La Petite Princesse

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LA PETITE PRINCESSE


Un pitido persistente perforaba los oídos de la astronauta, haciendo que los nervios se le asentaran en la boca del estómago y la cabeza le quisiera estallar. Por si no fuera poco su mente había decidido en ese momento acordarse de las últimas palabras que le dirigió su madre, en un retorcido juego donde ella misma se negaba a aceptar lo que estaba sucediendo, lo que iba a suceder “Cariño, coge la manta que allí arriba hace frio”. Y el más puro dolor estrujó el corazón de la muchacha, las lágrimas retenidas amenazaban por salir.

Sin previo aviso empezó a reírse hasta que la mandíbula parecía estar desencajándosele, por no llorar, por retener el miedo que la estaba carcomiendo. Descubriendo que lo que contaban tantas historias no era cierto, debido a que cuando se acercaba la muerte la vida no pasaba delante de tus ojos. Solo había negro. Y unos puntitos blancos, que compadeciéndose de lo que iba a pasar titilaban queriendo apagarse.

-Perdemos la comunicación -dijo una voz somnolienta que reconoció como la de su maestro, Aizawa.

-Es imposible sostener más los audios -explicó Kyoka mientras corría hacia el salón donde Momo, creadora de la nave intentaba encontrar el fallo junto al programador Denki.

Los nudillos se le empalidecían a cada segundo, el agarre al control se hacía más intenso. Los asteroides parecían venir a la velocidad de la luz hacia ella. Sabía lo que se avecinaba. Cerro los ojos firmemente. Pensando que si los apretaba lo suficientemente fuerte podría despertarse de esa pesadilla demasiado vívida.

- ¡Capitana! La nave cae -anunció entrecortada una voz áspera, de alguien que está eligiendo entre respirar y hablar- Repito, la nave está cayendo. Uraraka, por fa…

Seguramente algo proseguía a esa frase, pero ni tu ni yo jamás llegaremos a saberlo, porque su voz no pudo superar la del choque de la nave contra un pequeño asteroide y entonces, entre chispas y cables todo se volvió negro mientras la misma voz de antes susurraba desesperada

-La hemos perdido…

El relato que me dispongo a contar tiene como protagonistas a una niña y una astronauta muy singulares. Hay quien puede afirmar que esta historia es falsa sin pestañear, pero confiad en mi palabra cuando os digo que mi verdad, como el viento y la marea, es imparable e indudable ante su presencia. Y si dices que estoy majareta, recuerda que prestando atención a los locos se hacen grandes descubrimientos.

Y lo cierto es que a veces la realidad es tan inexplicable como los sueños, los amaneceres suceden cuarenta y tres veces al día y tú manzano es casi aplastado por una mujer mayor que ha decidido tomar una siesta en su cosa grande de metal. Y es que las personas mayores son todas así, muy pequeñitas y pretendiendo ocupar mucho espacio. El problema aquí es que el asteroide B 612, como a los humanos les gustaba llamar (Los adultos y sus cifras), era el pequeño hogar de un manzano y una niña que disfrutaban de su décimo amanecer hasta que se oyó un “CATAPLUM” y la princesita no pudo evitar curiosear por allí y por allá.

Resultaba que la cosa grande de metal hacía muchos ruidos raros, y la princesita descubrió lo divertido que podría ser imitarlos. Si quieres tú puedes acompañarla. Primero iba un “PIPIPI” y después un “SWISH SWISH”. Y así se entretuvo la jovencita siete amaneceres seguidos, pero había más que explorar, así que entró por un agujerito y vio un montón de luces parpadear.

Eso le recordó al farolero que siempre encendía y apagaba justo a tiempo las luces de su farola, cada minuto mientras repetía sin descanso “Quiero dormirme ya” como un mantra. Era un hombre bueno al que ella había intentado ayudar. Y sin duda el más razonable de sus vecinos, que estaban todos locos de atar.

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⏰ Poslední aktualizace: Jul 25, 2019 ⏰

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