-¿Cansada? Esto solo fue por la mujer loca que me encerró en el baño después del primer baile. -sonrió zorrunamente, movió sus músculos como un depredador y me acorralo contra las sabanas.

-No... para. ¿Acaso quieres matarme?

-Oh, no, cariño. Nunca te morirás estando a mi lado, yo te protegeré, pero experimentaras algo muy parecido a una muerte... una muerte muy placentera. Me detendré a tiempo para que seas capaz de mantener la cordura. -murmuro contra mi clavícula. Su respiración se evaporaba contra mi piel.

-Gil... - gemí cuando sus manos se deslizaron por mis húmedos muslos, causando que mis moléculas vibrasen. Me aferre a su espalda admirando la fiera curvatura de sus omoplatos que, junto con su piel moteada por el sudor, daban una exquisita imagen.

Sus dedos se aventuraron por mi hendidura, jugando con los pocos vellos que habían crecido en mi vulva. Tanteo el terreno, apretando suevamente, aprendiéndose cada parte de mí. Sus dedos estuvieron a punto de adentrarse en mí, cuando el timbre de la puerta se llevó cualquier rastro de libido.

-¡La puerta! -empuje a Gil con una fuerza extraordinaria. Él cayó a un lado de la cama.

Escuché un claro gruñido proveniente de sus más oscuros sentimientos mientras me cambiaba. Estaba enojado y mucho.

-¿Esperabas visitas a las ocho de la noche? -preguntó exasperado. Suspiré y fui a abrir la puerta sin deseos de contestarle, que interrumpieran su plan de dejarme lisiada no era culpa mía, aunque debo admitir que le agradezco a quienes sea que allá tocado.

Cometí el error de abrir sin fijarme por el pestillo.
Ante mí, Leo me sonrió tras abrir. Mi rostro se tiño en carmín al verlo tan de repente después de lo que acaba de acontecer con Gil.

Tuve el impulso de cerrarle en la cara, pero sus ojos azules que me miraban con tanto... Tanto cariño. Al final, él era una de las pocas personas con las que siempre he contado desde niña.

-Profesor... Digo, Leo. ¿Trae algún recado de papá?

Pregunté por inercia, su expresión alegre se vio ensombrecida por el disgusto.

-No y si. Me contó sobre las abstinencias a tu tarjeta de crédito y... -miró dentro de la casa con interés. -¿Crees que pueda pasar para hablar más cómodamente?

Titubeé. Realmente no creo que sea buena idea, pero parecía que no podía escapar de esta situación. Y si lo pensaba estratégicamente; este era el momento adecuado para que Gil y Leo soltaran toda la mierda guardada.

-Adelante... -lo seguí hasta la sala de estar. No pude evitar admirar su tonificada retaguardia; como la camisa deportiva sin mangas se adhería a sus músculos como si fueran su único sustento y ni hablar de sus glúteos, si los comparaba con los de Gil era una batalla de planicie contra montaña. No tenía nada que envidiarle al íncubo. -¿Gusta algo de tomar?

-No, no te preocupes. Venía a ofrecerte mi ayuda en lo que necesites. Lo que ha hecho tu padre no tiene perdón. -se sentó a mí lado en el sofá y tomó mis manos entre las suyas sorprendiéndome ante sus ojos sinceros. -Eres muy importante para mí, Renata. Yo sigo siendo tu tutor así que lo que necesites no dudes en pedírmelo.

No contesté, me quedé viendo como idiota como la luz del foco alumbraba su rostro, enmarcando el puente de nariz. Su rostro seguía siendo igual que el de hace once años; solamente sus facciones de hicieron más tenues, más únicas y añejadas a él.

No pude evitar comparar la situación a cuando se convirtió en mi tutor.
"puedes confiar en mi". En efecto, él emanaba confianza y protección, pudo haber sido el padre que nunca tuve, pero no, mi tonta cabecita come clichés se empezó a confabular ideas inverosímiles creyendo que él y yo podrimos ser algo más. Y si, culpo definitivamente de esto a las fantasías estúpidas de la adolescencia.

-Lo sé, muchas gracias por todo, Leo. -apreté levemente la unión de nuestras manos. El calor de su cuerpo inundando mi piel me hicieron suspirar.

-Es extraño.

Murmuró. Le observe extrañada.

-Eras la hija de mi mejor amigo, luego mi custodiada, mi alumna y de nuevo vuelves a ser mi Renata. -acarició mi mejilla con las yemas de sus dedos. Y vuelvo al mismo caos interior que me provoca cada vez que nos encontramos; sus dulces palabras, sus afectuosas miradas y gestos gentiles eran los que siempre que hacían formular ideas tontas en la cabeza.

No, no sólo era mi cabeza. Es inevitable que mi corazón no sienta algo cuando él me ha demostrado tanto afecto, pero hay algo, una pizca de desconfianza que me impide caer ante él.

-Yo... Estoy recibiendo ayuda de un buen amigo. Pero gracias por su oferta. -volví a retomar el tema anterior. Me sentí estúpida al no poder evitar sonrojarme cuando me llamó "su Renata". Me odié mucho por reaccionar a su coqueteo básico, más aún cuando lo escuché reír.

-No has cambiado en nada. Sigues sonrojándote al primer ataque.

-Y tu sigues molestándome. -refunfuñe. Traté de levantarme del sillón, dispuesta a ir por Gil pero me paralicé al ver al íncubo recargado en la pared.

-Gil... ¿Te diviertes sosteniendo la pared? -gruñí al sentir mis piernas tambalearse. Maldición, la tensión en el ambiente era sofocante.

-Es mi pasatiempo favorito. -me miró por un segundo, sus ojos me auscultaron de pies a cabeza haciéndome sentir desnuda, luego su atención se dirigió tras mi hombro; en Leo. -Tú, ¿qué haces aquí? ¿Vienes a decirme donde está mi hermano?

Bramó. Leo se levantó del sillón, de pronto la presión del ambiente aumentó de golpe, mi corazón sintió mis latidos golpear contra el en un ritmo comprimido. Era una fuerza arremolinando en el lugar y chocando contra todo alrededor.

-¿Hablaremos de eso o nos encargaremos de la escoria? -Leo tronó los dedos. Torbellinos de color rojo sangre comenzaron a ondearse en torno por toda mi casa; los libros, los cojines, y todas mis pertenencias comenzaron a volar por los aires hasta que los vórtices se desvanecieron frente a Leo, dejando ver a dos nebluras humanoides. Ahogué un grito en mi garganta la sentir las miradas sanguientas de esas criaturas sobre mi.

-Depende de sí la escoria viene por mí soñadora. -gruñó Gil dando un paso al frente y pasándome tras su espalda ne un gesto protector.

-¿Tu soñadora? Creo que te has tomado demasiadas libertades. Pero hablaremos de eso en otro momento.

Me estremecí ante el tono de voz de Leo. Nunca en mi vida lo había escuchado hablar de esa manera tan tétrica, ni mucho menos me imaginé ver algún día su apariencia teñirse con unos afilados colmillos y y unas orejas puntiagudas. Las criaturas gruñeron en mi dirección.

Mierda, ¿qué está sucediendo?

Sueños HúmedosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora