Reuniones sorprendentes, aparatos imposibles

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— No es un sujetador común. Mirad.

Regina se quitó la blusa y el sujetador de margaritas que llevaba puesto. Sus pechos se descubrieron perfectos y erguidos. Irene levantó una mano y le acaricio mínimamente uno por la zona inferior.

— ¡Quita, cabrona! — La reprendió Regina.

— Si es que me los has puesto en la cara, no hombre, así no vale. Las manos siempre van al pan, o a la leche, nena— rió Irene al ver la cara de Regina, que rápidamente se sonrojó.

Al ponerse el sostén, los pechos se alzaron como por arte de magia, y eso que Regina ya de por sí los tenía muy turgentes. Pero lo increíble llegó luego, cuando presionando un pequeño botón bajo la axila, la copa del sujetador empezó a hincharse hasta límites insospechados.

— Ahora sí, tocad, tocad. A ver si notáis que son todo aire.

Las chicas palparon por encima de la tela y el tacto era tremendamente real, parecía que el sostén estuviese relleno solo de carne. Nadie a simple vista o al tacto, diría que era ficticio el volumen.

— ¡Jooooder, yo quiero uno de esos! — Gritaba So, mientras que se recreaba en el tacto de las tetas de mentira de Regina— Venga va, me toca a mí. Tengo una cosilla que seguro que os gusta mucho. Se trata de un gel de estrechamiento vaginal— confesó tras enseñar un bote anaranjado.

— Quizás también valga para reducir hemorroides— decía Alicia partiéndose de la risa, contagiando a sus compañeras inmediatamente.

— Pues es un súper descubrimiento, se supone que no se debe aplicar en lugares públicos, si no quieres tener sorpresas. Debería untároslo a todas por canchondearos de mí, malas pécoras— explicó So, que parecía decepcionada por la respuesta de las demás.

— Mi aportación la tengo en la entrada, era demasiado grande como para envolverla. Ahora mismo os lo traigo— dijo Karol.

Llegó con un gran paquete de cartón, parecía no pesar mucho, pero abultaba casi más que ella. Abrió la tapa de la caja y sacó con dificultad una especie de espuma negra y acolchada.

— ¿Qué es eso? — Preguntó Connie.

— Se trata de una cama orgasmo. Y no creo que os tenga que explicar qué es lo que hace, ¿verdad?

Una vez dicho aquello, desenrolló el fardo espumoso y mostró unos bultos de plástico duro en ciertas zonas, los cuales al presionar un sensor, se empezaban a mover de forma violenta y atroz.

— Eso te tiene que dejar el chichi como una mojá de pisto— reía esta vez Irene a punto de saltársele las lágrimas.

— Que nos lo diga Karol, que si lo ha traído es que lo ha probado ya— pinchaba So a la morena con cara de pocos amigos.

— Pues sí, lo he probado, y como no funciona, no pienso dejároslo a ninguna. Ale, os vais a quedar con la duda— dijo Karol metiéndolo de nuevo en su caja.

— Ya te convenceré nena, que yo no me he reído— decía Alicia, intentando aguantar la risa a duras penas— pero ahora me toca a mí. Lo mío no es un objeto, es un pequeño regalito que os hice a cada una de vosotras.

Alicia extrajo su portátil de la bolsa de transporte y lo encendió sobre la mesa. Las seis chicas se pusieron en posición para poder ver lo que la pantalla mostraba.

De repente un video porno empezó a proyectarse, donde varias chicas de espaldas se lo iban a montar con unos tíos cachas y bien formados.

Cuando So iba a decir que para ver porno, no hacía falta montar reuniones como aquella, todas se quedaron calladas y con la boca abierta, descansando casi el mentón sobre el suelo del privado del Pub.

Eran ellas, las actrices que estaban en el video eran ellas, o al menos sus caras puestas en aquellos cuerpos de modelos de lujo, mientras que se tiraban de mil posturas a los maromos del video pornográfico.

El foto montaje no era malo, si no le buscabas el encuadre y lo mirabas en perspectiva, cualquiera podría decir que las cinco amigas se lo estaban montando la mar de bien, en aquellas camas de hotel barato.

— ¡¿Cómo leches has conseguido hacer esto?! — Decía Karol sin creerse todavía lo que estaban viendo.

— Una, que tiene sus contactos. ¡Esta vez gano yo! — Gritó Alicia toda complacida de la sorpresa que les había dado.

— Sí, sí, sí… esta muy bien, pero ahora es mi turno— dijo Irene sujetando entre las manos el pequeño cilindro metalizado— creo que será complicado que haya un empate hoy, tengo el mejor invento.

— Ya puede ser bueno, porque lo de Alicia nos ha dejado descompuestas— decía Karol, aun sin apartar la vista de su carita en el cuerpo de aquella mujer introduciéndose el pene de un tío en la boca.

— Pero es que necesito un voluntario, así que si no os importa, he invitado a alguien— dijo mientras señalaba a Regina, para que se pusiera de nuevo la camiseta sobre aquellas tetas hinchadas con aire.

Irene gritó fuerte y alto:

— ¡ADRIAAAAAN!

Un chaval de venti pocos años llegó hasta donde estaban todas reunidas, con las mejillas coloradas y las manos entrecruzadas en su regazo. Saludó tímidamente a las chicas y le dijo a Irene que no estaba seguro de hacer aquello.

— No te preocupes, cariño, de verdad que no te va ha doler nada— contestó ella infundiéndole confianza al muchacho de pelo negro y ensortijado.

Irene, con su aparato en la mano, rodeó al chico poniéndose a su espalda. Le bajó los pantalones y le dijo que se doblara un poquito hacia delante. Adrián acató la orden y cerró los ojos, al parecer ya lo habían ensayado antes y la cosa había resultado bien.

El resto de amigas miraban atónitas a un Adrián desnudo completamente de cintura para abajo, mostrando su pene de un tamaño razonable para estar en estado letárgico.

El miembro del chico se puso erecto en cuestión de segundos, y conforme Irene daba vueltas a una ruedecita que tenía el aparato en cuestión, aquello se iba alargando de manera sobrecogedora, hasta alcanzar una longitud y grosor considerable.

Adrián miró hacia abajo y se quedó fascinado por el tamaño de sus genitales, tenía la verga más grande que había visto jamás y sin sufrir dolor alguno, exceptuando una pequeña presión en su ano.

— Nos estás tomando el pelo Irene, este chico ya calzaba bien antes de meterle eso por el culo, a mí no me engañas— dijo So al darse cuenta de lo que se suponía que el aparato le hacía a Adrián.

— ¿De veras? — Contestó Irene con un brillo en los ojos.

Sacaba y metía el cilindro con delicadeza, dejando un pequeño espacio temporal antes de volverlo a introducir, y como si fuese cosa de encender y apagar un interruptor, el pene de Adrián se extendía y encogía al mismo ritmo, dejando a todas con la boca abierta y los ojos a punto de salirse de sus cuencas.

Elevaron sus copas al cielo y gritaron al unísono:

“¡Ha ganado Irene!”

Encuentro en taconesWhere stories live. Discover now