Capitulo 24

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Lloré inconteniblemente sobre su hombro, por que me sentía sola; sentía que tarde o temprano así me quedaría. Sola.
Tardé unos minutos en recuperarme y vi cómo había empapado su camisa, produciendo en ella un manchón sobre su hombro.
-Perdón –murmuré mirando lo que había producido mi llorar.
-No te preocupes –me limpió con su pulgar una lágrima que caía por mi mejilla y me recordó a Christian esta mañana.
Gemí.
-No puedo creer que haya sucedido –musitó.
-Fue mi culpa.
-No –me contradijo firmemente-. No sólo ha sido culpa tuya, Christian también es culpable, y yo diría que más de la mitad de la culpa cae en él. ¿Por qué no lo evitó? Digo, tú… estabas borracha, pero, ¿el? Él estaba en sus cinco sentidos –meneó la cabeza en forma de reproche. Se quedó en silencio un momento y luego pareció darse cuenta de otra cosa. Me miró –. Pensé que odiabas el alcohol –musitó.
–Lo sigo odiando, Mika. Ahora más que nunca –siseé y luego gemí con dolor-. Pero es que la mente se me nubló y… fue la única estupidez que se me ocurrió para olvidar –admití.
-Prométeme que nunca más volverás a hacerlo –me pidió.
-En lo que me resta de vida –levanté la mano, jurándolo.
Mika volvió a abrazarme, pero esta vez fue un abrazo corto.
-¿Ya no hay vuelta atrás? –me miró, congojado.
Negué con la cabeza baja.
-Me voy, mañana en la mañana –murmuré.
- Christian es un idiota –resopló-. No puedo creer que tengas que irte, es decir, no tan pronto.
-Es lo mejor, de todas maneras ya lo había pensado. Me tardé demasiado analizándolo, ese fue el problema.
-¿Le dirás a Leiia? –me preguntó, como no queriendo la cosa.
Me tembló la boca y la quijada al contestar.
-Tiene que saberlo –tomé aire-. Pero no estoy muy segura de cómo –bajé la mirada.
-Todo va a salir bien, Anastasia –me tranquilizó, pero yo sabía que más allá de sus palabras, la verdad era otra-. ¿Te despedirás?
-¿De quién?
-De Kate.
Otro pinchazo de dolor a mi corazón. Otra persona que extrañaría bastante, Katherine.
-No me gustan las despedidas –musité, con el dolor en mi voz.
-Oh, vamos. No puedes irte sin decirle adiós. Sabes que ella te aprecia mucho.
-Pero me va a doler –dije.
-Y le va doler más a ella si no lo haces.
Suspiré.
-De acuerdo –acepté-. Ahora llévame al departamento, por favor –dije, sobándome la cabeza, que sentía explotar.
-Gracias –me hizo un cariño en el mentón y luego abrió el cajón de delante de mí-. Toma, te ayudarán un poco –me ofreció unos lentes de sol y cuando me los puse y mi vista se oscureció, el dolor disminuyó quedamente.
Arrancó el auto y condujo hasta el departamento, tenía que comenzar a hacer mis maletas.
Cuando llegamos y subimos, Mika me preparó una extraña malteada blanca.
-Tómatela –me dijo, dándome el vaso y me hizo recordar la noche anterior, cómo Gaspar ponía frente a mí los vasitos con alcohol.
Lo miré, recelosa.
-Si algo he aprendido de mi mamá, es a hacer remedios caseros para todo, anda –me instó-. Se te quitará ese horrible dolor de cabeza.
Le di un sorbo pequeño al vaso y luego, le abrí paso a uno más grande; hasta que divisé el fondo de cristal de aquel vaso.
Aquello no sabía tan mal.
-Perfecto –sonrió, Mika-. ¿Qué vas a hacer ahora?
-Mis maletas –musité-. Entre más pronto termine todo, mejor.
Él suspiró con pesar, enterrando sus ojos en mí.
-Regreso a California –traté de sonreír.
Ambos nos quedamos en silencio.
-Tengo que ir, Mika–musité-. Gracias… por todo –dije, desde lo más profundo de mi corazón.
-No agradezcas, para mí ha sido todo un placer conocerte, Anastasia–sonrió.
-No nos despidamos aun –dije-. Te veo más tarde –sonreí y él salió de mi apartamento.
Me dejé caer sobre el suelo y parecía como si las ganas de llorar no acabaran jamás.
Me levanté cansada, pero al menos evitando a toda costa derramar una gota de agua más. Me dirigí a mi habitación y saqué mi par de maletas azules que había traído conmigo, luego, comencé a llenarlas de ropa, objetos y todo lo que me pertenecía.
El dolor de cabeza se había esfumado por completo, pero el dolor en mi corazón seguía estancado y se movía como la hoja de un cuchillo afilado.
Mis maletas estaban hechas sobre la cama, la habitación había quedado tal y cual la había encontrado cuando llegué. Iban a ser las seis de la tarde, pero el tiempo ya no importaba, a mí se me había acabado la estancia allí y cada movimiento de la manecilla del reloj me lo recordaba. Tomé mi morral y fui con Kate, al menos ella tendría qué saber que me iba.
