Capítulo 48. Tío Dan

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Luego de unos minutos de paseo, Dan llevó al señor McMan de regreso a su habitación y lo ayudó a recostarse en su cama. El señor mayor soltó un pequeño gemido doloroso cuando Dan lo sentó en la cama, pero se apresuró de inmediato a aclarar que no era nada; era todo un guerrero a su modo. Terminó de recostarlo y lo cubrió hasta el pecho con la sábana blanca.

—¿Todo se siente bien?

—Mejor que nunca —rio el hombre mayor con voz ronca y cansada, seguido poco después por dos pequeños tosidos.

Mientras Daniel lo terminaba de arropar, colocándole también una frazada no muy gruesa para compensar un poco el frío, notó que los ojos del residente se desviaban hacia la puerta abierta cuarto. Dan se viró en dicha dirección por mero reflejo, y ahí lo vio: a Azreel, llamado de cariño simplemente como Azzie, ese gato de pelaje gris oscuro que con los años parecía haberse puesto más grande y gordo, pero que aún mantenía la gracia y vitalidad de un jovencito. Estaba sentado justo en el marco de la puerta, mirando con sus ojos brillantes y fulminantes en dirección a la cama. Los tres se quedaron callados, incluso conteniendo un poco la respiración. Azzie ladeó su cabeza hacia un lado sin apartar su mirada del punto que tanto le llamaba la atención. Hubo al menos unos diez segundos más de silencio, y entonces el gato se incorporó de nuevo y siguió avanzando por el pasillo, alejándose despreocupado de aquella puerta.

Sólo entonces Daniel y el señor McMan respiraron con alivio, aunque quizás también con una combinación de decepción.

—Parece que el doctor no lo podrá atender esta noche —comentó Dan intentando aligerar un poco el ambiente.

—Otro día será —comentó McMan con una media sonrisa.

Azzie era el doctor más sabio de todo ese lugar. Cuando a alguno de los residentes le llegaba la hora, él se los podía decir sin equivocación alguna. Pero cuando no era aún el momento, no lo era y él lo sabía bien. Y al parecer al señor McMan aún le quedaban unas cuantas noches más en ese sitio; o al menos así lo diagnosticaba el doctor.

Dan siguió arropándolo y justo ya había terminado cuando sintió la presencia de alguien más en la puerta, pero ahora considerablemente más grande que la de un gato.

—Daniel —le llamó una enfermera de uniforme blanco desde la puerta, con tono suave—. Tienes una llamada de tu hermana.

El cuidador se giró hacia ella con expresión perpleja.

—¿De mi hermana?

Dan caviló unos segundos antes de que el sentido de aquella frase tuviera forma completa en su cabeza.

¿Cuánto había pasado ya?, ¿cinco años? Y aún de vez en cuando tenía esos escasos, pero aún existentes, lapsos en los que su mente consciente no relacionaba la expresión "tu hermana" con un nombre y un rostro concreto, aunque aquello solía arreglarse rápido. Y no era que tuviera alguna aversión hacia Lucy Stone, o a la idea de descubrir a sus cuarenta que tenía una media hermana de la que nunca había sabido, o siquiera que ambos tuvieran algún tipo de mala relación. Sencillamente parecía haber un cierto acuerdo implícito entre ambos de no llevar aquel trato mutuo más allá de una educada amistad de adultos, con la cordialidad propia de una plática de día de campo con algún vecino o padre de familia conocido de la escuela; Daniel no era ninguna de las dos cosas, cabe mencionar. Esto era quizás inspirado por la desconfianza inherente en dos completos extraños, la incomodidad comprensible que provocaba la conexión poco ideal existente entre ambos, o simplemente la falta de cariño fraternal, que a diferencia de lo que las películas mostraban no surgía espontáneamente como margaritas de la tierra. Por lo tanto, además de la confusión inicial de Daniel, habría que sumarle la conclusión lógica de que Lucy no le estaría llamando a esas horas de la noche sólo para saludar y preguntarle cómo había sido su día, especialmente presentándose directamente como "su hermana", al menos de que así lo requiriera.

Resplandor entre TinieblasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora