Capítulo 17: Ratas

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Canal 1. Canal 2. Otra vez.

- ¡No contestan! ¡Tengo que... tengo...!

- ¡Avísalos! ¡AHORA! No hay tiempo. – y la oyó inspirar de nuevo – Ya viene.

(...)

Kurtis había prometido a Bárbara que no permitiría que Schäffer se acercara a ella. Era extraño, pero incluso en las situaciones más imposibles, el exlegionario se las apañó para cumplir su promesa. Más o menos.

Fue gracias a Zip, sin embargo, que lo logró; pues poco después de que Lara recobrara la conciencia logró avisar a tiempo de la presencia del asesino.

Una cosa, sin embargo, era saber que él estaba allí, y otra, saber dónde estaba. Le bastaba con tumbarse entre los cadáveres para pasar desapercibido a cualquiera. Por eso, Kurtis no perdió tiempo en intentar encontrarlo a él. A quien buscó fue a Barbara.

La encontró tras una columna, pálida, sucia, pero ilesa. Estaba demasiado lejos de la explosión como para que le hiciese daño alguno. Intercambiaron una breve mirada y ella asintió. Entonces, Kurtis rodeó la columna y miró a su alrededor.

¿Cómo logró un hombre tan fornido sorprenderle? Más tarde, Kurtis se absolvería a sí mismo diciendo que estaba herido – aunque superficialmente -, y cansado, y asustado, y por más que intentaba mantener la cabeza y la mente fría, no lo acababa de conseguir. Cuando Schäffer apareció tras él, surgido de la nada, o de una pila de cadáveres tal vez, o de debajo del maldito ponche con gambas, el caso es que de pronto tenía un cable en torno a la garganta y aquel monstruo inmisericorde estaba apretando, apretando, apretando.

La reacción natural cuando se es estrangulado es intentar respirar. Debatirse, retorcerse, agarrar las manos del estrangulador, quizá intentar hacerse con el cable, meter los dedos en busca de algo de aire. Todo eso era inútil, como Kurtis bien sabía. No se libera uno del cable, ni tampoco del estrangulamiento. En pocos minutos, estaría muerto. En lugar de eso, lo que Kurtis hizo fue lanzar la mano hacia atrás, agarrar los testículos de su adversario y apretarlos con todas sus fuerzas, al tiempo que descargaba un tremendo taconazo contra la espinilla del estrangulador.

Eso sí que funcionaba, como había tenido ocasión de comprobar en el pasado. Schäffer – porque no cabía duda de que se trataba de él – soltó un alarido y aflojó el mortal abrazo. Al girar sobre sí mismo, el cable le abrió un doloroso surco en la garganta, pero era un precio mínimo que pagar por el hecho de romper la guardia de su rival y lanzarlo hacia atrás con un brutal puñetazo en la mandíbula.

Ni siquiera así logró Kurtis derribar al fornido alemán, y eso que era la mitad de grande de lo que había sido Marten Gunderson. Pero ahora podía respirar – un aire doloroso, como una ola de fuego que se abriera paso a través de sus pulmones entre pinchazos – y siguió descargando dos, tres, cuatro puñetazos en su estómago. Lo oyó aullar de dolor y luego, jadear sin respiración, pero no logró derribarlo. Jodido monstruo.

Schäffer se dobló hacia adelante y cargó, derribándolo de un cabezazo en el pecho. El suelo se alzó para recibirlo de espaldas. Luego, lo tenía encima, y esta vez, los golpes en la entrepierna se los tragó él.

- Te gusta tocarme las pelotas, ¿eh, Trent? – el alemán escupió una flema sanguinolenta sobre él – Deja que te las patee a ti un rato. Debería habértelas cortado y servido de cena cuando pude.

Dirigió un puñetazo al rostro de Kurtis, pero él lo paró. Durante un instante, forcejearon, el alemán intentando soltarse, él, doblándole el brazo hacia atrás. Un poco más... un poco más...

De pronto, se oyó un golpe seco, hueco. Los ojos de Schäffer, lo único visible a través del pasamontaña que le cubría el rostro, giraron en sus cuencas... y se desplomó a peso sobre él, aplastándolo y dejándolo sin aliento.

Tomb Raider: El LegadoKde žijí příběhy. Začni objevovat