recuperar su estabilidad repentinamente perdida. Su respiración se había vuelto agitada de nuevo mientras trataba de calmarse, pero estaba demasiado nervioso, especialmente por lo inútil que se sentía. 

Se mordió el labio inferior con fuerza hasta hacérselo sangrar mientras pensaba en lo absurda que era su situación, en lo ridículo que se sentía al no poder ni siquiera salir a hacer las compras. Dejó escapar un sollozo, desesperado.

La brisa sopló suavemente y el sonido del pasto moviéndose lo trajo de vuelta a la realidad, incluso un aroma conocido llamó su atención, pero tras esperar unos momentos no sintió nada más a su alrededor. Después de un largo rato de obligarse a respirar pausadamente logró, al fin, recobrar la compostura. 

Desató su espada y, con vaina incluida, la usó como bastón para buscar su canasta y levantarla como pudo. Golpeó el suelo a su alrededor, pero no pudo hallar más que un par de rábanos que le costaron un terrible esfuerzo retomarlos. 

Una parte de él quiso maldecir, pero tampoco podía permitirse eso. No podía hacer algo así pues no era a causa de algo malo, solo de una situación incómoda. Después de todo, amaba demasiado al niño que crecía en su interior. 

Acarició su vientre por encima de las ropas un par de veces hasta que sintió un leve movimiento, una patada que le resultó incómoda pero tremendamente tranquilizadora a la vez. Tomó una bocanada de aire, aferró con fuerza su espada en una mano y su canasta con la otra antes de proseguir su camino. 

Varios minutos después, más de lo que él mismo podía haber imaginado, atravesó las puertas de la casa de ataúdes y oyó los pasos apresurados de A-Qing hacia él. Se notaba que estaba preocupada y lo tomó del brazo para luego mirar la canasta con apenas un par de cosas adentro. 

—¿Daozhang…? 

—Yo… —empezó él, dándose cuenta de que por el escaso peso la niña notaría lo que había pasado.

—No importa, es culpa de ese idiota por no ir él mismo por la comida. Es el que debería ir, ¿por qué irías tú y en estas condiciones?

—¡Ciega tonta! —soltó Xue Yang que había salido de una de las habitaciones. 

Tenía las mangas remangadas, llevaba un martillo y el cabello ajustado en un rodete alto mientras el sudor corría sobre su frente. Solo A-Qing podía notar lo exhausto que se veía pero aún así no le importó, en cambio, Xiao XingChen supuso nada más por el olor salino del sudor que provenía del otro, que no podía quedarse atrás. 

—A-Qing, no te enfades… Está bien —intervino el taoísta y Xue Yang se adelantó a arrebatarle la canasta prácticamente vacía. 

—¡Tú insististe en ir! ¡Qué te sirva de lección! —lo regañó. 

A-Qing infló los cachetes y trató de golpearlo con su bastón, pero el otro esquivó su ataque fácilmente. 

—¿Cómo te atreves a tratar así al daozhang? 

Xiao XingChen al notar que otra avalancha de discusiones se aproximaba, tomó aire y trató de hablar con calma. 

—A-Qing, él tiene razón yo…

—¡Y al fin tengo razón! —lo interrumpió Xue Yang y posó la mano libre en su cadera. Su sonrisa dejó entrever sus caninos para luego hablar con más calma, lo que extrañó a la jovencita—. Eso es bueno oírlo, si ya te has dado cuenta no volverás a hacer tonterías. 

La espera en la decadenciaOù les histoires vivent. Découvrez maintenant