Caminé con paso apesadumbrado, era como si los pies me pesaran toneladas; las manos se me congelaban, sin siquiera haber tanto frío.
Llegué hasta el laboratorio de los Agnelli pero esta vez, no había fotografías que imprimir, sino, una triste noticia que dar. Crucé la calle, tratando de respirar, no sabía que tan difícil podría ser decirle adiós a las personas que aprecias y más, si sabes que para volver a verlas pasará mucho tiempo, si es que sucede.
El rechinido de la puerta de entrada se escuchó cuando la abrí y la delicada figura de Kate se posó en mis ojos. Me dieron ganas de llorar en cuanto la vi sonreírme.
-¡Anastasia, hola! –me saludó, con esa alegría tan angelical en ella.
Quise sonreír pero una traicionera lágrima fue lo único que salió. Me dolía bastante decirle adiós a una persona fantástica.
-Oh, Anastasia, ¿qué sucede? –llegó hasta mí en un rápido andar y me abrazó.
-Vengo a despedirme –musité.
-¡¿Qué?! ¿A dónde vas?
-Vuelvo a California –confesé.
-¡¿Qué?! –la expresión se le contrajo de desconcierto.
-Tengo que irme, Kate. Ya no tengo nada más qué hacer aquí.
-Pero… ¿por qué?
Respiré hondo, allí iba otra vez la historia, la dolorosa y triste historia del por qué me iba.
-Anoche me embriagué y besé a Christian–dije, no quería darle mucho detalle al asunto.
-¡¿Hiciste qué?! –sus ojos se abrieron desmesuradamente y llevó sus manos a su boca para contener el grito de sorpresa.
-No me hagas recordarlo, soy la pero mejor amiga del planeta –sollocé.
-Vaya –murmuró-. No puedo creerlo –se quedó en silencio-. Y… ¿cómo estuvo?
-¿Qué cosa? –inquirí, confundida.
-El beso.
-¡Katherine! –farfullé, escandalizada.
-Lo siento, pero es que… en serio no puedo creerlo. Quiero decir, me sorprende que haya sucedido algo así, Christian tiene novia, ¿no? y tú… bueno tú jamás hubieras querido herir a tu mejor amiga, ¿verdad?
-Es lo único que me duele, Kate. Que la traicioné.
-Sí pero… ¿segura que es eso lo único?
-¿Qué quieres decir? –pregunté.
-No lo sé –se encogió de hombros-. ¿No te duele dejar a…? Tú sabes.
- Christian-me tembló la voz y Kate asintió.
-Si te digo que no, te mentiría. Lo amo Kate–confesé.
-¿Y qué vas a hacer? ¿Tú crees que irte arreglará las cosas?
Me reí.
-Sabía que intentarías hacerme cambiar de opinión, pero ya no hay vuelta atrás. Me voy.
-No puedes escapar siempre –me reprochó.
-No, pero ahora sí. De todos modos volvería, no me iba a quedar para siempre aquí.
Ella suspiró, sabiendo que por supuesto, no iba a cambiar de opinión.
-Te extrañaré tanto –murmuró.
-Yo también. Escucha, podemos escribirnos por Internet –dije, tratando de evitar el melodrama, pensar en despedirme de una persona como Kate me dolía en serio en lo más profundo de mi alma.
-No será lo mismo –dijo, triste.
-Ya lo sé, pero agradezcamos a Dios que nos permitió conocernos –musité, a punto de dejar salir las lágrimas.
-No es justo –murmuró y luego volvió a abrazarme. Ella no pudo contener las lágrimas y verla llorar me terminó a mí por derrumbar.
-Nunca voy a olvidarte, ¿de acuerdo? –musité.
-¿Y prometes que te cuidarás?
-Lo prometo.
-¿Cuándo sale tu avión? –me preguntó.
-Mañana a las once de la mañana.
-Le pediré permiso a mis papás y cerraré para…
-No –la interrumpí-. Escucha, no te lo tomes a mal, pero mañana no quiero que nadie me acompañe al aeropuerto. No me gustan las despedidas, Kate. Y si puedo huir de ellas, mejor.
-¡Pero ya no voy a volver a verte!
-Claro que nos volveremos a ver, algún día… Dios nos volverá a juntar. Pero no me hagas dura la partida, ¿sí?
-Te voy a extrañar demasiado.
-Ya somos dos –traté de deshacer el nudo en mi garganta-. Te quiero mucho, Katherine. Gracias por todo.
-También te quiero, Anastasia.
Le di un último abrazo y me retiré del lugar antes de que yo misma me amarrara a él, sabía desde un principio que no debía de encariñarme con las personas por qué dejarlas me costaría mucho, y no estaba equivocada. Dolía bastante.
Caminé hasta el edificio, mientras me limpiaba las lágrimas que resbalaban por mi mejilla. El cielo estaba oscureciendo, este había sido mi último día en Venecia.
Subí por las escaleras, desganada totalmente. La despedida con Kate no había sido para nada sencilla. No cabía más dolor en mi corazón.
O eso pensaba yo.

Manual De Lo ProhibidoWhere stories live. Discover now