Diario de una rehén

De repente abro los ojos y me encuentro sentada en una silla, atada de manos y pies y con la boca tapada con un sucio trapo.

Todo está oscuro. Tengo miedo, mucho miedo. No sé cómo he llegado aquí y el pánico empieza a invadirme.

Lo último que recuerdo es estar en el parque del pueblo, celebrando el cumpleaños de clara, y a partir de ahí todo es negro, muy negro.

Me empieza a costar respirar, y no consigo calmarme. Escucho un ruido, que no me cuesta nada identificar y me sobresalta, helándome el corazón y dejándome en el sitio incapaz de mover ni un solo ápice de mi cuerpo.

Un grito. Un grito seguido de un tiro. Ese sonido se me adentra y no para de repetirse en bucle en mi cabeza. De repente quiero huir. ¿Pero cómo?

Reacciono, e intentando agudizar la vista me doy cuenta que estoy en una especie de nave. Empiezo a atar cabos y a recordar. Aquellos extraños observando todo el rato, los diferentes estruendos que oímos durante la noche, cuando fui con Vega al baño...Ese es mi último recuerdo. Miro el pañuelo que anteriormente tapaba mi boca. No puede ser...Llena de rabia me tiro de la silla y como puedo empiezo a morder la cuerda que sujeta mi mano derecha. Después de un largo rato intentándolo, consigo desatarla y empiezo a deshacer el resto de nudos.

Palpando las paredes con mis manos llego hasta la puerta y la abro. Creo que no debí hacer eso. De no haberlo hecho probablemente habría encontrado la forma de llamar a la policía o escapar sin ser vista. Pero lo hice, y ahora me encuentro aquí, ahora soy una esclava de estos malditos terroristas y puedo contar con una mano mis días restantes de vida.

Lo siento, de veras, por no haberlo podido parar, pero si estás leyendo esto es porque su plan salió bien, y esos trenes de las vías de Madrid fueron explotados, con éxito para quienes lo planearon, un desafortunado ataque para el resto.