— Oh, por cierto — rio por lo bajo, mirándome sin bajar por completo del vehículo —. Límpiate un poco, venías babeando.

En cuanto se bajó, moví el retrovisor y efectivamente una marca blanca de baba estaba en mi mejilla.

Bajé para verlos sentados alrededor de una fogata asando bombones con chocolate y galletas, también un par de brochetas, nada interesante se sentía en kilómetros, así que me senté tranquila a ver el fuego.

— ¿No comerás nada? Tienes todo el día dormida, parecías cansada así que no te desperté hasta la cena — se sentó a mi lado.

— Como de vez en cuando, no lo necesito y no me dura — me miró y acarició la mejilla del lado de mi orbe platinada.

— Así que eran más que viejos amigos, eh — habló el que conocí como Raúl.

Ambos negamos con la cabeza, él bajó la mano y tomo la mía para arrastrarme al auto, apenas llegamos a la parte trasera donde nadie nos viera, habló.

— Me preguntaste si tenía marcas. Yo te mostraré, pero tendrás que mostrarme — lo había hecho en un tramo del camino hasta aquí.

Se quitó la camisa de tajo y comenzó a bajarse el pantalón.

— ¿Pero qué demonios haces, Pierre? — los colores subieron a mi rostro, haciéndome dar la vuelta.

— ¿Querías ver, o no? — me mordí la lengua antes de girar. Él estaba dándome la espalda — Estás son las únicas marcas.

Me arrodillé una vez estuve a centímetros de él, una línea que cruzaba de la parte trasera de la rodilla hasta unos diez cm arriba del talón en ambas piernas, me puse de pie, viendo las marcas que dejaban saber dónde se situaba cada hueso de la columna. Un escalofrío me recorrió al recordar la manera en que Azrael simplemente sacó la espina de su cuerpo como si le sacara un alfiler a un muñeco de trapo.

Apenas acerqué la mano para tocar aquellas rojizas cicatrices se dio la vuelta antes de que lograra mi cometido. Entonces vi en su pecho, sobre su corazón, una marca. Un par de guadañas atadas con un listón del cual sus orillas eran alas, todo eso del mismo tono rojizo de sus cicatrices.

— ¿Eso era lo que buscabas? — lo miré subir su pantalón — Supongo que debes tener una tú.

Miré a todos lados buscando que no hubiera gente y una vez lo hube verificado, levanté mi playera hasta que solo se vio el sostén de encaje.

— Es la única marca con que me quedé, además de la heterocromía — acomodé mi ropa.

— Cuando regresé, me dijeron que quien me había matado y mandado al infierno era en un principio un ángel. Dijeron que ya era un incomprendido y renegado por tener que cuidar las puertas de no sé qué y que cuando lo atraparon comenzó a llenarse de rencor pensando que su familia lo traicionó — suspiró como si eso lo fastidiaran y me hizo señas para que lo siguiera de regreso —. Dijeron que tiene a alguien en la mira y que yo estaba dentro de los objetivos para lograr lo que quería.

— ¿No te dijeron que deberías ocultarlo o algo? — asintió.

— Eres esa persona que tienen en la mira, chérie. Y no te ocultare nada, no creo que les moleste que te lo diga, porque creo que igual lo sabías — asentí.

— ¿Vas a pedir alguna información a cambio? — pregunté para verlo negar — Aun así, lo único que tengo por informar sería, que siendo el objetivo, él intenta cazarme y si me encuentra ahí con los demás, no dudará en matarlos.

— Te lo dije, el lugar está rodeado del mismo material que las armas y no pueden atravesarlo ni detectar a nadie que esté dentro — no me convencía del todo —. Solo tendrías que estar siempre adentro y no salir con nosotros, como supongo pasara por tu cabeza en dado momento.

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