Trigésimo Noveno

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Regresar a casa luego de haber sido sometida a un inesperado ataque de ira que me había hecho salir despavorida no era fácil, mucho menos cuando sabía que me iban a estar esperando.

Tal como lo imaginaba, tan pronto cerré la puerta del apartamento, Clarisse y mamá se pusieron de pie. Ambas me dedicaron una detenida observación, como si buscaran algo raro en mí.

—¿Estas bien? —preguntó mamá, preocupada.

Asentí. Solté las llaves del auto y las de la puerta en la mesita y me dejé caer sobre el sillón. —Lamento haber salido así.

—¿Como alma que llevaba el diablo? —replicó Clari. Sonreí con timidez—. ¿Qué pasó? Creí que habías enloquecido —confesó.

—¿A dónde fuiste? —Mamá se acomodó a mi lado.

—Seguro a hablar con el tal MG —intervino Clari sentándose en el sofá de enfrente—. De quien, a todas estas, no sabemos nada. ¡Te fuiste sin decirnos quien era! —reclamó.

Suspiré con pesadez, a punto de contarles todo, pero me detuvo el impactante silencio que reinaba en el apartamento. Fruncí el ceño. 

—¿Dónde están los chicos? —pregunté.

—No te preocupes —Clarisse agitó la mano con indiferencia—, tu padre vino por ellos.

—¿Papá estuvo aquí? —Mi frente se frunció aún más, mamá asintió.

—Quería quedarse, sobre todo cuando le dije que no estabas muy bien, pero logré convencerlo de que no sería necesario —repuso—. Eso sí, me hizo prometer que tenía que convencerte de ir este viernes a cenar. Dice que quiere que le cuentes personalmente lo que está sucediendo —avisó.

—No te preocupes, dile que allí estaré —acepté. Me dedicó una dulce sonrisa.

—Bueno, ahora sí —habló Clari—, ¿nos vas a decir quién es el tal MG o no? —cuestionó.

—Marcus Graham —respondí. El rostro de mamá se tornó pensativo, mientras que Clarisse enarcó una ceja.

—¿El tipo que te ofreció trabajo en el programa de chismes? —habló, y los labios de mamá se abrieron con reconocimiento.

—El mismo que reveló la noticia de Mirna Santorelli —asentí—. Y según lo que me dijo, no solo esa sino también la del divorcio de Joel Hunt, y por supuesto la del hijo de James —añadí—. Sin contar con que se mofó diciendo que él había mandado el correo anónimo —murmuré.

Ambas permanecieron en silencio, aun sorprendidas por aquel dato, y el rostro de Clari finalmente se contrajo con desagrado.

—¡Pero qué hijo de su...! —empezó a decir, y me apresuré a prevenirla con la mirada. Los ojos airados me observaron sin entender, así que moví un milímetro la cabeza en dirección a mi madre. El enojo pareció disminuir en su expresión, aunque no se contuvo—. Ese hombre es un imbécil —declaró.

Para mi asombro, mamá asintió con vehemencia. —Y más que eso Clarisse —dijo—, no te hubieras contenido a la primera —dispuso. Me giré a mirarla, extrañada, pero ella solo se encogió de hombros—. No deberías sorprenderte, cariño. Ese tal Marcus es más que un canalla, y las cosas deben ser llamadas por su nombre —habló con seguridad.

—¡Así se habla, Sarah! —celebró Clarisse encantada—, ahora, ¿qué tal si nos preparo unas margaritas y nos cuentas cual es el plan? —propuso poniéndose de pie. Fruncí el ceño—. Porque imagino que no te quedarás con los brazos cruzados, ¿no? —quiso saber.

La caída de EvaDove le storie prendono vita. Scoprilo ora