— Sí, soy jean Leblanc, mucho gusto — ofreció la mano.

— Moncef Bonaire, mucho gusto— respondió al saludo —. Espero que las instalaciones sean de su gusto. El Dr. Mercier, me encargo que le asigne a su primer paciente. Ya que usted es nuevo, decidí asignarte a Yannick Moreau, es muy tranquilo y no te dará problemas — en la mano sostenía una carpeta que le entregó — tenga su historial.

— Muchas gracias — murmuró.

— Puedes iniciar mañana, hoy acomódate en tus habitaciones y trata de...— una conmoción interrumpió su conversación. Un hombre corpulento botó su comida gritando, sus chillidos sonaban a ira pura. Dos doctores lo sujetaban del brazo, pero el hombre furioso tenía mucha fuerza, no le podrían contener por mucho tiempo—. El deber me llama — se despidió Bonaire corriendo al hombre enloquecido. Rápido le inyectó tranquilizante en su cuello y poco a poco el hombre enfurecido dejó de luchar.

— Llévenlo a su habitación— ordenó el doctor Bonaire.

Jean se marchó, no quería interferir en el trabajo de los demás. Ya sabía quién sería su primer paciente. Caminando por los pasillos, abrió la carpeta.

Según la historia clínica, Yannick Monreau, nació en Lyon el año 1882. Su primer paciente era su mayor con seis años, esperaba que la diferencia de edad, no afectara su futura relación. Sus familiares le ingresaron hace once años, por discapacidad intelectual. Yannick tenía el intelecto de un niño, no especificaba la edad exacta, pero esa información le basto. La discapacidad intelectual no tenía cura.

Yannick debería estar en su casa, con su familia, rodeado de amor, pero supuso que sus familiares no querían cuidarlo. La tristeza le inundo, "¿Cómo sus familiares podían abandonarlo? Al menos no lo dejaron en la calle - pensó - debían preocuparse por él ya que le ingresaron en el Source ¿no? Pensándolo bien en el comedor había muchas personas de avanzada edad, ¿Tal vez no todos era enfermos mentales? ¿Sus familias también los ingresaron por que ya no querían cuidar de ellos?"

Perdido en sus pensamientos, no se percató, que con tanta caminata llegó a los dormitorios de los pacientes. La reja que protegía los cuartos estaba abierta. Todos los enfermos mentales estaban en el comedor. Se cuestionó si estas eran las habitaciones femeninas o masculinas. Ya que todos estaban desayunando, pensó que no habría problema si echaba un vistazo.

Caminando por los pasillos vio que estos acogían numerosas habitaciones. Algunos cuartos tenían dos camas y otros solo una, conservando la privacidad. A diferencia de sus propios aposentos, estos no tenían baño propio.

Aun sin saber si estaba en la zona femenina o masculina, observó cada cuarto buscando pistas, y fracasando miserablemente, pensó que al encontrar el baño le sacaría sus dudas, ya que los baños son diferentes para cada sexo.

Cerca al final de uno de los pasillos, Escucho una melodiosa voz que tarareaba una canción familiar, que no podía identificar.

La curiosidad se apoderó de él. La voz era femenina, un poco dulce por lo que podía escuchar, por cada paso que daba  se escuchaba más fuerte.

Recordó porque la canción le sonaba familiar. Cuando era niño, su madre tocaba esa canción en el piano, junto a otras melodías. Hasta que un día no volvió a tocar el piano. El pequeño Jean se decepcionó, le encantaba sentarse junto a su madre mientras ella interpretaba las partituras de música. Pero cuando su padre se percató de las abismales diferencias entre él y su hijo, pensó que pasar tanto tiempo con su madre era mala influencia, por lo cual hablo con ella pidiéndole, ya no tocar el piano o por lo menos, no lo hiciera cuando su hijo estaba cerca. El general Leblanc, ya no quería seguir distanciado de su hijo, quería que su vínculo se fortaleciera, y esa fue la mejor solución que se le ocurrió.

Al inicio su madre se negó, pero termino aceptando, al ver que su hijo, no deseaba pasar tiempo con su padre. Cada vez que su padre lo llevaba a su oficina mostrando su colección de pistolas, Jean trataba de escabullirse, en busca de su madre exigiéndole interpretar lindas melodías.

Visualizando como los dedos de su madre tocaban las teclas del piano. Recordó el nombre de la canción "Claro de luna por Debussy" es la melodía interpretada por esa dulce voz que, por cada paso dado, se hacía más fuerte, al acercarse al fin del pasillo.

Llegando a la última habitación, posó su mano en la manija. La voz provenía de ese cuarto. Jean no entendía porque su corazón comenzó a palpitar rápido, no se sentía nervioso o asustado, de hecho, estaba tranquilo, pero al parecer su corazón hizo caso omiso a su estado emocional. Burlándose de sí mismo, abrió la puerta sin emitir ruido.

No sabía que esperaba encontrar, pero, en definitiva, no era una mujer joven. La mujer más bella que jamás haya visto. Su cabello era tan negro como el azabache, le llegaba a la cintura. La joven acababa de despertar, porque su cabello ondulado, se encontraba despeinado. No debía medir más de 167 centímetros. Usaba un largo vestido blanco al igual que todas las pacientes femeninas, pero en ella lucia de alta costura.

Las sensuales curvas de su cuerpo, llenaban el vestido sencillo. Al estar parada frente la ventana enrejada a contra luz, Jean podía ver el contorno de su cuerpo con claridad.

Jean no podía moverse o emitir sonido, estaba petrificado por esta bella mujer, que ignorante de su presencia, seguía tarareando claro de luna ¿Era un ángel? ¿Por qué una mujer como ella vivía en un manicomio? Se veía joven ¿Cuantos años tenía? Miles de preguntas llenaron su mente.

De regreso a la realidad Jean se sintió avergonzado por su comportamiento, no digno de un caballero. Un hombre honorable, no tendría tales pensamientos lujuriosos e indecentes de una mujer, que ni siquiera conocía, sin importar lo hermosa que fuera.

Disimulando su sonrojo carraspeo haciendo notar su presencia. La mujer sorprendida giró la cabeza con tanta velocidad, que temió por su delicado cuello.

El rostro de un ángel lo enfrentó, sus delicadas facciones expresaban sorpresa. Sus labios carnosos formaron una pequeña "o" que casi le hizo reír, pero, se contuvo no queriendo ofenderle. La mujer le observo de pies a cabeza con curiosidad. Estaba nervioso y ella lo noto. Cambio su expresión de sorpresa por una sonrisa juguetona, aumentando su notorio nerviosismo, por más que intentara ocultarlo.

Jean se perdió en su mirada, el color de sus ojos le fascinaba; no eran azules o verdes, eran grises, gris como una tormenta, gris como la soledad.

— ¿Eres amigo de Pierre? —Pregunto esperanzada. Sus labios carnosos le regalo una sonrisa tímida. Si antes pensó que su voz al tatarear "claro de luna" era hermosa, ahora, sabía que su voz normal era un deleite.

—No, no sé quién es Pierre, soy el nuevo doctor, Jean Leblanc, mucho gusto señorita— inclino la cabeza cortés, pero la mujer le miro decepcionada. Su mirada no solo emitía decepción, si no, desconfianza y disgusto enmascarado de cortesía. Esa expresión le hirió, el ángel esperaba a alguien más. Ella no sintió esa mística conexión entre ellos, como lo hizo él. "¡Que estúpido soy! Nadie siente una tonta conexión al conocerse. Este no es un cuento para niñas. Actúa conforme a tu edad, Jean. Ya no eres un adolescente inmaduro" se reprendió.

Ya calmado, Jean analizo a la mujer, era clara su desconfianza a los médicos. Al no llevar bata de doctor, ella lo confundió con un visitante, un amigo de un tal Pierre ¿Quién era Pierre? Miles de preguntas volvieron a invadir su mente. Se prometió descubrirlo con el tiempo, por ahora solo una pregunta tenia prioridad — ¿Cuál es su nombre señorita? — cuestionó.

— Joanne Fortier.

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