Oyó la campanilla que la llamaba al vestíbulo, donde la esperaba el profesor Snape.

—El profesor te llevará —anunció la señora Malfoy antes de darse la vuelta, sin molestarse en mirarla.

—Ven —dijo él y le ofreció el brazo.

La llevó por aparición hasta una pequeña casa. La habitación en la que estaban era oscura y polvorienta. Estaba llena de libros por todas las paredes. La casa estaba en completo silencio. Podía oír el tic-tac de un reloj y algunos automóviles fuera. Había vehículos.

—Te acompañaré a tu habitación —dijo él y se dirigió hacia las escaleras. Ella lo siguió. El lugar era pequeño, pero había mucha limpieza que hacer para mantenerla ocupada.

Mientras el profesor Snape caminaba por el segundo piso, Hermione se dio cuenta de que probablemente era su casa. De lo contrario, no la acompañaría a su habitación. Iba a servir al profesor Snape.

—No tengo habitaciones para servidumbre, así que tendrás que quedarte aquí —habló mientras la miraba—. Lleva algún tiempo desocupada, pero estoy seguro de que sabes cómo hacer una casa presentable.

Hermione dejó la maleta sobre la cama y se levantó una columna de polvo.

—Hay una elfa en la cocina que se llama Clara. Ella puede enseñarte dónde está cada cosa —comunicó antes de salir de la habitación y por lo que ella diría, de la casa.

La habitación en la que se encontraba tenía una ventana que daba a una calle muggle. Estaba en un barrio muggle. En casa del profesor Snape. Ella limpiaría la casita y ayudaría a servirle la comida cada vez que él estuviera en su hogar. A cambio, se quedaría, en lo que obviamente era un segundo dormitorio, que en algún momento había estado ocupado por una mujer. Evidentemente, fue hace mucho tiempo. En una de las cómodas había una radio que parecía ser de los años cincuenta. Se preguntó si aún funcionaba. Si el profesor necesitaba de otros servicios, ella se los prestaría. No creía que él quisiera hacer eso con ella, pero con los hombres nunca se sabe.

Hermione encontró a la elfa, que estaba más que extasiada por tener compañía. Le mostró a Hermione el armario de la limpieza, que era escaso, por no decir pobre. Pasó las siguientes horas, después de que Clara hiciera todo lo posible por darle de comer, limpiando su habitación. Sacó el polvoriento edredón al minúsculo jardín, que no era más que un trozo de tierra con algunas ramitas muertas sobresaliendo del suelo. Tardó una media hora en quitar el polvo del edredón.

Otras tres horas para fregar las superficies de su habitación. En el armario aún había túnicas de mujer, eran para una mujer mayor. Tal vez la madre del profesor.

En general, Hermione estaba contenta. Sería una vida tranquila. A juzgar por los libros del piso de abajo, el profesor pasaba la mayor parte del tiempo leyendo cuando estaba en casa. Incluso podría devolverle la vida a la pequeña parcela de tierra si él no se oponía. Por lo que parecía, nunca recibía visitas y, a juzgar por su comportamiento, su nuevo amo probablemente nunca le dirigiría la palabra.

Cuando empezó a oscurecer, bajó a ver si Clara necesitaba ayuda. Clara estaba muy contenta de tener ayuda, aunque no la necesitaba cuando se trataba de cocinar, que era el único deber de Clara. La elfa charlaba sin cesar. Antes de que la cena estuviera lista, Hermione sabía todo lo que había que saber sobre Clara. Había nacido aquí y vivía en la casa desde entonces. Su madre sirvió a la familia Bellence, antes de que fueran Snape. El profesor Snape estaba emparentado con los Black, los Lestrange y los Nott. Todas buenas familias de sangre pura, antes del desgraciado incidente del señor Snape. Era obvio que a Clara no le caía bien el difunto señor Snape.

Hermione no podía oírlo, pero Clara sí. Cualquier ruidito significaba que el profesor Snape estaba en casa.

Hermione llevó la comida en una bandeja al estudio del profesor Snape, donde siempre comía sus comidas.

—¿No tiene algo más apropiado que ponerse, señorita Granger? —preguntó él, molesto por su presencia.

—Sí, lo tengo, pero no puedo quitarme este vestido sin ayuda —confesó ella.

No estaba segura, pero creyó verlo poner los ojos en blanco antes de sacar la varita y lanzar un silencioso encantamiento sobre su manga.

Cuando volvió a la cocina, comprobó que la manga se estiraba cada vez que ella la jalaba.

Una hora más tarde, volvió al estudio para tomar la bandeja vacía. El profesor Snape se había sentado en un sillón que parecía ser su lugar habitual por las noches. Estaba leyendo un libro e ignoró por completo su presencia.

Tomó la bandeja y la llevó a la cocina, antes de volver por la jarra de vino de saúco. Cuando regresó a la cocina, oyó un golpe en el interior de la casa. Se volvió para mirar la puerta y escuchó voces. No pudo entender lo que pasaba, pero la puerta de la cocina se abrió de golpe y Draco la agarró del brazo. Tiró de ella y la zarandeó mientras buscaba algo. Se decidió por la puerta que daba al pequeño jardín y prácticamente arrastró a Hermione mientras tropezaba con algo. Podía oír al profesor Snape detrás de ella, diciéndole a Draco que fuera razonable.

Antes de que se diera cuenta, estaban usando la aparición. Aterrizó en la habitación de Draco. Hermione perdió el equilibrio y sintió náuseas. Decidió que no estar preparada para una aparición la desorientaba más de lo usual. Seguía aferrada al vino de saúco del profesor Snape.

—Te lo dije, no vas a ir a ninguna parte —le dijo y la levantó de donde había caído. Sacó su varita y cerró la puerta con un hechizo. La agarró de la cabeza y se rio. Le brillaban los ojos y parecía muy satisfecho de lo que había conseguido.

Hubo un golpe en la puerta y pudo oír a la señora Malfoy llamando a Draco.

—Ahora no, madre. Estoy ocupado.

La besó bruscamente y la acompañó de vuelta a su cama mientras agarraba la jarra de vino y la tiraba a un rincón donde se rompió.

—Tú me perteneces. Ya te lo he dicho —mencionó con voz ronca.

Hermione se tumbó en la cama y Draco no perdió tiempo en reclamar lo que quería. De algún modo, había conseguido bajarse la cremallera y levantarle el muslo para acceder mejor. Su respiración estaba agitada y jadeante incluso antes de entrar en ella. No dejaba de besarla mientras la penetraba una y otra vez. Sintió sus dientes en la barbilla cuando se corrió. No la mordía, pero ella sabía que le gustaba hacerlo.

Permaneció dentro de ella mucho tiempo. Su peso recaía sobre ella mientras él luchaba por controlar su respiración. Finalmente, se acomodó con la cabeza sobre el pecho de ella.

Hermione supuso que, después de todo, no iría a ninguna parte.

.

.

.

.

.

.

.

.

.

Notas: Volviendo a las ediciones.

Naoko Ichigo

El lento deshieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora