━ XXII: Resurgimos y reinamos

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—Os doy las gracias por sacarme de Desembarco del Rey —empezó—. No estaría aquí si no fuera por vos.

Jaime apartó la mano, como si el roce de la loba quemara. Estaba nervioso. Sonreía con pena.

—Gracias a vos, mi señora —carraspeó—. Por todo.

Lyarra no tardó en dar media vuelta y subir sobre un corcel negro; no porque quisiera dejar de verle, si no porque no deseaba que nadie percibiera la humedad en sus ojos.

Odiaba aquel sabor, el de las despedidas, pero aquella vez fue doblemente agrio. Cuando se marchó de Invernalia, varios años atrás, no imaginó que no volvería a ver a la mitad su familia, por lo que la huida fue amarga, pero tranquila. Sin embargo, después de lo que había vivido, de las muertes, de las traiciones y del dolor, sabía con toda certeza que aquella podía ser la última vez que viera a Jaime Lannister.

No se permitió girar la cabeza.

Si miro hacia atrás, estoy perdida.

Casi a galope, la loba abandonó el Palacio Antiguo y cruzó las calles de Lanza del Sol, que olía a salitre, a polvo, a sudor y a humo. Las calles eran tan humildes como siempre, de casas de barro y paja coloreadas por el marrón y el ocre. El suelo no estaba adoquinado, por lo que la falda de la joven no tardó de mancharse de barro derretido.

—Ser Neron, ¿cierto?

La loba habló al único hombre que parecía poseer cierta elegancia. Vestía un jubón grisáceo que debía de estar asándole, y llevaba una melena larga y castaña como la del príncipe Doran; sin embargo, sus ojos escondían cierta picardía y la juventud surcaba su cara.

—El mismo. Cabalgáis muy rápido, mi señora. Y muy bien.

—Es un talento familiar, ¿cuántos días nos separan del Dominio?

—¿Con todas estas carretas detrás? —ladeó la cabeza, dubitativo—. Una semana y media, más o menos.

Segunda parte

Cruzaron desfiladeros, cañones, aldeas de barro y campos de olivos y lagos resecos. Fueron días complicados, donde a Lyarra solo le mantenía viva la idea de poseer su castillo y las ocurrencias de los dornienses que la acompañan. Había añorado su chispa y su gracia, un humor que el norte, por desgracia, no poseía.

Cuando solo quedaba un día para llegar al Dominio del Cielo, pararon en un pueblo de nombre Rodillazo. Acamparon en la periferia desértica, pero las lenguas largas no tardaron en anunciar que había llegado una mujer pelirroja. Para muchos, aquella noticia era indiferente, pero para otros tantos fue el rayo de luz en su oscuridad. Supieron al instante de quién se trataba.

—¡La señora ha vuelto! ¡Lady Lyarra! ¡Fowler! ¡Stark!

Al día siguiente, más de cien dornienses la siguieron hacia el Dominio del Cielo, pues Lyarra había llegado para levantar el lugar que antes fue su hogar. Cuando llegaron a la fortaleza, la puerta principal había desaparecido.

—Ser Neron... —Lyarra resopló—. Esto es lo primero que debemos arreglar.

La loba espoleó su caballo, siendo la primera en entrar en el patio casi desértico del Dominio. Entre las rocas caídas, las zarzas y la fuente del patio partida en dos, aún había un pequeño séquito de hombres y mujeres que esperaban, y esperaban, y esperaban. El primer rostro que Lyarra reconoció fue el de Margaret, su antigua doncella, a la que reprendía por interrumpirla mientras leía. El corazón se le subió a la garganta cuando la mujer, seca y andrajosa, se acercó a ella y le dio la mano.

DESERT WOLF ━ Jaime Lannister.Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz