Capítulo VI 'Me muero'

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Los primeros rayos de sol de la mañana acariciaban su pálida piel refugiada entre una maraña de sábanas, abrió los ojos lentamente y quiso levantarse a bajar la persiana para seguir durmiendo, sin embargo, pensó que podía empezar el día de forma activa y se propuso ir a correr. Abrió su armario y lo encontró exactamente igual que estaba antes de su marcha, divisó algo de ropa de deporte y también sus viejas deportivas. Recordó cuando decidió comprarse aquellas zapatillas para correr y las burlas de sus amigas que se preguntaban si no podía haberse comprado otras algo más horteras que aquellas, sin duda, pasados los años, Irene vio como sus amigas tenían razón, ese calzado no podía ser más llamativo, al menos, cumpliría su función. No se paró a coger el móvil, tan solo llevaba encima las llaves de casa, emprendiendo su marcha primero a paso ligero y después comenzó una pequeña carrera, no puso un rumbo específico a su ejercicio matutino pero, sin quererlo, acabó donde hacía tiempo tendría que haber ido.

Los grandes muros de piedra se alzaban majestuosos ante sus ojos y la verja de hierro permanecía abierta esperando a los visitantes de cada día. Una suave brisa hacía bailar a los frondosos y altos árboles que rodeaban todo el lugar. Se hizo pequeña frente a la grandiosidad de aquel tétrico espacio. Con los pies clavados en el suelo, reacia a entrar, su mirada se quedó fija en el letrero que adornaba la parte superior de la verja y que anunciaba qué era aquel sitio. Había llegado al cementerio del pueblo.

***

Su despertador no realizó su trabajo aquel día pues de nuevo, Inés se desveló de madrugada y permaneció despierta toda la noche. Aunque esta vez tenía algo de paz en su interior tras el segundo encuentro con Irene, sin embargo su crispación se debía a que final de mes había llegado y eso significaba que haría una nueva visita al cementerio a llevar flores a la tumba de su abuela y también a la de los padres de Irene.

No se esmeró mucho en su atuendo para ese día, siempre que iba al cementerio se quedaba el resto del día paseando por el pueblo y no era hasta la noche cuando pasaba por la posada a verificar que todo estaba en orden. Sin duda el haber contratado a Luca le había quitado un montón de trabajo con los clientes y la dejaba solo con la parte de contabilidad y algunas otras nimiedades. Al principio no estaba conforme cuando Xavi le dijo que contratase a alguien para estar en la posada y que la ayudase, ella sentía que ese era su deber, continuar con la posada de su abuela, al pie del cañón y sin ayuda, siguiendo los pasos de Marga y aplicando lo que ella le había enseñado, pero pronto se vio sobrepasada y tuvo que cerrar un tiempo cuando le diagnosticaron la distimia. Al reabrir lo hizo con ayuda de Luca, que desde entonces, además de ser un buen empleado, acabó convirtiéndose en un amigo que sabía escuchar y que notaba cuando algo iba mal en ella, a veces, incluso cuando ni siquiera ella se había dado cuenta aún. La soportaba de mal humor tras las discusiones con Xavi y siempre le daba buenos consejos. En definitiva, Luca había acabado por convertirse en familia para ella.

Salió de casa y fue a la floristería de siempre, compró, como cada mes, dos ramos conformados por una mezcla de crisantemos y tagetes. Con paso decidido se dirigió al cementerio, saludó cordialmente al vigilante, que ya conocía la rutina de la muchacha y sabía que su visita estaría cercana en el calendario.

Tranquilamente fue paseando por el lugar, observando como de costumbre pequeños detalles que llamaban su atención y reconociendo el camino. Se paró cuando supo que había llegado una vez más a la tumba de su abuela, se arrodilló y comenzó su tarea de forma casi automática, cambiar las flores antiguas por las nuevas y relatar bajito a su abuela durante unos minutos algunas de las cosas más cotidianas que hacía. También confesó en voz bajita su alegría de estos días y quien la había hecho posible. Una racha de viento hizo revolotear algunas hojas alrededor de ella y sintió un pequeño escalofrío. Terminó mentalmente su charla mensual y depositando un beso con la mano en el frío mármol se levantó buscando con la mirada la otra lápida que siempre visitaba.

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