Parte única.

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Yo te confieso que no me arrepiento
y aunque estoy sufriendo,
podría estar peor.
Sabiendo que tus besos matan,
moriré de amor.

•••

Rubí encontró dorado.

La mirada de Bakugou alcanzó la de Kaminari desde el otro lado del bar. Observó receloso el brazo que lo rodeaba por los hombros. Oh, cómo deseaba estar en el lugar de ese otro hombre y sentir el calor de su piel una vez más. Pero los ojos dorados de Kaminari (que no podía ver con claridad por culpa de la lejanía, pero que estaba seguro de que estaban maquillados con un fino delineado de gato) se apartaron de los suyos y recordó que ya no podría suceder nada entre ellos dos. La brillante sonrisa que apareció en su rostro confirmó sus sospechas de una conversación burbujeante en la otra mesa.

Kaminari no volvió a mirar. Se veía feliz.

No supo en qué momento salió a fumar, con las luces neones del bar sobre su cabeza como única iluminación. Tanteó los bolsillos de su pantalón, pero al parecer se había olvidado del ecendedor en su casa esa vez. Chasqueó la lengua. Se quedó allí, mirando a la nada y con el cigarrillo entre los labios. Agradeció silenciosamente que el guardia no tuviera los ojos en él, porque no se creía con la fuerza suficiente para volver adentro y enfrentar aquella realidad.

—¿Necesitas fuego?

Al parecer, la realidad prefirió ir por él y abofetearlo en la cara.

No respondió cuando lo vio acercándose. Movió el cigarrillo de arriba hacia abajo y una llama entre azul y naranja lo encendió. Se contuvo de alzar la mirada porque no sabía de qué sería capaz si caía en cuenta de lo cerca que estaban el uno del otro. Dio una calada. Sintió el humo invadiendo su cuerpo y luego lo exhaló por la nariz. El ardor le hizo soltar un suspiro de alivio por poder sentir algo más que pena por sí mismo.

Cuando Kaminari finalmente se alejó unos cuantos pasos, se permitió escanearlo. El pantalón se le ceñía a las piernas marcando cada pequeña curva. Y, a pesar de que Bakugou pudo haberse perdido en ellas, no pasó por alto el detalle de que el gran saco que le rodeaba los hombros no era de él.

—¿Qué haces aquí? —preguntó mientras apartaba la mirada.

—Creí que querrías compañía.

—¿En serio? ¿Y por qué yo querría tu compañía?

Kaminari se encogió de hombros. Se recostó contra la pared a su lado y sus brazos se rozaron. La electricidad del toque fue efímera. Duró unos cuantos segundos y luego desapareció, como si nunca hubiese estado allí.

—Quiero que esté todo bien entre nosotros.

—Está todo jodidamente bien.

—No te creo —rió, cruzando los brazos sobre su pecho.

Bakugou se paró delante de él.

—Mira, Kaminari—...

—No te atrevas a seguir hablando.

—Vuelve adentro.

—¿Y qué si no quiero?

—Entonces me iré yo.

Pero no pudo dar ni dos pasos cuando una mano lo detuvo, tomándolo de la muñeca. Suspiró, rodando los ojos mientras se giraba para volver a encararlo. El ceño fruncido de Bakugo no pareció alertar a Kaminari. Nunca lo había hecho, ¿Por qué eso cambiaría?

En esos finos labios se dibujó una sonrisa ladeada; pequeña, dulce, pero a la vez tan seductora que se sintió temblar. Había un brillo inusual en sus ojos. Kaminari sabía lo qué hacía, lo sabía bastante bien. Siempre había sido un maldito manipulador.

siempre he sabido que tus besos matan ; bakukamiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora