El día que comenzó mi miedo a las arañas.

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Desde que tengo memoria mi abuela se ha portado de forma extraña conmigo. Ella siempre ha sido una mujer extraña, no sale de su casa, tiene mascotas inusuales como sapos y caracoles. Siempre usa la misma ropa, una largo vestido de flores, y está muy arrugada, tanto que parece tener más de cien años de edad. Hoy en día es amable conmigo, me compra juguetes muy caros y siempre adivina lo que quiero para navidad. Pero desafortunadamente recuerdo todas esas ocasiones en las que ella parecía querer maltratarme, porque simplemente no me ayudaba cuando me lastimaba, ni trataba de detener mi llanto cuando era muy pequeña. Pero hubo un día en el que si me hizo daño. Mis padres no me creen cuando les cuento esto, siempre me dicen que fué un sueño y que mi imaginación estaba muy activa en esa edad. La primera vez que le dije a mi abuela, se sorprendió mucho y negó todo. Aún así, les contaré acerca del día que comenzó mi miedo, mas bien terror por las arañas.

Yo apenas había cumplido los 5 años de edad y mis padres se habían ido de la ciudad por un viaje de negocios y me dejaron con la abuela. Era la primera vez que nos quedamos a solas, pero ella no pasaba mucho tiempo conmigo. Me dejaba en mi cuna, y se iba a una habitación muy alejada, ahí cocinaba todo el día sin parar. Sus enormes ollas despedían un desagradable olor, como a insectos muertos. Pero nunca podía ver que era eso que dejaba hervir durante horas y horas todo el día. Incluso a esa edad me confundía todo lo que ella hacía, porque a la hora de la cena simplemente me servía frijoles y unos huevos cocidos.

Uno de esos días, ella gritaba histérica por que no encontraba un frasco con algún ingrediente valioso.

- ¿Dónde está? - gritaba furiosa - Compré un frasco entero apenas este lunes, no puede ser que se haya perdido, ese frasco es carísimo. 

Ella corría de un lado a otro de la casa, agitando sus largas y arrugadas manos, movía todos los frascos de sus repisas, aventaba los libros de sus estantes, incluso volteó todos los sillones de la casa pero no encontró nada. Entonces su mirada se centró en mí, sus inusuales ojos amarillos me miraron fijamente, y todas las arrugas de su cara se contorsionaron en el intento de una sonrisa amable, pero no se si sus dientes negros con agujeros o el hecho de que sus labios nunca se estiraban de esa manera y se resquebrajaron al sonreír, me hicieron llorar.

- No, no puedo hacerle nada a la nena. Marta me va a matar, y ya tengo suficiente con las sospechas del vecino - Habló para sí misma con una voz temblorosa y chillante. 

Recuerdo muy bien verla arrancándose los cabellos por los nervios, o la indecisión de lo que pensaba hacerme. Se mordía los dedos, arrancando trozos de su propia carne, y cuando estos se ponían a sangrar, simplemente succionaba como si tuviera un dulce entre las manos.

- ¡Ya se! No tengo que lastimarla para que me de lo que me falta, puede tener un accidente en el patio, y cuando Marta llegue le explicaré que estaba un poco distraída. Si, eso funcionará, no puedo irme hasta allá a comprar todo un frasco, esta misma noche tengo que acabar todos estos encargos.

Mi abuela, quien estaba a unos 5 metros de distancia de mi cuna, comenzó a caminar muy despacio hacia mi. Sus rodillas rechinaban con cada movimiento, y no me quitaba los ojos de encima, parecía un gato muy viejo y delgado haciendo un enorme esfuerzo para atrapar a su presa. Me tomó en sus brazo, podía sentir todos los husos de sus manos apretando mi cuerpo. Yo no podía dejar de llorar.

- No llores bebé, la abuela te está cuidando muy bien ¿verdad? Yo hago un estupendo trabajo cuidándote, pero a veces los accidente pasan mi amor.

Entonces me cargó de un pie, y caminó por todo el pasillo de la casa hasta llegar a su habitación secreta. Esa habitación era un asco, las paredes estaban negras y llenas de hollín, pero también relucientes por la espesa capa de grasa que las recubría. Enormes redes de araña cubrían el techo, de esquina a esquina, llenas de enormes huevos de viuda negra e insectos atrapados. El suelo era tierra mojada y mohosa, y algunos sapos dormían plácidos en los charcos del fondo. En las repisas había frascos cubiertos de polvo, algunos tenían sustancias viscosas y verdes como flemas, otros estaban llenos de partes de animales, insectos secos, creo que incluso pude ver un frasco hasta el tope de lenguas de gato. Había un hilo que pasaba por todo lo ancho de la habitación del cual colgaban patas de conejos, perros y creo haber visto una que otra cola de cerdo y pezuñas de caballo.

En el centro de la habitación había una olla enorme y negra encima de una hoguera, dentro un hervía un caldo, el color no era claro, a veces se veía verde, rojo e incluso negro. A veces un hocico de cerdo flotaba hasta la superficie y se volvía a hundir. Entonces mi abuela se sentó en un banco cerca de la hoguera y de sus bolsillos sacó una jeringa, no se si era realmente enorme o solo en comparación de mi cuerpo. 

Me tomó del brazo y me apretó muy fuerte, yo lloraba con todas mis fuerzas. Pero no parecía satisfecha. Me jaló el cabello, me pellizcó en las manos, pero no parecía contenta con nada de eso. 

- Condenada mocosa, asústate, no disfruto mucho lastimandote.

Yo lloraba con todas mis fuerzas, mi garganta ya no soportaba más y cada vez lloraba con menos intensidad, me estaba quedando afónica. Mi abuela seguía me seguía lastimando, me doblaba los dedos, me arañaba en las piernas, pero no estaba contenta. 

Entonces parecía que una idea brillante le había llegado a su retorcida cabeza, porque se levantó muy alegre y me dejó caer al suelo. Caminó hasta una de sus repisas y tomó un frasco.

- Si no te vas a asustar conmigo, te vas a asustar con mi mascota, se llama Norberta, y le encanta morder a la gente - La abuela se puso a reír de forma horrible, con su voz chillante y desafinada.

Me levantó del suelo y me obligó a quedarme de pie. Se puso en cuclillas frente a mi con un frasco en sus manos, y otra vez me dió una horrible, sus cejas se juntaban demasiado, sus ojos parecían estar apretados dentro de su cráneo y todas las venas de su cuello saltaban por su esfuerzo.

- Dame tu manita mi amor, te voy a presentar a mi amiga Norberta. 

Yo no quise hacer nada, todo el cuerpo me dolía como para levantar mi mano, pero aún así ella jaló mi mano con fuerza y me obligó a tenderla frente a ella, pero yo bajaba la mano una y otra vez. Cansada de mi, la abuela sostuvo mi mano con sus fríos y huesudos dedos.

Abrió el frasco, y lo inclinó para que lo que estuviera en su interior pudiera caer en mi mano. 

Di el grito más fuerte de toda mi vida, ya no importaba que mi garganta estuviera lastimada, estoy segura de que en ese momento se destruyó por completo. Mi abuela reía emocionada mientras del frasco unas horrorosas patas color marrón salían y caminaban hacia mi brazo. Era una horrible araña del tamaño de toda mi mano, tenía enormes colmillos de color negro, pero parecía no tener ojos, en su lugar toda su cabeza parecía un cráneo con múltiples cuencas vacías para los ojos. Su cuerpo estaba muy alargado y cubierto de puntos amarillos. Podía sentir sus enormes patas recorrer todo mi brazo, clavándose en mi piel con cada movimiento, caminaba lentamente. Yo no pude hacer nada más que cerrar los ojos y llorar. Al poco tiempo sentí sus afiladas patas clavándose en mi cara. Mis lagrimas recorrían todo mi rostro, estaba tan asustada que ni siquiera podía gritar o hacer cualquier sonido, comencé a agitarme para quitarme la araña de encima, pero un piquete en la mejilla me dejó completamente quieta. La araña me había mordido. A los pocos segundos no podía moverme, ni ún musculo de mi cuerpo me respondía. El veneno me había petrificado.

El silencio de la habitación se interrumpió por el sonido del caldero que se agitaba, como si hubiera un terremoto que solo afectaba a la olla. 

- ¡Ya estás lista mi amor! Ahora si te asustaste ¿no es cierto? - Se reía descontroladamente la abuela, incluso parecía que le faltaba el aire por la emoción.

Tomó de nuevo su aguja y una tijeras. No me quitó a esa horrible araña de la cara, si no que con las tijeras cortó mi ropa, descubriendo mi espalda y clavó su aguja en mi columna. El dolor era enorme, podía sentir el filo llegar hasta mi columna.

Mi abuela sonreía muy orgullosa, mientras observaba el líquido rojo que había extraído de mi. 

- Muy bien mi amor, me haz ahorrado mucho dinero. Tu abuela está muy orgullosa. Ahora te voy a vestir y te daré algo para que olvides todo esto.

Pero nunca pude olvidarlo.

El día que comenzó mi miedo a las arañas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora