Prólogo

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Estaba terminando de ordenar las cosas en su mochila con todo lo necesario para los días que estarían montando guardia. Estaba tan acostumbrado a hacerlo que incluso podría preparar todo con los ojos cerrados. Era parte del entrenamiento y cualquier soldado correctamente adiestrado podía hacerlo.

Por una parte estaba emocionado por llevar acabo esa misión. Llevaban meses sin hacer nada difícil, más que patrullar la zona y estar listos por si surgía cualquier cosa, por lo que la perspectiva de hacer algo importante hacía burbujear la emoción en sus venas. Pero también estaba la aprensión, porque las misiones de contingencia podían ser sumamente preligrosas, en especial si se transformaban en un contrataque.

Sus superiores estaban completamente seguros de que no había mayor riesgo, de que podrían acabar con la red de reclutadores en un abrir y cerrar de ojos.

Hacía cosa de unos meses habían descubierto algunos integrantes de un grupo terrorista que reclutaban niños en zonas marginadas de Kabul. Escogían a los más pequeños para adiestrarlos, lavarles el cerebro y convencerlos de que cometer actos terroristas eran la única manera de purificar el mundo, porque así es como lo ordenaba Alá.

Era deprimente y desgarrador darse cuenta de que por muchas células terroritas que desbarataran, surgían muchas más. Eran como una plaga o un virus que se propagaba sin control. Especialmente porque la guerra ya no solo se libraba en medio oriente, extendiéndose por todo el mundo, a una velocidad tan rápida y aterradora que James se preguntaba si algún día podrían realmente acabar con eso.

Soldados morían a diario, al igual que los cíviles que quedaban en memdio del fuego cruzado. Pero eso mismo despertaba una sensación de deber que era difícil de ignorar. Ser soldado en combate significaba entregar tu vida a la causa y esperar que eso ayudara a un bien mayor. Lamentablemente a veces eso no era suficiente.

—Capitán Cross— uno de los soldados de infantería entró al dormitorio. —Tiene una llamada de su esposa. —Informó.

James parpadeó un poco confuso. Por lo general era él quien llamaba a Ros y lo hacía los domingos que era los días que tenían menos actividad en la base. Se puso de pie aceptando el saludó que el soldado le dio y lo siguió fuera del dormitorio hacia la sala de operaciones y conferencias que era por lo general donde los soldados podían realizar llamadas a sus familias. En aquel momento estaba vacía ya que todos estaba preparándose para partir por la noche al punto donde mantendrían vigilancia por unos días.

El soldado que lo llevó hasta ahí le dió un saludo más levantando su mano a la altura de su frente y luego se marchó para darle privacidad. Caminó hasta el escritorio donde una portátil ya estaba abierta. En la pantalla pudo distinguir a Rosmary, el cabello suelto a los lados de su rostro, su expresión seria lo tomó por sorpresa.

—Hey, hola mi amor— saludó al tiempo que tomaba asiento.

—Hola— Ros le regaló una sonrisa tensa, nada comparado con antiguas videollamadas en donde la mujer sonreía ampliamente y le decía cuanto lo extrañaba.

—Es una sorpresa que me hayas llamado, aunque esta bien porque esta noche debemos salir de misión y no se si el domingo estaré de vuelta— dijo alegremente, pero ella no cambio su expresión y eso puso alerta a James—¿Esta todo bien, muñeca?

—No me llames así, sabes que no me gusta— murmuró ella frunciendo el ceño. Sus ojos castaños veían a todos lados excepto a él.

—Okey— murmuró extrañado rascándose la nuca con incomodidad— Lo siento.

Se quedaron en silencio y James se tragó el suspiro frustrado que se atoraba en su garganta. Era consciente que desde hacía alrededor de un año su relación con Ros no iba bien. Sabía que ella estaba enojada porque él estuviera al otro lado del mundo.  Debía ser difícil que la única manera en podían hablar, era através de videollamadas que seguramente eran monitoreadas por el gobierno.

Un amor para James (Suerte # 6.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora