Una trivialidad, ahre

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Hace ya unas semanas, mi profesor de Filosofía nos preguntó a la clase que habíamos aprendido de la vida. De uno por uno, todos fueron contando lo suyo, apoyándose de sus experiencias y hasta creencias religiosas, desde miradas positivas hasta versiones perfectamente ordenadas del universo, dónde cada parte del cosmos sucedía a su manera exacta para llevarnos a otros a nuestro destino. Dado que hablar en público me ocasiona una extraña ansiedad, sobre todo ante una gran mayoría de desconocidos, decidí planear meticulosamente cada palabra que pronunciaría, ¿así cómo podía cometer error alguno?

Llegando el momento, me bloqueé. No fue vergüenza ni pena, más bien como si el mundo de pronto sucediera demasiado rápido para si quiera procesar los datos en mi mente. Torpemente traté de ilustrar cómo el mundo funcionaba para mí, pero esos pocos minutos de preparación no fueron suficientes y sólo terminé por distorsionar mi pensar. Como resultado, más de la mayoría de mi salón, maestro incluido, creen que soy el chico raro antisocial de pensamiento cínico. Y aunque en parte estarían en lo correcto, no es ni de cerca lo que yo quería expresar.

Desde entonces no puedo quitarme de la mente cómo sería si lo hubiera hecho diferente, las reacciones que habría provocado y aún más importante, esa agradable sensación de decir lo que piensas en voz alta. Desgraciadamente, las probabilidades de que algún profesor vuelva a repetir la misma dinámica con la misma pregunta resultan prácticamente nulas. Y me es extraño que encuentre cierta comodidad en ello, ya que de haber hablado lo planeado con éxito, algunos se hubieran ofendido, o quizás no, nunca lo sabré.

En un inútil esfuerzo por recibir, aunque sea una pequeña parte de esa grata sensación de libre expresión, me aventuro aquí ante la falta de canales y receptores para transmitir mi mensaje. Lo haré de la mejor forma que tengo de decir lo que pienso, escribiéndolo. Aún si nadie lo llega a leer, y el texto termina perdiéndose en un mar de otros escritos sin importancia.

La díada de visiones predominantes en la pequeña aula sería: aquellos que creían que todas las buenas acciones eran recompensadas, y las malas obras castigadas en una visión judeocristiana de la vida. En segundo lugar, aquellos que creían que estaban destinados a ser grandes bailarines o importantes figuras en la profesión que aspiraba la mayoría, con una forma lineal de imaginar la realidad.

Ambas me parecen estúpidas a igual manera, infantiles y fantasiosas.

Las buenas acciones no son recompensadas, para nada. Si hacemos cosas buenas, solo podemos esperar a que otros se aprovechen de ello y nos terminen enviando desgracias. A las personas más nobles les pasan las cosas más terribles y las personas más crueles se regocijan en gloria. Al cosmos le importa un maldito pepino si eres bueno o malo, te seguirá tratando con la misma aleatoriedad que a todos los desgraciados humanos. Y lo peor es que me parece hasta cierto punto enfermizo cómo estas personas quieren bañarse en oro como los héroes de su propia historia, cuando siguiendo esta filosofía, cada pequeño acto de nobleza hacia el próximo es solo la expresión del deseo egoísta de una recompensa. No quiero ser malinterpretado, no quiero decir que debamos hacer cosas malas pues igual será el resultado a si actuamos bien. Al contrario, creo que debemos ser buenas personas sin esperar que por eso nos pasen cosas buenas, no veo mayor acto de nobleza que el que se realiza sin la espera de alguna recompensa por parte del orden universal de las cosas.

No creo que estemos destinados a algo. Esta es la realidad, no una maldita telenovela dónde, desde un principio, el protagonista interpretado con el mismo actor pedante de siempre ya tiene un final escrito en la cabeza del guionista. No hay una introducción, un desarrollo y una conclusión. No debemos pensar nuestras vidas como si fueran actos narrativos, no de esta forma al menos. Somos arrojado al azar en esta realidad y con cada acción que tomemos, se ramifican muchas nuevas posibilidades mientras otras se cierran. Creamos el pasado, el presente y el futuro para darle un sentido lineal a nuestra existencia. Pero el presente ni siquiera existe, no es más que el pasado más cercano o el futuro más inmediato. Miramos atrás a todo lo que hemos vivido y hecho, ignorando la incertidumbre que sentimos aquél momento mientras tomábamos decisiones sin conocer las consecuencias de nuestras acciones, pero como ahora tenemos el panorama completo de lo que hicimos atrás, pensamos que hay todo uno por delante de lo que estamos a punto de hacer. No tenemos un propósito ni un destino prescrito, más que el que nosotros nos propongamos alcanzar con cada paso vacilante que damos hacía delante.

He entendido que todos fuimos arrojados al azar a esta caótica realidad, dejados a nuestra suerte a merced del bien y el mal. Y es divertido. Es allí donde reside su belleza, en su irregularidad. En cómo, de infinitas formas en las que pudo resultar es así como terminamos, con la vida que llevamos. Hay que disfrutar cada momento y a cada persona sin quedarnos atascados en el pasado u obsesionados por el futuro. Y sin importar si una religión se adapta a tu pensamiento o no, primordialmente antes que todo, tienes que creer en ti mismo y en que eres capaz de construirte, si no el destino que quieres, uno lo suficientemente decente con el que puedas sentirte satisfecho. De eso se trata, de no sentir arrepentimientos, de sentirse realizado. De hacer lo correcto sin esperar alguna clase de recompensa divina o cósmica. De dejar de buscarle significado a cosas que aveces simplemente no lo tienen. De que, cuando llegue el momento tarde o temprano, podamos morir a gusto sabiendo que aprovechaste tu tiempo.

No lo sé, quizás si soy raro. Al final todo es subjetivo, lo que yo crea resulta intrascendente. No lo sé, quizás mañana cambio de parecer. Mi profesor de Filosofía nos preguntó a la clase que habíamos aprendido de la vida. Pregunta difícil a tan corta edad, incluso dudo que alguien muy viejo sea capaz de responderla con mayor seguridad. Solo sé que estoy aprendiendo a vivirla.     

Cuentos, microrelatos y otras trivialidades.Where stories live. Discover now