—Claro, no hay problema. ¿Vengo más tarde? —y así tal vez lo pillaba a la hora de salida...

—No, tal vez mañana —contestó Carlos—. En última instancia, reúnete con Susana, ella está al tanto de todo.

—Ya...

—Surgió algo importante —dijo él mientras recogía sus cosas y tomaba de nuevo el teléfono. Viéndose despachada, Andrea no tuvo más remedio que salir de la oficina.

Carlos no perdió el tiempo y marcó el número de Juan José. Mientras éste timbraba, pensó en todas las cosas que podía descubrir o deducir yendo a esa oficina, y se dio prisa en salir. Olvidó su propósito de no investigar más, de dejar todo así. Olvidó que incluso se había peleado con Ángela porque ya no estaba haciendo nada por encontrarla. Ángela le juró que ella sí la encontraría. La veía bastante desmejorada desde la desaparición de Ana. Había bajado de peso y lloraba fácilmente. Juan José estaba preocupado, y de vez en cuando se enojaba con Ana por dejar a quien la consideraba su hermana en ese estado.

—Incluso ha dejado de lactar —le dijo su hermano en confidencia—. Y eso la pone peor.

Ahora iba hacia una oficina donde tal vez encontraran algo que les ayudara a saber dónde se encontraban.


Antonio estaba riendo a mandíbula batiente sentado en el mueble del despacho de su casa frente a una botella que contenía whiskey y que ya estaba por la mitad. Cuando sus abogados le dijeron que Jakob volvía a pertenecerle a Carlos Soler, había llegado a casa y hecho de todo un poco, como, por ejemplo, embriagarse. Jakob ya no le pertenecía, ni siquiera a Ana, alguien tan vulnerable para presionar y hacer que se la devolviera otra vez. No, pertenecía a Carlos.

Había una figura financiera que por más que los abogados le habían explicado en qué consistía él no había logrado comprender que indicaba que ella realmente no tenía, todavía, la potestad para traspasar la empresa, ni hacer con ella lo que le diera la gana, así que él, al redactar ese contrato e ir a la notaría, sólo había perdido el tiempo.

Lo peor es que la seguridad sobre ella y esos mocosos se había triplicado. Había mandado por ellos al colegio, y los chicos ya no estaban asistiendo, tal vez les tenían tutor en casa con tal de no exponerlos al mundo. Había mandado por ellos a la misma mansión Soler y no se les veía ni por los jardines, ni asomarse a una ventana, nada con qué poder asustarla para que colaborara, ni a ella ni a Carlos.

Él era intocable, no sólo estaba constantemente escoltado, sino que no servía de nada tocarlo, pues era quien tenía el poder y con quien, en últimas, podría negociar. Y ahora lo había vuelto a perder todo.

Necesitaba encontrarla, la causa de todos sus males.

O no, la causa de todos sus males era su mujercita, la que supuestamente no le había abierto las piernas a ningún hombre, y resultaba que sí lo había hecho, y nada menos que para parir a cuatro críos. En su círculo era el hazmerreír, siempre lo había sido por culpa de ella, pero ahora peor. Lamentablemente, Lucrecia estaba en cama por culpa de sus excesos y no podría seguir vengándose en su persona o la mataría, y luego se quedaría sin a quien mortificar.

Su risa se convirtió en llanto como una tarde pasa de ser soleada a lluviosa en pocos segundos. Estaba acabado. Estaba acabado y no sabía cómo recuperarse. Había ido a visitar a su padre en la clínica en la que estaba, luego de tanto tiempo, pero él ni siquiera lo reconoció cuando lo vio. Ni se moría ni se mejoraba, y él necesitaba de su consejo para recuperar la empresa.

Estaba endeudado, había vendido cosas valiosas que siempre habían pertenecido a su familia, y pronto perdería la casa. Isabella no encontraba un hombre rico al que echarle el lazo y todo estaba empeorando. Nunca un hombre había sido tan traicionado, tan defraudado, tan ridiculizado. Nunca un hombre había estado tan solo como él. Estaba al borde del abismo, al borde de la locura, y el viento no hacía sino empujarlo a ella.

Tus Secretos - No. 2 Saga Tu SilencioWhere stories live. Discover now