Capítulo 3: El trato a la medianoche

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Tenía la espalda encorvada, a causa de una enorme joroba que imitaba un monte irlandés

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Tenía la espalda encorvada, a causa de una enorme joroba que imitaba un monte irlandés. Su atuendo, un abrigo pardo que le quedaba muy holgado, apestaba a calcetines sucios. En sus delgadas y artríticas manos sostenía un bastón para andar, pero parecía más una varita mágica, ya que poseía un bello diseño de espirales en el mango. Sin embargo, lo que más llamó la atención de ese anciano mal vestido eran sus ojos; inmaculados y brillantes, semejantes a dos fluorescentes bombillas de luz que recién fueron apagadas. En medio de ellos existían un par de misteriosas pupilas negras cuales pozos sin fondo, del tamaño de una aguja.

«Está ciego», pensó el desasosegado Ariel.

Supo pronto que estaba equivocado, porque descubrió aquellos puntitos azabaches fijados en él.

Ariel se levantó rápido del suelo, sin dejar de contemplar al extraño. Se alejó con un caminar análogo al de un cangrejo. El corazón le latía deprisa.

«¿De dónde salió? ¿Será el famoso Robaniños?», se preguntó.

¿Cómo es posible que no hubiera reparado en su fría presencia, ni que sintiera aquella mirada pesada analizándolo desde quién sabe cuándo? Y, sobre todo, ¿cómo pudo cometer la sandez de asistir al parque a la medianoche? Actualmente estaría en su dormitorio, arropado de pies a cabeza. A salvo.

—Ya era hora de que me vieras —habló el anciano con maneras de impaciencia.

Tosió una vez más y golpeó el suelo con su cayado. Cierta fina onda de polvo se extendió hacia todas direcciones.

—Me estaba cansando de toser tanto —dijo el señor, acaso respingando. Carraspeó—: Éjem, éjem... ¡Hola! ¿Qué estás haciendo aquí, jovencito? Deberías tener más cuidado en tu andar, esta es la hora predilecta del Robaniños para hacer de las suyas. ¿Que no te advirtieron tus padres lo peligroso que es salir tan tarde?

Ariel se limitó a responder.

«No hables con extraños», era otro consejo de los adultos, y no quería incumplir otra regla.

Con todo, el viejo de repente insistió con una voz quebrada y lastimera que recordaba el chocar de las olas del mar:

—No quise asustarte —expresó abatido—. Mmm, puedes irte si quieres. Pretendía tener una buena charla contigo. A veces me siento tan... —Robó aire—, pero tan solo. ¡Fíjate en la expresión que tienes! Tu cara de repulsión demuestra lo que soy para ti: una arcaica aberración de la naturaleza, benemérita de la soledad.

—Eso no es cierto —replicó Ariel con resuello, recobrándose del susto—. Me sorprendí porque..., porque no sabía que había alguien más aquí.

—Oh, por supuesto que no —rebatió el otro—. Es porque soy horroroso, ¿verdad? Lleno de segmentos pellejudos colgando de mi cuerpo como tela vieja; un saco de huesos quejumbroso y adolorido que ya no sirve para nada; un despreocupado ermitaño; un adefesio de la naturaleza que usa ropa de segunda mano exhumada de la basura; el puntito negro en el arroz.

Mermelada de Estrellas: Las cinco nochesWhere stories live. Discover now