—¿Y ahora éste es nuestro nuevo centro de reuniones? —preguntó Eloísa caminando con su usual paso elástico y entrando a la sala que sin querer se había convertido en la favorita de Ana: la sala encristalada que daba al invernadero.

—Es para que nos vayamos acostumbrando —dijo Ángela, que se recostaba a uno de los muebles casi con pereza—. Pronto ésta será oficialmente la casa de Ana.

Ella sonrió negando. Por más que todo el mundo alrededor se lo dijera, no sentía como suya esta casa. Todavía no se hacía a la idea de que, si se casaba, recibiría a sus amigas aquí siempre.

—Por una vez, que sean ustedes las que se muevan a través de la ciudad; siempre soy yo, y no tengo auto ni sé conducir.

—A propósito, ¿cuándo piensas aprender?

—No lo digas muy alto —sonrió Ana—. Si Carlos te escucha, me comprará un auto e insistirá en enseñarme él mismo.

—Eres la única que se quejaría de algo así —dijo Eloísa blanqueando sus ojos—. Yo fingiría que no sé ni para qué sirve la caja de cambios con tal de tenerlo allí al lado mío—. Ángela se echó a reír, y Ana sonreía negando—. ¿Dónde están Caro y Alex? —preguntó Eloísa.

—Con Judith. Me había dicho Juan José que estaba muy baja de ánimo y se los traje. Son su droga contra la depresión.

—¿Qué tiene? —preguntó de nuevo Eloísa, curiosa.

—Ni idea —contestó Ana—. Desde ayer está así.

—¿Será la menopausia? —Ángela no lo pudo evitar y se echó a reír—. ¿Qué tiene? —protestó Eloísa—. Todas pasamos por allí. Mi madre se puso insoportable en esa época.

—Pues no lo sé, tal vez sí —contestó Ana. Luego de unos minutos charlando, les comentó que tenía planeado irse de la mansión a otra casa con sus hermanos. Eloísa y Ángela intercambiaron miradas y Ana frunció el ceño—. Qué —les preguntó—, ¿no están de acuerdo?

—Sabíamos que no durarías mucho aquí —dijo Ángela agitando su cabeza—. Te preocupa demasiado el qué dirán, Ana. Tus hermanos no estarán más a salvo en otro lugar como aquí en esta casa.

—Sólo no quiero que me miren como la mantenida de Carlos.

—Lo harán, así vivas en otro país —sentenció Eloísa—. El sólo hecho que tú seas digamos...

—¿Pobre? —completó Ana. Eloísa aceptó la palabra con un encogimiento de hombros.

—Hará que todo el mundo hable, siempre será así.

—No estoy segura de querer entrar en esta sociedad en donde todo son las apariencias.

—Pero lamentablemente, el roce social es lo que hace a la élite. Los hombres de negocios buscan mujeres que les ayuden a alcanzar sus metas, no que se las trunquen, y Carlos es un hombre de negocios, al fin y al cabo. De un modo u otro, tú repercutirás en su trabajo—. Ana apoyó su cabeza en una mano negando.

—Es su culpa, él hizo que me enamorara de él.

—Sí, él se lo buscó —rio Ángela. Siguieron hablando, esta vez de Sebastián. Ángela tenía muchas ganas de hablarle de sus sospechas, pero había acordado con Juan José que lo mejor era esperar a que todo el embrollo pasara. Cuando se descubriera quién era el culpable y estuviera encerrado, no dudaría en decirle que era altamente probable que Sebastián fuera su medio hermano.


Carlos y Ana asistieron al evento al que los habían invitado el senador y su esposa. Él había dicho que era una soirée, y seguido, empezó a explicarle qué se hacía en una, y cómo debía ir vestida. Ana lo miró ceñuda y le dijo:

Tus Secretos - No. 2 Saga Tu Silencioحيث تعيش القصص. اكتشف الآن