Cada nuevo detalle que conoce sobre Agoney, hace que quiera saber más de él. Necesita conocerlo a fondo. Quiere entender y compartir esa parte de él.

—¿Qué tipo de formas? —vuelve a preguntar, lleno de curiosidad.

—Geométricas. No sé, prismas y esas cosas —explica, intentando describirlo ayudándose de sus manos.

Entonces, Raoul lo entiende. Todo encaja: la reacción inicial de Agoney ante su Drunk in Love, la necesidad de compartir esa información sobre él justo ahora... Primero se queda muy callado, algo ausente; pero al momento, se inclina hacia delante, ocupando toda la mesa, eliminando casi por completo el espacio entre ellos.

—Me... Has visto esas figuras cuando he cantado, ¿verdad? —Siente el corazón latiendo con fuerza en su pecho. No sabe porqué, pero el hecho de que Agoney pueda ver su voz lo emociona demasiado.

—Contigo, las veo todo el tiempo —sonríe enigmático.

—¿Qué?

—¿Recuerdas lo que te dije cuando nos encontramos en la calle?

Raoul ahoga un grito, llevándose las manos a la boca.

—Que me habías visto con los ojos de la mente —susurra, repitiendo lo que en su momento no supo entender; comprendiendo el significado de aquellas palabras—. ¿Ves mi voz?

Raoul está visiblemente emocionado y Agoney solo puede asentir en silencio, aguantando el nudo en la garganta.

—¿Y cómo es? —Apenas un hilo de voz. Todo se ha vuelto tan íntimo, tan suyo. Un secreto compartido entre ellos. Una conexión más allá de sentimientos y palabras.

—El color varía dependiendo de lo que hagas —explica con la voz estrangulada, después de tragar un par de veces y carraspear otras tantas—. Pero la forma es siempre la misma, una figura con muchas caras de triángulos perfectos.

—Equiláteros —le corrige Raoul de forma incosciente—. Perdón, deformación profesional.

—Sí, eso —ríe. Nunca prestó atención en clase de dibujo técnico.

—¿Un icosaedro? —se aventura Raoul, pues es la primera imagen que se le viene a la cabeza.

—Buf, ni idea. ¿Puedes dibujarlo?

Raoul sonríe, lleno de electricidad. Desliza su silla hasta colocarla junto a la del otro chico. Sin apartar los ojos de los suyos, coge la libreta de Agoney y su bolígrafo negro.

—¿Puedo?

—Claro.

Sin pensárselo dos veces, lleva la mano al papel y comienza a dibujar con pericia y delicadeza. Sus lineas son firmes y certeras, completamente rectas sin necesidad de escuadra o cartabón.

Agoney lo mira maravillado, deseando que cada trazo fuese un sonido para poder percibir su color.

—¿Así? —pregunta Raoul, alzando el papel.

—¡Exactamente así!

—Así que mi voz es un icosaedro —murmura, completamente fascinado por el descubrimiento.

—Al menos para mí —aclara Agoney—. Eres la primera voz que soy capaz de ver. No sé si le pasa a más gente. Pero que puedan verla, no significa que lo hagan de la misma manera que yo. La sinestesia es algo muy personal.

—Así que —comenta con cuidado—, para ti, mi voz es un poliedro regular. Unas de las figuras más perfectas en geometría.

—A veces, son muchos poliedros —explica con una de sus sonrisas cálidas de dientes separados—. Como cuando sueltas una de tus carcajadas.

Y entonces, sucede. No puede no suceder. Lo tiene tan cerca que su voz cantarina le acaricia la piel. Y puede que él no sea capaz de verla, pero le hace vibrar. Se acerca con cuidado, pero con decisión. Se queda quieto, cerca, muy cerca, tan cerca que sus narices se rozan y su aliento se entremezcla. Agoney lo mira intenso, pupilas dilatadas y pestañas interminables; así que se lanza. Se deja caer al vacío, a un abismo en el que sabe que no va a tocar el fondo, porque los labios de Agoney le recogen. Suspiran en la boca contraria, probando, tanteando. Raoul le muerde el labio inferior con delicadeza y paciencia, consciente de dónde se encuentran. Agoney gruñe y adelanta el rostro, lamiendo ambos labios por turnos, colando la lengua entre ellos justo después.

Y se pierden, se mezclan. Enredan sus manos en el pelo, en el cuello. Y podrían seguir así por el resto de la eternidad, cuando la campanilla de la puerta los devuelve a la cafetería y a su mesa junto a la ventana. Ríen, bajando la mirada y relamiéndose, sintiendo el fantasma de los labios contrarios cosquillear sobre su piel.

—¿Tienen color? —pregunta, algo más recompuesto, Raoul— Los icosaedros.

—Claro —responde, retirando el flequillo de su frente—.Tu voz es azul, como el mar —describe, estudiando su rostro con cuidado—. Tu risa es amarilla. Y cuando cantas, los poliedros se vuelven rojos y mucho más densos.

—Ojalá verlos —suspira con anhelo—. Me parece como de magia.

—Bueno, tú los creas. Así que el mago serías tú.

Y Raoul vuelve a besarlo, incapaz de contenerse. No le queda más alternativa que besarle con todo lo que tiene como respuesta. Lleva aguantándose las ganas desde que hablaron por primera vez; y ahora que han empezado, no piensa parar.

—¿Sabes qué? —pregunta Agoney contra sus labios.

—¿Qué? —responde, con la mirada acuosa fija en sus ojos.

—Pienso descubrir todos tus colores.


*


Perdón por haber tardado en actualizar. Gracias por estar ahí. Nos leemos /pronto/ en el que creo que será el último capítulo de este mini fic  <3333

 anngejj

PoliedrosWhere stories live. Discover now